Hay en Madrid un monumento a las
víctimas del holocausto. Algo escondido, en el parque Juan Carlos I, por donde
están los recintos feriales, posee un diseño moderno pero, curiosamente,
resulta elegante, sobrio y emotivo. Se basa en el empleo de traviesas de
ferrocarril para construir un espacio de reflexión, en el que, también con
traviesas, se escenifica la presencia de figurantes, presos, una madre con un
hijo en brazos… todo ello ante unas vigas de hierro que se elevan al cielo como
pidiendo perdón, o acusando al Altísimo por haber consentido la barbarie, o
como representación de un retablo laico, no se, lo que prefieran.
La polémica de las sandeces
dichas por el edil del ayuntamiento de Madrid, que ha dimitido de una
concejalía de la que aún no había tomado posesión pero sigue ocupando su
escaño, muestra muchas cosas, pero hoy no quiero fijarme en el papel de twitter
y la libertad de expresión, sino en la desconexión, absoluta, total, de la
historia de España respecto a la de Europa durante el pasado siglo XX, y de lo
que allí sucedió. Conmemoramos la semana pasada el treinta aniversario de la
firma del tratado de adhesión a la UE, en aquellos tiempos la CEE, y desde entonces
nos consideramos europeos. El siglo XX de Europa es, para los españoles, como
el de Asia, una experiencia ajena. No estuvimos en la I Guerra Mundial,
sufrimos una guerra propia que nos destruyó como país y sociedad, y tras ella,
décadas de aislamiento que nos hicieron ver la II Guerra Mundial como un suceso
ajeno, y la postguerra europea como algo alucinógeno. Por ello todo lo que
sucedió en aquellos tiempos es, para el español medio, algo que le han contado
o ha visto en películas, pero de lo que carece de referencias personales.
Apenas unos pocos españoles conocieron la tragedia de los campos de
concentración, y obviamente muy pocos quedaron para contarlo (y luego alguno se
lo inventó, como bien cuenta Javier Cercas en su novela “el impostor”). Nosotros,
que expulsamos a los judíos del país mucho antes de que a nadie se le
ocurriera, sabemos el significado de Auschwitz más por películas como “La lista
de Schlinder” que por vivencia alguna, y eso nos queda lejos, muy lejos. Un
comentario chistoso escrito como el que dejó el edil Zapata sobre el holocausto
en cualquier otro país europeo hubiera sido suficiente para que las leyes de
esos países, que recogen ese supuesto en concreto, le persiguieran. Aquí no,
porque para nosotros, holocausto es un término ajeno, con el que se puede
frivolizar de una forma mucho más abierta y descarnada. Pregunten en su entorno
no sobre el drama de los judíos nazis, no, sino sobre el mero conocimiento de
que en Madrid hay un monumento al respecto. Me apuesto lo que quieran, aunque
soy muy dado a perder todo tipo de envites, que apenas unos pocos de sus
interlocutores sabrán de su existencia, y eso en el caso de que hablen con madrileños.
Si el debate se produce fuera de aquí sería casi un milagro que alguno lo
conociera. Aunque quién sabe, la vida te da sorpresas todos los días y quizás
su interlocutor lo conozca, lo haya visitado, o haya oído hablar de él. En todo
caso, prueben a comentarlo a ver qué sucede.
El desconocimiento de la ley no exime de su
cumplimiento, reza el aforismo legal, y el no tener experiencia histórica de
algo no permite hacer burla de ello. Elevar a comentario público la chabacanería
típica de barra de bar en la que todos caemos de vez en cuando no deja de ser
estúpido, y refleja muchas cosas de quien lo hace, sí, pero sobre todo de la
sociedad en la que ese individuo se mueve. Como Antonio Muñoz Molina
ha expresado en apenas cinco líneas de manera perfecta lo que ha supuesto este
episodio, les enlazo aquí su opinión y poco más puedo decirles. Eso sí, si
algún día tienen un rato, pásense por el monumento. No hace falta que tuiteen
en él ni se hagan fotos. Simplemente visítenlo.
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