Pactar es el verbo de moda en
España. Los resultados del 24M obligan a alcanzar acuerdos dado que la mayoría
absoluta se fue por el desagüe, y en muchos casos quienes han ganado no podrán
gobernar si quienes han perdido se asocian. Esto podrá gustarnos mucho o poco,
pero para que no fuera así hace cuatro años debía haberse reformado la ley
electoral para, por ejemplo, con un procedimiento de doble vuelta, garantizar
la elección de alcaldes por mayoría absoluta. No se hizo, existiendo entonces
mayoría suficiente para aprobar una reforma electoral de esas dimensiones. No
valen por tanto ahora lamentos ni quejas, de unos y otros.
Pactar exige negociar, y en este
sentido volvemos a estar ante esa ceremonia de la confusión de las reuniones
“discretas” que son secretas. Aquí me van a echar ustedes la bronca, pero
entiendo que este tipo de conversaciones se realicen de manera más o menos
oculta, al menos en lo que hace a sus contenidos, porque es imposible llegar a
acuerdos de ningún tipo en un proceso emitido en directo, donde todo pueden ser
interferencias. Lo que es ilógico es que se niegue la existencia de reuniones,
o que se camuflen, o directamente que nos tomen el pelo al respecto. Y quién
más presume de que no va a actuar así es a quien, con lógica, más se debe
criticar que lo haga. Me estoy refiriendo a ese autoproclamado vigía de
occidente (quizás no sea el concepto geográfico que más le guste) que es Pablo
Iglesias, el Adán de la política española, el estandarte de los de abajo, el
garante de una nueva democracia, y muchos otros adjetivos autocalificativos,
que se caen por su propio peso. En muchas ocasiones, a lo largo de su
televisivo ascenso mediático a los cielos de la popularidad, Iglesias presumió
de que él y los suyos, (que son de él) realizarían política de una manera
diferente, sin acudir a reservados de hoteles o restaurantes a conchabar
acuerdos, que lo harían todo cara al pueblo al que respetan y representan, no
como esa casta trilera que se esconde para amañar contratos y repartos de
poder. Dicho y hecho, a las primeras de cambio, en cuanto Podemos ha alcanzado
poder para determinar el signo de las instituciones en las que ha aterrizado,
Iglesias mismo a la cabeza ha acudido a reuniones celebradas en reservados de
restaurantes, de las que hemos sabido, tarde y a regañadientes, el
menú de la cena, quién lo pagó (la casta) y que el baloncesto es un tema
apasionante, pese a la surrealista pose de futbolista republicano con la
que Iglesias nos deleitó en la jornada de reflexión. No seré yo quien critique
a Iglesias el hecho de que se reúna o no con quien desee, ni de que no revele
el contenido de esos encuentros. Sería un irresponsable de hacerlo, destrozaría
la confianza puesta en su interlocutor y arruinaría sus posibilidades de
conformar las instituciones a su gusto, pero lo que no vale es que se proclame
a los cuatro vientos que se va a actuar de manera completamente diferente y,
luego, con los hechos, volver a ver las mismas excusas de siempre para
justificar una reunión que, filtrada o no, es conocida por los medios. Y lo que
ya alcanza el grado de tomadura de pelo es que el comunicado de prensa que
emita Podemos se dedique a detallar aspectos tan banales de la cena, como el
comentado menú culinario y deportivo, y trate de negar que se hablara de política,
de ayuntamientos y de comunidades. Tontos en este país hay muchos, yo entre los
primeros, pero para tanto no. Es esa sensación de engaño lo que más fastidia, y
deja a las claras al ciudadano el largo, infinito, camino que hay entre las gratuitas
promesas televisivas y la realidad política de los votos.
Todos entendemos que los partidos deben hablar,
y mucho, a lo largo de estos días, para conseguir acuerdos. El sábado que viene
se constituyen todos los ayuntamientos de España y es necesario que en primera
votación se alcance mayoría absoluta porque, de lo contrario, el alcalde electo
es, automáticamente, el de la lista más votada. El político sincero y de fiar
será aquel que admita que se reúne constantemente con todos y, desde luego, no cuenta
de que habla con ellos hasta que, en su caso, acuerda algo. Usen ese criterio como
fiel de la balanza, y no duden de que, hasta la mañana del sábado, las
reuniones seguirán. Y después, aún más. Y los reservados de los restaurantes, a
rebosar.
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