A eso de las cuatro y media de la
mañana de hoy Madrid era un puro temporal de lluvia y viento. Las persianas de
casa se movían agitadas por una especia de baile de San Vito que amenazaba con descoyuntarlas
y el agua era lanzada contra ellas y los cristales como si alguien, con baldes,
la estuviera tirando con toda la saña del mundo. Me he levantado a ver el espectáculo
y créanme que impresionaba. Dudo que hubiera mucha gente por la calle a esas
horas, pero los que ahí estuvieran, los coches que circulasen entonces, menudo
temporal que estaban capeando. Lo mejor de contemplar esas escenas es la
seguridad de volverse a la cama y, aunque despierto, sentirse guarecido, a
resguardo del exterior.
No se si Rajoy habrá oído el
vendaval, Errejón seguro que sí, y a ambos les habrá suscitado sensaciones muy
distintas. Rajoy ha pasado uno de los fines de semana más plácidos, “búlgaros”,
aburridos, previsibles y sensatos de toda su vida, y no ha dejado de escuchar
loas y alabanzas a su nombre, algunas sinceras, otras fingidas, las más
interesadas, las menos emotivas, pero con idéntico resultado de encumbramiento
absoluto en las alturas del poder del partido, de su partido, que es su vida y
obra. El marianismo reina sobre el PP de manera absoluta, y como un Luis XIV en
Versalles, a su paso suena la orquesta, los nobles se giran y todo es cortejo y
aplauso. La verdad es que, como se preveía, los periodistas que han seguido el congreso
popular se han aburrido de lo lindo. En Vistalegre, donde a la vez se celebraba
la asamblea de Podemos, ha habido bastante más movimiento e interés, aunque al final
ha acabado pasando lo que muchos esperaban. Iglesias
ha ganado todas las votaciones a las que él, los suyos y sus ideas se presentaban,
y controla la organización de manera cómoda tras unos resultados en los
que, también, se muestra que los votos no son proporcionales a los
representantes conseguidos (pasa en todas las familias y colegios electorales).
El respaldo de la militancia a las tesis de Iglesias es, aunque suene
sorprendente, la guinda del pastel de Rajoy. Una victoria de alguno de los
postulados de Errejón quizás hubiera supuesto una fractura orgánica en Podemos,
aparentemente le debilitaría, pero le hubiera forzado a realizar un trabajo de
integración y apertura a otras corrientes, y así mostrar a la sociedad una
imagen más abierta. Eso se hubiera podido traducir en una mayor confluencia con
otros movimientos, con el PSOE y otras formaciones, y la famosa transversalidad
de la que habla Iñigo sin cesar que, no olvidemos, está en los genes fundadores
de un Podemos que no era un instrumento de la extrema izquierda, ni mucho
menos. La victoria de Iglesias, además de engordar aún más su ego si cabe,
corta todas estas posibilidades. Salvo auténtica sorpresa, Errejón y los suyos serán
relevados de sus cargos y, quizás, se les adjudiquen otros que tengan más de
simbólico que de relevante, perdiendo protagonismo y poder. Podemos, bajo el
mandato único de Iglesias, seguirá en un camino de radicalización y
enfrentamiento contra todos, que le ha permitido cosechar muchos votos, sí,
pero que le supone haber llegado a un techo que no puede traspasar. La imagen
de un Podemos enfadado es la perfecta, la más deseada por Rajoy, y por buena
parte del PSOE, para lanzarle las críticas más aceradas, y en parte acertadas,
sobre los males del populismo, para volcar sobre él la imagen de
irresponsabilidad e inmadurez frente a los acuerdos, el pacto y las medidas del
día a día que, gobierno y oposición, puedan pactar en el Congreso y demás
instituciones. Un Podemos radicalizado es el perfecto pimpampum sobre el que
descargar los errores propios y, por ello, es un regalo para sus adversarios.
Errejón seguro que ha oído el
vendaval de esta noche, y no habrá pensado mucho en metáforas tras el propio
que ha sufrido estos días, y el zarandeo que le espera a partir de mañana. Se
ha atrevido, cosa poco habitual en España, a llevar la contraria a la corriente
mayoritaria de su formación, y su derrota, cosa habitual en España, le condenará
con alta probabilidad al ostracismo. A partir de hoy veremos cómo se conforman
los cuadros dirigentes de la formación y qué papel se reserva a los seguidores
de Errejón, pero él es, seguro, el más consciente de lo fría y dura que es la
intemperie, lejos de las cálidas y recogidas mantas del liderazgo. Rajoy, de todo
esto, nada dice, ni siente ni padece. En el Valhala en el que se ha instalado
nada es morado ni rojo ni verde ni azul, sino del color que le place cada día.
Y siempre luce el sol
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