martes, mayo 23, 2017

Atentado terrorista en un concierto en Manchester

Me levanto por las mañanas, siempre a la misma hora, y en el salón desayuno algo rápidamente mientras veo las noticias, siempre con la esperanza de no descubrir malas novedades que hayan sucedido durante la noche. Varios han sido los despertares de sobresalto, por temas políticos y, sobre todo, terroristas. La maldad no entiende de horas y lugares, y puede obsequiarnos con el dolor nada más levantarnos. Esta mañana ha sido una de esas en las que mejor hubiera sido no poner la televisión, porque cuando me acosté ayer nada había sucedido en Manchester. Y ahora ya nada se puede hacer para evitar lo que ha pasado.

Aunque hay aún bastante confusión, la explosión de al menos un artefacto a la salida de un concierto en el Manchester Arena, ha causado al menos 22 muertos y decenas de heridos. El pabellón es un recinto cubierto del estilo del Palacio de los Deportes de Madrid o el BEC de Bilbao, para que se hagan una idea. Las crónicas, apresuradas y hechas en plena madrugada, que son lo que podemos leer ahora, relatan a duras penas el pánico de los congregados aún en el pabellón, que ven y oyen un estruendo en uno de los laterales, como muestra un vídeo que he visto en el telediario, aunque era difícil apreciar algo. La gran cantidad de adolescentes y críos que estaban en el recinto, muchos de ellos acompañados de sus padres y otros adultos, ha añadido sin duda más tensión en el ambiente, más dolor a lo sucedido, y no es descartable que entre las víctimas se encuentren personas de muy corta edad. Los servicios de seguridad, seguramente preparados ante un hecho terrorista pero también más que seguro desbordados por la magnitud y la mera existencia del mismo, han procedido también a evacuar la estación central de ferrocarriles de la ciudad, en lo que parece la extensión de una operación en búsqueda de sospechosos o de posibles nuevos artefactos, sin que ahora mismo pueda decirles nada sobre las características del explosivo utilizado, su cantidad, ni si, dato muy relevante, nos encontramos ante un suicida o no. Parece ser también que, como en ocasiones anteriores, se ha puesto en marcha una red improvisada de acogida por parte de los habitantes de Manchester a los miles de personas que, residentes de esa ciudad o no, se habían quedado en la noche varados a las afueras de un estadio convertido en el centro de la devastación. Mensajes de móvil y redes puestas en marcha ofreciendo cobijo, cama, calor y consuelo a personas que, sin duda, han debido vivir una experiencia traumática difícil de imaginar. Es más que probable que las nacionalidades de los asistentes al concierto sean muy numerosas, y que pueda pasar lo mismo entre las víctimas y heridos. No he podido escucharlos bien, pero los medios empiezan a colgar testimonios de españoles que, o estaban en el concierto, o residen en Manchester, y que sin duda podrán aportar algo de luz no tanto sobre lo sucedido como lo vivido posteriormente, el despliegue de seguridad y la sensación que ahora se vive en la ciudad, conmocionada por completo por un atentado que ha roto su noche. Al contrario que en ataques anteriores, más modestos en medios y en consecuencias, aunque un muerto sea irreparable en sí mismo, la dimensión de este atentado, y el que haya sido perpetrado en plena noche le añade aún si cabe mayor angustia. Y todo a las puertas del verano, época llena de festivales, conciertos, concentraciones al aire libre y eventos de todo tipo que, desde ahora, serán observados como potenciales focos de ataque terrorista, extendiendo el miedo a todos los lugares donde uno pueda imaginar, dado que el terror no conoce fronteras. Y, también, a escasas dos semanas de que se produzcan, el próximo 8 de junio, elecciones para la renovación de las cámaras y el gobierno del Reino Unido, elecciones marcadas por el Brexit y ahora, también, condicionadas por la seguridad.


Me quiere sonar que en la novela “Mr Mercedes” de Stephen King, hay un sujeto que tras cometer un atentado con un Mercedes contra una cola de desempleados que acuden a una oficina de empleo, y matar a unos cuantos, planea un atentado similar, suicida, en un recinto cerrado, en un concierto adolescente. Finalmente el atentado es desbaratado por un policía, coprotagonista de la novela. En esta ocasión el final no es feliz, y la realidad muestra su peor cara. Toca hoy uno de esos días que se hacen duros, muy cuesta arriba, en los que la información se mezcla con la crónica forense y donde las preguntas, muchísimas, apenas encontrarán respuestas. Manchester es hoy la capital del dolor.

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