Ayer
reabrió sus puertas la iglesia de Charleston, Carolina del Sur, donde hace unos
días tuvo lugar un sangriento ataque terrorista protagonizado por un
adolescente de 21 años que, armado, y convencido de su actitud pese a haber
estado una hora antes en el servicio religiosos, decidió matar a todos los
negros que pudo y, tras realizar su fechoría, huyó, para ser localizado por la
policía pocas horas después. El balance, nueve muertos, es aterrador, y al
sangre fría, la determinación y el fanatismo que ha mostrado Dylann Roff, que
así se llama el joven, aún más.
Ha habido discusión en los medios
sobre si se debe calificar de terrorista a una acción así. Yo la verdad es que
no veo muchas dudas al respecto, lo es. En un artículo del viernes, creo
recordar, el escritor hacía una pregunta comparativa que dejaba clara la
situación. Si el autor, en vez de racista blanco, fuera islamista, ¿cómo lo
calificaríamos sin lugar a dudas? Dylann es un terrorista que, a escala, ha
efectuado un acto muy similar al que realizó el noruego Andres Breibick.
Intoxicado por la ideología supremacista blanca, atiborrado de armas por unos
padres que no se si pensaban en lo que estaban haciendo, y con un arsenal de
odio preparado para ser utilizado, Dylann ha estado meses, años planificando su
acción, sacándose fotos y escribiendo en la red un panfleto autojustificativo
que, visto ahora, resulta ser un preludio de su matanza. Allí expone su
ideología, tóxica, su narcisismo absoluto y su deseo de matar a cuantos más
negros pueda y, aparado en el caldeado ambiente que se vive en EEUU sobre la
violencia contra los negros, desatar una guerra civil para que los supremacistas
puedan acabar con todos los que no lo son. Es horrendo ver cómo alguien tan
joven puede pensar todo ese cúmulo de barbaridades, cómo su mente se ha
intoxicado, envenenado de esa basura y ha terminado por poseerla, hasta
llevarle a matar a sus semejantes. Lo cierto es que este lamentable episodio es
el último en una serie de actos de violencia contra las comunidades negras que
están dejando este año un balance muy preocupante. El último de la presidencia
de Obama es precisamente, el que está viendo renacer un odio entre comunidades
como no se veía desde hace muchos años. Fergusson en el verano pasado fue un
anticipo de lo que hemos podido ver en Baltimore esta primavera, y ojalá que en
el verano no se repitan episodios similares. En el caso del asesinato de
Charleston, además, se han revivido fantasmas del pasado norteamericano que muchos
pensaban olvidados, sujetos en el fondo del sótano, pero que tratan de revivir.
Una de las imágenes de esta tragedia es el capitolio de Charleston, con la
bandera del Estado y al de los EEUU a media asta, y muy cerca de ellos, la
antigua bandera confederada de los estados sudistas en lo alto de su mástil,
desafiante, en un lugar muy inferior al de las otras dos, pero con un gesto de
arrogancia que trata de desafiarlas. Obama pidió que se arriase esa bandera, en
señal de duelo, pero él no puede mandar hacerlo, no tiene competencias para
ello. Y por lo visto, quien si las tiene, no lo consideró conveniente o
necesario, quizás porque no vea lo sucedido de la misma forma de como lo estoy
describiendo, por ser diplomático. Esa
bandera en lo alto ha sido una pesadilla para muchos norteamericanos a lo largo
de toda la semana pasada. En su nombre se enfrentaron los estados
esclavistas a los norteños yankies, bajo su ondear las plantaciones funcionaban
al ritmo de los látigos esclavistas, y su derrota supuso el fin de ese modelo
productivo, aunque quedaría aún mucho para el final de la segregación racial. Esa
bandera, propia de un museo, ondea hoy en calles y plazas, como queriendo
llamar al recuerdo de una época oscura y, pensábamos, derrotada.
Es inevitable que, aunque sea por mero factor
estadístico, surjan locos que actúen como lo ha hecho Dylann, pero su acción, y
la forma en la que él ha sido educado, nos vuelve a demostrar que el estudio y
el recuerdo de los episodios horribles del pasado es la única vacuna que
tenemos para evitar que se vuelvan a reproducir. Olvidarlos, trivializarlos, restarles
importancia, darlos por superados a la ligera, nos condena, con alta
probabilidad, a repetirlos. Dylann pasará el resto de sus días en la cárcel,
pero habría que saber quién le inculcó esas ideas, cómo se plantó en él esa
semilla del mal, quienes la regaron y abonaron, para que no puedan volver a
hacerlo en otra persona, nunca más.
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