Continúa la investigación en
torno al cruel atentado de la noche del lunes en Manchester. De
momento están siendo detenidos los familiares directos del asesino, residentes
en Libia, de donde provenía la familia, que huyó de Gadafi para encontrar
acogida en Reino Unido. Se intenta saber si en la radicalización del autor
estos familiares jugaron un papel activo o no tuvieron nada que ver, y cuáles
eran los lazos de amistad del autor con otros individuos. Cada pesquisa de este
tipo abre un árbol de confluencias y enlaces que puede llegar e espesarse muy
rápidamente, impidiendo avanzar en la investigación. Muchas veces son sujetos
fichados los que se encuentran en esas ramas, pero no tiene por qué suceder eso
siempre, ni mucho menos.
Algunos expertos han empleado la
expresión “salto cualitativo” para referirse a este atentado, tanto por su
objetivo como forma de actuación, y no estoy de acuerdo. Creo que “el salto” se
produce cuando uno está dispuesto a matar, cuando da ese paso en el que decide
que la vida de los demás no importa. El resto son graduaciones, formatos,
estilos, caminos, pero que parten de la base de que se ha decidido matar. Más
allá de este debate, lo cierto es que este atentado tienen características
propias que lo hacen más peligroso si cabe que los anteriores. Tras los sucesos
de Bataclán de noviembre de 2015 hemos vivido en Europa numerosos ataques, pero
con un denominador común, la ausencia de armamento. Individuos fanatizados, que
daban “el salto” y decidían matar, pero que carecían de estructura terrorista
dee apoyo, y le daban al ingenio (malditos sean) para lograr su objetivo.
Coches, camiones, atropellos… esos ataques, algunos de una crueldad sádica,
como el del 14 de julio en Niza, mostraban un cierto toque de desesperación y
aislamiento. Parecía que, desde Bataclán, las fuerzas y cuerpos de seguridad
habían logrado, al menos, impedir que fusiles de asalto, explosivo y armamento
de cualquier otro tipo llegaran a suelo europeo, por lo que el balance de víctimas
podía contenerse. El goteo de atropellos con vehículos ha disparado el número
de maceteros y bolardos en las calles, generaba terror entre la población, y
causaba víctimas, pero eran en cierta manera atentados “improvisados”. Impredecibles,
efectivos, pero de una menor dimensión. Lo de Manchester nos vuelve a poner sobre
la mesa un escenario Bataclán, con un sujeto que posee
el acceso a un armamento, en este caso explosivo, una bomba que no es
precisamente un juguete de feria, que ha sido elaborada con detalle por
alguien o varios sujetos, que saben lo que hacen, tienen acceso a los
materiales y disponen de tiempo y un espacio preparado para ello. En alguna
parte de, lo más seguro, Reino Unido, hay un piso o una lonja en la que se montó
la bomba que mató de manera tan salvaje el pasado lunes, y el miedo obvio, y
racional, es que no sea esa la única bomba que se haya podido crear en esa
localización, por ahora misteriosa. Encontrar ese maldito sitio es ahora mismo
una de las obsesiones de la policía y ejército de las islas, y no dejan de
rastrear pistas e indicios que les puedan llevar hasta allí. La muerte, más
bien desintegración del terrorista, nos cierra la puerta más sencilla para
saber quién o quienes le han ayudado a la hora de cometer el atentado, cómo y
cuándo le fue suministrada la bomba, si fue adiestrado para utilizarla o usado
como mero porteador mortal de un dispositivo que iba a explotar de todas todas.
Como ven, las preguntas no dejan de acumularse y, en el fondo, hay una de ellas
que rodea a todas las demás. ¿Hay un comando yihadista instalado en Reino
Unido? ¿Hay una célula activa que trabaja para cometer más atentados?
La respuesta más sencilla, basada
en la lógica y en las medidas puestas en marcha la noche del martes por el
gobierno de Theresa May, es que sí, que la hay, y que va a volver a actuar. Y
eso es lo que genera la sensación de miedo y de aumento de riesgo que se vive
ahora mismo en Reino Unido. La experiencia española a la hora de desarticular
comandos etarras, recuerden la permanente búsqueda del comando Madrid o el
Donosti, ilustra a las claras lo difícil que puede ser desarticular una célula
de este tipo, dar con sus componentes y encontrar sus infraestructuras logísticas
y suministradores, y eso que en aquellos casos el terrorista, que por definición
buscaba salvarse, dejaba inevitablemente pruebas tras huir del escenario de sus
crímenes. Difícil reto el de la policía británica, pero su éxito se traducirá
en menos atentados, menos muertes y mucho menos dolor. Ojalá encuentren pronto
a este atajo de malditos criminales.
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