viernes, febrero 17, 2017

Trump, desencadenado

En la larga y asombrosa rueda de prensa que dio ayer Donald Trump, y que no tuve la oportunidad de seguir en directo, el Presidente de EEUU (Cómo me cuesta escribir este cargo y pensar en ese personaje) arremetió contra todo el mundo, calificó de desastre absoluto el país y administración que ha heredado, y calificó a la prensa de deshonesta y fuera de control. En esto último hay que darle al sujeto un margen de confianza y de validez, porque pocos como el mismo para saber lo que es la deshonestidad y actuar fuera de control. Pareciera por un momento que se estaba describiendo a sí mismo, en una actuación que, lo siento Alec Baldwin, no hay humorista que pueda superar.

Aunque no lo vaya a reconocer nunca, ha sido esta que termina una semana muy mala para Trump. La renuncia forzada de Michel Flynn, su asesor de seguridad nacional, tras conocerse los intensos contactos mantenidos con diplomáticos rusos antes de ser nombrado en el cargo. Esas conversaciones, encuentros e intercambios de información hacían aún más verosímil la cacareada teoría de la colaboración con la que contó el equipo de Trumo por parte de la inteligencia rusa para poder ganar las elecciones. Flynn intentó disculparse, inventó algunas coartadas, y nada pudo hacer cuando quedó claro que, salvo el vicepresidente Mike Pence, casi todo el equipo de Trump conocía esos contactos, que con tanta intensidad Flynn, seguía negando. Su renuncia ha sido, también, el resultado de la guerra que se vive en el entorno de Trump por hacerse con cuotas de poder. Rence Priebus, jefe de gabinete del presidente, y Steven Bannon, su influyente y extremista asesor, son las cabezas con más poder ahora mismo en Washington, y dictan los nombres que ocupan los cargos, y en su deseo está el dictar lo que los medios cuenten de las acciones de la presidencia. Esas dos personas encarnan el “trumpismo” frente al republicanismo clásico, que es donde reside el vicepresidente Pence y la mayor parte de los medios y altos cargos de la administración. Esas luchas internas por el poder muestran, cada día, el caos absoluto en el que vive la administración y que, en cierto modo, la mantiene paralizada (lo que, viendo las decisiones que toma, quizás no sea tan malo). La sensación de descontrol que se emite ahora mismo desde Washington es tan elevada como sorprendente y, si me apuran, grave. Pensar en la estrategia a medio plazo que va a regir la política del gobierno Trump en todas aquellas áreas de su influencia es una ilusión falaz, dado que día a día se improvisa, se trampea y se salta de chapuza en chapuza. Por ello no es extraño encontrarse con titulares como este que, si uno lo lee despacio, resultan incomprensibles. Resulta que las agencias de seguridad del país, que nunca se han fiado mucho entre sí, ahora se han puesto de acuerdo para no fiarse del Presidente, y no le cuentan todo lo que saben. No es una actitud rara si uno ve como un asesor de seguridad del propio gobierno debe renunciar tras mantener muchos contactos con el teórico archienemigo ruso, pero que la inteligencia, las cloacas si usted lo prefiere, el estado “profundo” se muestre receloso ante el poder establecido es algo que no tiene mucho sentido y, sobre todo, parangón en la historia de EEUU. Dado que la principal ley que rige ahora mismo en la Casa Blanca es que todo es mentira, salvo lo que sale de la boca del Presidente, quizás Trump la emprenda ahora, nuevamente, pero desde su sillón presidencial, contra la CIA, NSA, FBI y todo el conglomerado de seguridad interior y exterior que, le guste o no, le dotan de gran parte del poder que, presuntuoso, ejerce. ¿Va a lanzarse Trump a una batalla contra sus propios espías? Ni Putin ni otros mandatarios mundiales hubieran soñado un escenario tan de pesadilla para el imperio americano. Es desolador.

Y en medio de todo este caos, sólo veo un indicador de optimismo global, que es el Dow Jones. La bolsa de Nueva York, en todos sus índices, encadena máximos históricos en un proceso de subida libre que no tiene freno ni cielo conocido, y que no soy capaz de explicarles a qué se debe. El llamado “rally Trump” que empezó tras conocerse la victoria electoral de Donald, se extiende en el tiempo y ha proporcionado sustanciosas ganancias a inversores de medio mundo, donde los índices también suben arrastrados por la euforia neoyorquina. ¿Ilusión? ¿Espejismo? ¿Más dura será la caída? A saber. Lo único cierto es que nada seguro ni previsible va a venir del otro lado del charco en bastante tiempo, al menos en la política. Menudo desastre de hombre, de equipo y de gestión.

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