lunes, junio 22, 2015

La matanza de Charleston también es terrorismo

Ayer reabrió sus puertas la iglesia de Charleston, Carolina del Sur, donde hace unos días tuvo lugar un sangriento ataque terrorista protagonizado por un adolescente de 21 años que, armado, y convencido de su actitud pese a haber estado una hora antes en el servicio religiosos, decidió matar a todos los negros que pudo y, tras realizar su fechoría, huyó, para ser localizado por la policía pocas horas después. El balance, nueve muertos, es aterrador, y al sangre fría, la determinación y el fanatismo que ha mostrado Dylann Roff, que así se llama el joven, aún más.

Ha habido discusión en los medios sobre si se debe calificar de terrorista a una acción así. Yo la verdad es que no veo muchas dudas al respecto, lo es. En un artículo del viernes, creo recordar, el escritor hacía una pregunta comparativa que dejaba clara la situación. Si el autor, en vez de racista blanco, fuera islamista, ¿cómo lo calificaríamos sin lugar a dudas? Dylann es un terrorista que, a escala, ha efectuado un acto muy similar al que realizó el noruego Andres Breibick. Intoxicado por la ideología supremacista blanca, atiborrado de armas por unos padres que no se si pensaban en lo que estaban haciendo, y con un arsenal de odio preparado para ser utilizado, Dylann ha estado meses, años planificando su acción, sacándose fotos y escribiendo en la red un panfleto autojustificativo que, visto ahora, resulta ser un preludio de su matanza. Allí expone su ideología, tóxica, su narcisismo absoluto y su deseo de matar a cuantos más negros pueda y, aparado en el caldeado ambiente que se vive en EEUU sobre la violencia contra los negros, desatar una guerra civil para que los supremacistas puedan acabar con todos los que no lo son. Es horrendo ver cómo alguien tan joven puede pensar todo ese cúmulo de barbaridades, cómo su mente se ha intoxicado, envenenado de esa basura y ha terminado por poseerla, hasta llevarle a matar a sus semejantes. Lo cierto es que este lamentable episodio es el último en una serie de actos de violencia contra las comunidades negras que están dejando este año un balance muy preocupante. El último de la presidencia de Obama es precisamente, el que está viendo renacer un odio entre comunidades como no se veía desde hace muchos años. Fergusson en el verano pasado fue un anticipo de lo que hemos podido ver en Baltimore esta primavera, y ojalá que en el verano no se repitan episodios similares. En el caso del asesinato de Charleston, además, se han revivido fantasmas del pasado norteamericano que muchos pensaban olvidados, sujetos en el fondo del sótano, pero que tratan de revivir. Una de las imágenes de esta tragedia es el capitolio de Charleston, con la bandera del Estado y al de los EEUU a media asta, y muy cerca de ellos, la antigua bandera confederada de los estados sudistas en lo alto de su mástil, desafiante, en un lugar muy inferior al de las otras dos, pero con un gesto de arrogancia que trata de desafiarlas. Obama pidió que se arriase esa bandera, en señal de duelo, pero él no puede mandar hacerlo, no tiene competencias para ello. Y por lo visto, quien si las tiene, no lo consideró conveniente o necesario, quizás porque no vea lo sucedido de la misma forma de como lo estoy describiendo, por ser diplomático. Esa bandera en lo alto ha sido una pesadilla para muchos norteamericanos a lo largo de toda la semana pasada. En su nombre se enfrentaron los estados esclavistas a los norteños yankies, bajo su ondear las plantaciones funcionaban al ritmo de los látigos esclavistas, y su derrota supuso el fin de ese modelo productivo, aunque quedaría aún mucho para el final de la segregación racial. Esa bandera, propia de un museo, ondea hoy en calles y plazas, como queriendo llamar al recuerdo de una época oscura y, pensábamos, derrotada.

Es inevitable que, aunque sea por mero factor estadístico, surjan locos que actúen como lo ha hecho Dylann, pero su acción, y la forma en la que él ha sido educado, nos vuelve a demostrar que el estudio y el recuerdo de los episodios horribles del pasado es la única vacuna que tenemos para evitar que se vuelvan a reproducir. Olvidarlos, trivializarlos, restarles importancia, darlos por superados a la ligera, nos condena, con alta probabilidad, a repetirlos. Dylann pasará el resto de sus días en la cárcel, pero habría que saber quién le inculcó esas ideas, cómo se plantó en él esa semilla del mal, quienes la regaron y abonaron, para que no puedan volver a hacerlo en otra persona, nunca más.

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