Me levanto por las mañanas,
siempre a la misma hora, y en el salón desayuno algo rápidamente mientras veo
las noticias, siempre con la esperanza de no descubrir malas novedades que
hayan sucedido durante la noche. Varios han sido los despertares de sobresalto,
por temas políticos y, sobre todo, terroristas. La maldad no entiende de horas
y lugares, y puede obsequiarnos con el dolor nada más levantarnos. Esta mañana
ha sido una de esas en las que mejor hubiera sido no poner la televisión,
porque cuando me acosté ayer nada había sucedido en Manchester. Y ahora ya nada
se puede hacer para evitar lo que ha pasado.
Aunque
hay aún bastante confusión, la explosión de al menos un artefacto a la salida
de un concierto en el Manchester Arena, ha causado al menos 22 muertos y
decenas de heridos. El pabellón es un recinto cubierto del estilo del
Palacio de los Deportes de Madrid o el BEC de Bilbao, para que se hagan una
idea. Las crónicas, apresuradas y hechas en plena madrugada, que son lo que
podemos leer ahora, relatan a duras penas el pánico de los congregados aún en
el pabellón, que ven y oyen un estruendo en uno de los laterales, como muestra
un vídeo que he visto en el telediario, aunque era difícil apreciar algo. La
gran cantidad de adolescentes y críos que estaban en el recinto, muchos de
ellos acompañados de sus padres y otros adultos, ha añadido sin duda más tensión
en el ambiente, más dolor a lo sucedido, y no es descartable que entre las
víctimas se encuentren personas de muy corta edad. Los servicios de seguridad,
seguramente preparados ante un hecho terrorista pero también más que seguro
desbordados por la magnitud y la mera existencia del mismo, han procedido
también a evacuar la estación central de ferrocarriles de la ciudad, en lo que
parece la extensión de una operación en búsqueda de sospechosos o de posibles
nuevos artefactos, sin que ahora mismo pueda decirles nada sobre las
características del explosivo utilizado, su cantidad, ni si, dato muy
relevante, nos encontramos ante un suicida o no. Parece ser también que, como
en ocasiones anteriores, se ha puesto en marcha una red improvisada de acogida
por parte de los habitantes de Manchester a los miles de personas que,
residentes de esa ciudad o no, se habían quedado en la noche varados a las
afueras de un estadio convertido en el centro de la devastación. Mensajes de móvil
y redes puestas en marcha ofreciendo cobijo, cama, calor y consuelo a personas
que, sin duda, han debido vivir una experiencia traumática difícil de imaginar.
Es más que probable que las nacionalidades de los asistentes al concierto sean
muy numerosas, y que pueda pasar lo mismo entre las víctimas y heridos. No he
podido escucharlos bien, pero los medios empiezan a colgar testimonios de
españoles que, o estaban en el concierto, o residen en Manchester, y que sin
duda podrán aportar algo de luz no tanto sobre lo sucedido como lo vivido
posteriormente, el despliegue de seguridad y la sensación que ahora se vive en
la ciudad, conmocionada por completo por un atentado que ha roto su noche. Al
contrario que en ataques anteriores, más modestos en medios y en consecuencias,
aunque un muerto sea irreparable en sí mismo, la dimensión de este atentado, y
el que haya sido perpetrado en plena noche le añade aún si cabe mayor angustia.
Y todo a las puertas del verano, época llena de festivales, conciertos, concentraciones
al aire libre y eventos de todo tipo que, desde ahora, serán observados como
potenciales focos de ataque terrorista, extendiendo el miedo a todos los lugares
donde uno pueda imaginar, dado que el terror no conoce fronteras. Y, también, a
escasas dos semanas de que se produzcan, el próximo 8 de junio, elecciones para
la renovación de las cámaras y el gobierno del Reino Unido, elecciones marcadas
por el Brexit y ahora, también, condicionadas por la seguridad.
Me quiere sonar que en la novela “Mr
Mercedes” de Stephen King, hay un sujeto que tras cometer un atentado con un
Mercedes contra una cola de desempleados que acuden a una oficina de empleo, y
matar a unos cuantos, planea un atentado similar, suicida, en un recinto cerrado,
en un concierto adolescente. Finalmente el atentado es desbaratado por un policía,
coprotagonista de la novela. En esta ocasión el final no es feliz, y la
realidad muestra su peor cara. Toca hoy uno de esos días que se hacen duros,
muy cuesta arriba, en los que la información se mezcla con la crónica forense y
donde las preguntas, muchísimas, apenas encontrarán respuestas. Manchester es
hoy la capital del dolor.
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