Si no fuera porque se trata del
país más nauseabundo de la tierra, del régimen más corrupto y de la más cruel y
sanguinaria dictadura, que oprime hasta límites inimaginables a los habitantes que
han tenido la desdicha de nacer en esa tierra, lo que sucede en Corea del Norte
daría para sainetes de todo tipo. Resulta ridículo hasta el extremo cualquier
información que nos llega desde ese mundo, que a veces parece estar más lejos
que cualquier exoplaneta distante años luz de la Tierra. El asesinato hace unos
días del hermanastro de Kim Jong-Un, el gordito regente de la nación, es una de
esas películas que no se presentan a los Oscar del Domingo. De hacerlo podrían
ganar de calle. Al menos el premio al mejor guion original.
Kim
Jong-nam fue asesinado en el aeropuerto de Kuala Lumpur por un comando que le
envenenó con un gas tóxico, que ahora sabemos que es un arma química, lo
que hace a todo el episodio aún más rocambolesco. Da no se que saber que en
cualquier parte puede haber agentes norcoreanos dotados de armas químicas
dispuestos a acabar con sus enemigos sin miramientos. El finado era hermanastro
de Kim Jong-un, el actual líder, y es que el padre de ambos, Kim Jong-il, era
muy aficionado a las películas, y más a las actrices. Simultaneaba la visión de
escenas con la reconstrucción de las mismas y, ya de paso, el fornicio con las
mujeres que actuaban en pantalla. Algunas de ellas eran norcoreanas, pero el
dirigente no le hacía ascos a las surcoreanas, más bien lo contrario, y cuando
se encaprichaba de una, la llamaba para que acudiera a su país y residencia
palaciega. Como nadie quiere irse allí, las actrices no contestaban a las
seductoras peticiones del “amado líder” y éste optaba por vías más expeditivas.
Durante unos años fueron corrientes las incursiones de comandos norcoreanos que
entraban en Corea del Sur y secuestraban gente (principalmente actrices) y las
llevaban al otro lado de la frontera. De la mayor parte de ellas nunca se supo,
y se sospecha que, de seguir vivas, se pudren aún en la presencia de las
autoridades de esa tiranía. De una de esas actrices fue hijo Kim Jom-nam, y
durante algunos años, entre la camada de hermanos y hermanastros del líder,
estuvo entre los predilectos. Pero al igual que la fama y los oropeles del
cine, que a veces bendicen a unos pero luego los maldicen, la estrella de Jong-nam
dejó de brillar en el paseo de la fama de la residencia de los Kim. Tras unos
años de estudio en el extranjero, el joven empezó a pasar bastante de la política
(es un decir) norcoreana y se dedicó a visitar casinos, centros de ocio y
parques de Disney, mientras mostraba una evidente tendencia al engorde marca de
la familia. El régimen empezó a verlo con malos ojos, y dio órdenes para que
fuera eliminado, primero de manera interna, y luego ya de cara a la ciudadanía
del paraíso norcoreano, que vio en Jong-un a una de las tantas encarnaciones
del mal que amenazan la tranquilidad del cielo divino en el que viven sus
ciudadanos. El joven Jong-un expreso varias veces su deseo de no volver a pasear
por las calles de Pyongyang, haciendo el sacrificio de perderse su rutilante y animada
vida. Su idea era sobrevivir a base de no ser nada en el mundo, de
desvincularse por completo de su familia y país, de no ser un rival para los
jerarcas del régimen. El mundo de los casinos y del ocio nocturno en los
depravados, decadentes y subdesarrollados países vecinos le atraía mucho más
que el paraíso comunista creado por su familia. Pero resulta evidente que
cuando al Kim reinante se le pone algo entre ceja y ceja, y le caben muchas
cosas dado que no tiene la cabeza ni el cuerpo pequeño, acaba sucediendo. Ahora
el joven Jong-un es un cadáver en la morgue de Kuala Lumpur y la trama de su
asesinato no deja de enrevesarse.
Pudiera pensarse que este
episodio de rencillas y vendettas en el clan de los Kim es algo asilado, anecdótico,
pero nada más lejos de la realidad. Realmente refleja muy bien cómo cada uno de
los “amados líderes” de ese régimen han gobernado a su pueblo y mundo. Piensen
ustedes que, si así se actúa contra los familiares directos, lo que no se hará
sobre, y contra, el resto de la población. Lo dicho, este domingo noche el
gordito Kim seguro que será uno de los espectadores de la ceremonia de los
Oscar, y todas las películas le parecerán flojas, en comparación con las que
inventa y produce desde su guarida celestial. Por el bien de todos, que no se
encapriche de Ema Stone en La la land o Amy Adams en La Llegada….
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