En las películas norteamericanas,
la aparición de “los federales” supone que el caso pasa a mayores, que es grave
y peligroso, y es la antesala de que entren en escena los servicios secretos
cuando los extraterrestres o los islamistas andan cerca. En general el FBI es
puesto ante los ojos del espectador como un cuerpo de servicio y poder, pero se
le trata bien, y pocos son los casos en los que esos federales aparecen como
intrusos, abusones de poder, conspiranoicos y, en definitiva, un peligro para
la siempre pacífica sociedad rural estadounidense, pese a que en cada película,
o serie, un crimen ande rondando entre los pacíficos matojos y graneros de
turno.
A lo largo de este último año,
sin que tenga muy claras los por qué, el FBI ha destruido gran parte de su
imagen, no sólo para los que observamos la política americana desde fuera, sino
sobre todo para el propio ciudadano norteamericano, que ha visto, o es la
sensación con la que se ha quedado, que los federales están al servicio de
algunos intereses inconfesables, políticos en muchos casos. La gestión del caso
de los correos de Hillary llevó a que todos los demócratas acusaran al FBI de
connivencia con la campaña republicana o, incluso, con la mano negra rusa que
parecía estar presente en todo momento. La decisión de su director, James
Comey, anunciada muy pocos días antes de las elecciones de noviembre, de
reabrir el caso de los correos asestó un durísimo golpe, quizás el último
necesario, a una campaña demócrata que se las creía felices, pero que no estaba
transcurriendo exactamente como se esperaba. Tras esa jugada, y la posterior
victoria de Trump, los demócratas expresaron públicamente su reprobación a
Comey y, con él, a todo el FBI, una de las instituciones más importantes, y
soporte del sistema norteamericano. Con la mitad de la cámara en contra,
reforzada en su opinión tras la decisión de Trump de prorrogar el mandato de
Comey (pago a servicios prestados, gritaban los desherados de Hillary) el
asunto ruso seguía en el foco. La destitución de Michael Flynn, primer
consejero de seguridad de Trump, por sus vínculos con embajadores rusos, avivó
aún más el caso, y el FBI decidió intervenir, anunciando la aperetura de una
investigación oficial para saber qué hay de cierto en todos esos rumores y
determinar si, en verdad, Putin y sus espías intervinieron de alguna manera en
la campaña electoral de 2016. Esto alivió parte de la presión que se vivía en
el FBI desde el bando demócrata, pero la alentó por el republicano. Muchos
seguidores de Trump, que ahora ya copan puestos de poder en Washington,
bramaron contra esa decisión de los federales, acusándolos de dar crédito a
bulas e insidias, cuyo último fin era deslegitimar la honesta e incontestable
victoria electoral de Trump. En medio de un griterío creciente, sólo una cosa
era segura en Washington, y es la pérdida de confianza por parte de los dos
partidos respecto a una sacrosanta entidad, que había pasado de ser aliada del
poder a enemiga, a elemento conspirativo, quién sabe si fuera de control o, lo
que es más interesante, controlada por oscuros intereses. Nuevamente, y visto
desde fuera, el espectáculo resulta apasionante a la par que asusta lo suyo,
por el componente de lucha fratricida entre poderes que asoma en un Washington
dividido, oscuro y para nada referente de legitimidad y sensatez. La posición de
Comey en medio de este lío era cada vez más precaria, asaetado por unos y por
otros. Quizás su táctica en este instante fuera la de esperar a que las agua
amainasen un poco y, en función de la investigación “rusa” determinar qué hacer
con su carrera. Pero
los acontecimientos se lo han llevado por delante. Ayer, de manera fulminante y
sorpresiva, Trump le destituyó.
Y claro, la bronca que hay ahora
mismo en EEUU es monumental. Todo el mundo acusa a Trump de ejercer este
movimiento para paralizar la investigación rusa, y es un bandazo de primera,
porque como antes señalaba Turmp le renovó en el cargo al poco de llegar a la
Casa Blanca, lo que se interpretó en su momento como un pago a servicios
prestados por el destape de los correos de Hillary esos pocos días antes de las
elecciones. ¿Qué esconde este cese? ¿Sería tan burdo Trump como para hacerlo
por la investigación rusa, dejándose a sí mismo al aire? A saber, pero lo
cierto es que el ambiente no deja de enrarecerse en Washington y, con ello, la
impresión de descontrol que cada vez impera más en la política norteamericana.
Malo.
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