Qué bien le ha venido a Trump la
gira internacional que desarrolla esta semana para huir de un Washington en el
que las acusaciones relacionadas con el contubernio ruso no hacen más que
crecer. Investigadores, fiscales y medios revelen día a día noticias de enorme
gravedad y ante ello, la espantada presidencial permite a Trump y su séquito
vivir unos días ajenos al tumulto. Y de paso firmar infinitos contratos con las
monarquías del golfo, y acudir a visitar lugares santos relacionados con las
tres religiones monoteístas y asistir a las cumbres internacionales de la OTAN
y del G7, en los que afirmó no creer, pero que por lo visto, considera
importantes. Al menos para abroncar a los presentes.
Si alguien esperaba ayer en
Bruselas a un Trump distinto al que nos imaginábamos se llevó un chasco, pero
al contrario, si quería espectáculo y formas típicas de la prepotencia que ha
sido marca de la casa durante toda su vida, se lo pasó en grande. La
escena en la que Trumo empuja al Primer Ministro de Montenegro para ponerse
delante es, además de asombrosa, una pura definición del personaje. Un
comportamiento típico de macarra, de bruto de colegio, de niño malcriado que
quiere su juguete, o bien un trenecito o figurar el primero en la foto, y que
se salta a la torera normas, convenciones, formas y demás estilos educados de
los adultos que le rodean. Esa
escena resumen muy bien todo lo vivido ayer, durante la inauguración de la
nueva sede de la Alianza Atlántica en las afueras de Bruselas y, de paso,
un monumento conmemorativo del 11S. Muchas caras nuevas en ese encuentro,
especial interés por ser la primera cita europea del recién elegido presidente
francés Macron, pero sobre todo, Trump. La OTAN, no nos engañemos, es EEUU y
unos mariachis europeos que aportan poco y que, hasta hace no muchos años,
veían en esa organización la salvaguardia de su seguridad frente a las amenazas
del oso ruso. Por decirlo de una manera muy sencilla, Europa ha subcontratado
desde el final de la IIGM su seguridad a EEUU a cambio de no tener voto ni
poder de decisión, y de paso ahorrarse un dineral en inversión militar. Por
eso, el discurso de fondo sobre la necesidad de que Europa realizase
aportaciones más importantes de sus presupuestos a la defensa común y corra con
los gastos de una manera más ecuánime no es nuevo, y tiene bastante razón, y de
paso serviría para garantizarnos una cierta independencia de seguridad, que
ahora mismo no existe. Sin embargo, esta idea y cualquier otra, se ven
completamente saboteadas si un patán como Trump pone sus manos en ella y la
manosea con su estilo. La imagen de los líderes europeos escuchando el discurso
de Trump, oyéndose abroncados por alguien que casi les trata como si fueran sus
empleados, resultó bochornosa, y no tanto por, como algunos han comentado, la
sensación de humillación ante el emperador norteamericano, que también, sino
sobre todo por el destrozo, la ruptura de puentes de confianza y colaboración
que cada palabra mal dicha por Trump generaba en esa Alianza Atlántica que,
como un paquebote viejo, empieza a tener riesgo de naufragio en las aguas de
ese océano. De golpe y porrazo asumimos que el desgobierno que se ha instalado
en Washington perturba en todas las áreas posibles, no sólo la política doméstica
norteamericana, al borde del desquicio. El sucio incidente de May con los
servicios de inteligencia norteamericanos a cuenta de las filtraciones de
información relacionadas con los atentados de Manchester nos revela hasta qué
punto empieza a no ser fiable el socio más poderoso de todos los acuerdos y
alianzas que tenemos firmados en el mundo. Es como para echarse a temblar.
Supongo que a Trump esto no le
importa demasiado. Consiguió salir en la foto delante de todos los demás, y
seguro que aún no sabe quién es el sujeto al que empujó para hacerse sitio. Y
ni le importa. Su actitud y sus modos, con todo, ya ven que no son lo más
preocupante de su ejercicio del poder. ¿Cuántos destrozos ocasionará este sujeto
antes de que, de manera electoral o legal, sea apartado del poder? ¿Se puede
permitir EEUU a un presidente que no hace sino destrozar a cada paso la imagen
del país en el mundo? ¿Y los demás países de occidente, los mariachis, cómo
podremos estar seguros cuando nuestra potencia “amiga” se embarca en el camino
del desquicio? La gira europea de Trump nos deja demasiadas preguntas, y todas
ellas muy incómodas. Ninguna es novedosa, pero cada vez urge más tratar de encontrarles
respuesta.
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