lunes, febrero 13, 2017

Rajoy gana dos veces, Errejón lo pierde todo

A eso de las cuatro y media de la mañana de hoy Madrid era un puro temporal de lluvia y viento. Las persianas de casa se movían agitadas por una especia de baile de San Vito que amenazaba con descoyuntarlas y el agua era lanzada contra ellas y los cristales como si alguien, con baldes, la estuviera tirando con toda la saña del mundo. Me he levantado a ver el espectáculo y créanme que impresionaba. Dudo que hubiera mucha gente por la calle a esas horas, pero los que ahí estuvieran, los coches que circulasen entonces, menudo temporal que estaban capeando. Lo mejor de contemplar esas escenas es la seguridad de volverse a la cama y, aunque despierto, sentirse guarecido, a resguardo del exterior.

No se si Rajoy habrá oído el vendaval, Errejón seguro que sí, y a ambos les habrá suscitado sensaciones muy distintas. Rajoy ha pasado uno de los fines de semana más plácidos, “búlgaros”, aburridos, previsibles y sensatos de toda su vida, y no ha dejado de escuchar loas y alabanzas a su nombre, algunas sinceras, otras fingidas, las más interesadas, las menos emotivas, pero con idéntico resultado de encumbramiento absoluto en las alturas del poder del partido, de su partido, que es su vida y obra. El marianismo reina sobre el PP de manera absoluta, y como un Luis XIV en Versalles, a su paso suena la orquesta, los nobles se giran y todo es cortejo y aplauso. La verdad es que, como se preveía, los periodistas que han seguido el congreso popular se han aburrido de lo lindo. En Vistalegre, donde a la vez se celebraba la asamblea de Podemos, ha habido bastante más movimiento e interés, aunque al final ha acabado pasando lo que muchos esperaban. Iglesias ha ganado todas las votaciones a las que él, los suyos y sus ideas se presentaban, y controla la organización de manera cómoda tras unos resultados en los que, también, se muestra que los votos no son proporcionales a los representantes conseguidos (pasa en todas las familias y colegios electorales). El respaldo de la militancia a las tesis de Iglesias es, aunque suene sorprendente, la guinda del pastel de Rajoy. Una victoria de alguno de los postulados de Errejón quizás hubiera supuesto una fractura orgánica en Podemos, aparentemente le debilitaría, pero le hubiera forzado a realizar un trabajo de integración y apertura a otras corrientes, y así mostrar a la sociedad una imagen más abierta. Eso se hubiera podido traducir en una mayor confluencia con otros movimientos, con el PSOE y otras formaciones, y la famosa transversalidad de la que habla Iñigo sin cesar que, no olvidemos, está en los genes fundadores de un Podemos que no era un instrumento de la extrema izquierda, ni mucho menos. La victoria de Iglesias, además de engordar aún más su ego si cabe, corta todas estas posibilidades. Salvo auténtica sorpresa, Errejón y los suyos serán relevados de sus cargos y, quizás, se les adjudiquen otros que tengan más de simbólico que de relevante, perdiendo protagonismo y poder. Podemos, bajo el mandato único de Iglesias, seguirá en un camino de radicalización y enfrentamiento contra todos, que le ha permitido cosechar muchos votos, sí, pero que le supone haber llegado a un techo que no puede traspasar. La imagen de un Podemos enfadado es la perfecta, la más deseada por Rajoy, y por buena parte del PSOE, para lanzarle las críticas más aceradas, y en parte acertadas, sobre los males del populismo, para volcar sobre él la imagen de irresponsabilidad e inmadurez frente a los acuerdos, el pacto y las medidas del día a día que, gobierno y oposición, puedan pactar en el Congreso y demás instituciones. Un Podemos radicalizado es el perfecto pimpampum sobre el que descargar los errores propios y, por ello, es un regalo para sus adversarios.


Errejón seguro que ha oído el vendaval de esta noche, y no habrá pensado mucho en metáforas tras el propio que ha sufrido estos días, y el zarandeo que le espera a partir de mañana. Se ha atrevido, cosa poco habitual en España, a llevar la contraria a la corriente mayoritaria de su formación, y su derrota, cosa habitual en España, le condenará con alta probabilidad al ostracismo. A partir de hoy veremos cómo se conforman los cuadros dirigentes de la formación y qué papel se reserva a los seguidores de Errejón, pero él es, seguro, el más consciente de lo fría y dura que es la intemperie, lejos de las cálidas y recogidas mantas del liderazgo. Rajoy, de todo esto, nada dice, ni siente ni padece. En el Valhala en el que se ha instalado nada es morado ni rojo ni verde ni azul, sino del color que le place cada día. Y siempre luce el sol

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