Visto en perspectiva, resulta una
obviedad calificar de catástrofe la salida de Bankia a bolsa, en el año 2012. Quizás
ese fue el último de los inmensos errores que convirtieron en inevitable la
quiebra de parte del sistema financiero español y la necesidad de solicitar un rescate,
palabra de tres sílabas y siete letras, que aún seguimos pagando. Si hoy nos
preguntaran a todos que se debió hacer entonces la única respuesta clara sería
la de no realizar el proceso de OPV y salida a bolsa. Pero, ¿qué se decía en
2012? Pues no eran pocas las voces que también tenían esa misma opinión
negativa, y anticipaban lo que podría suceder si, como pasó, la entidad era tan
insolvente como lo parecía. Predicaban en el desierto esas voces.
Por eso la noticia de ayer, muy
importante, de la
imputación de parte de la cúpula del Banco de España y de la CNMV por el
proceso de salida a bolsa de Bankia vuelve a poner sobre el tapete las
muchas, muchísimas cosas, que fallaron en aquel momento, y no sólo por parte de
las propias entidades financieras. No podemos caer en el simplismo cutre y
propio de tertulia televisiva de acusar a un sector, a un grupo o a una persona
de aquel desaguisado, porque entonces estaríamos no sólo falseando la realidad,
sino también poniendo las bases para que otro episodio similar se vuelva a
producir. Suelo decir que catástrofes de este tipo se parecen mucho a las aéreas,
donde es una secuencia compleja de múltiples fallos lo que acaba causando un
accidente, de tal manera que evitarlo no hubiera sido cuestión de arreglar uno
de esos fallos aislados, sino de corregir toda la cadena de errores. Desde la
opinión pública, que se benefició de los préstamos concedidos de manera
irresponsable por parte de las entidades financieras, se ha lanzado una y mil
veces el mensaje de que la culpa de lo sucedido es de los banqueros, mensaje
que en el caso de Bankia, y viendo las conductas presuntamente delictivas de su
cúpula, resulta muy fácil de comprar y llega cargado de razón. Pero no sólo fue
culpa de Rato y todos los que le precedieron la catástrofe de Bankia. Durante
los años “gloriosos” CajaMadrid era una máquina de prestar dinero a todo el que
se lo pidiera sin que nadie se parase a pensar si los proyectos eran rentables
o no. Entidades públicas, ayuntamientos, gobiernos regionales, políticos de
todos los signos… el reguero de beneficiados en el proceso de saqueo de la Caja
es amplio y comienza en el señor que se compró el piso al doble de su valor
para venderlo al triple hasta acabar en el despacho de Rato. Pero no sólo eso,
ni mucho menos. Los reguladores, y ahí vamos al núcleo de la noticia, o no
miraron o no quisieron ver lo que allí pasaba. Varias circulares del Banco de
España advertían en esos años en los que todo nos iba bien que los riesgos que
tomaban las entidades financieras empezaban a ser demasiado altos. Sin embargo
nadie atendió a esos escritos, que junto a cada vez más voces, advertían de que
estábamos camino de un problema inmenso si no se controlaba el crecimiento del
crédito, tanto al particular como al promotor inmobiliario. Lehman quebró y se
desató la tormenta. Desde el gobierno, entonces del PSOE, se trató de ganar
tiempo, minimizar el problema y presumir de la fortaleza de un sistema
financiero que, en una de sus patas, la formada por muchas cajas de ahorros (no
todas) estaba completamente quebrado. ¿Sabía el Banco de España esa situación de
quiebra y la ocultó? Si se dio ese ocultamiento ¿Fue por presiones políticas,
por miedo a la actuación o por otro tipo de condicionantes? Estas son las
preguntas que desde ayer la Audiencia Nacional considera necesario que sean
contestadas por parte de quienes dirigieron la entidad reguladora. Y lo mismo
se puede aplicar a la CNMV, sobre lo que sabía, quiso hacer y, presiones o no
mediante, hizo.
No les voy a engañar, todo esto me da bastante
pena. El prestigio en la inspección y supervisión del Banco de España ha sido
inmenso durante muchos años gracias a los enormes profesionales de esa casa ya
a una gerencia que, en los años de Luís Ángel Rojo, era de las más serias y
solventes. El desastre de la crisis financiera ha arrasado, en gran parte, ese
prestigio, y si se demuestra, como me temo, que algunos directivos de la
entidad no hicieron caso a las advertencias que desde los profesionales de la
casa se les hacía sobre lo que se avecinaba, suya será la culpa de ese
destrozo, destrozo inmaterial, intangible, pero de una gravedad en su dimensión
institucional y temporal mucho mayor que la de cualquier cuenta de resultados. Muchas
son las explicaciones que aún se deben de lo sucedido en esos años aciagos.
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