Nos pasamos la vida exigiendo a
los partidos políticos debate, confrontación de ideas y candidatos y, en
general, formas democráticas. Y cuando así lo hacen, nos pasamos el resto del
día criticando sus divisiones internas y las crisis que han aflorado. Es un
poco incoherente, cuando no esquizofrénico. En este sentido el PSOE cumple
plenamente todo lo dicho. Ha dado un ejemplo de democracia interna, ante los
suyos y ante todo el país, y del proceso de primarias sale con unas divisiones
que son objeto de análisis y siembra de cizaña por parte de todos los que se
dedican a seguir los avatares políticos. Al menos debiéramos reconocerles el
ejemplo democrático que han dado.
La
victoria de Pedro Sánchez en la noche de ayer fue tan incontestable como
amarga la cara de derrota que exhibía Susana Díaz durante su breve y esquiva
comparecencia. Sánchez vuelve a la secretaría general del partido aupado por la
rabia de una militancia que ven en él un revulsivo frente a las formas del
aparato, que lo ha erigido como líder pese a que los resultados electorales
cosechados bajo su mandato fueron desastrosos, y que confía en su palabra
basada en un no a Rajoy como bandera, pese a la ausencia de un proyecto global
de futuro y de una línea socialdemócrata definida. El voto a Sánchez por parte
de los militantes es tanto un voto de esperanza en un nuevo PSOE como una manera
de enterrar el PSOE de toda la vida. Los líderes históricos, que en su inmensa
mayoría, por no decir totalidad, apoyaban a Susana, han sido derrotados con
ella, y ahora están ya jubilados de facto en un partido que, en su próximo
congreso federal abordará, quizás la mayor renovación de cargos internos de su
historia. Pese a lo logrado, Sánchez se enfrenta a enormes retos que pueden
hacer muy ingobernable su victoria. La división en el PSOE a la que antes
aludía es cierta, y los susanistas, heridos pero no desaparecidos, esperarán a
cobrarse alguna pieza tras lo escuchado durante la campaña electoral. Así
mismo, la mayor parte del poder regional que conserva el partido lo detentan
cargos, barones, afines a la línea clásica del partido, no de la cuerda de Sánchez,
por lo que la cohabitación con ellos será inevitable y, veremos hasta qué
punto, dolorosa. Al maremágnum interno del partido se suma un exterior muy
hostil. Podemos sigue en la puerta con el lanzallamas, tratando de destruir la
sede y alma del viejo partido para conseguir la hegemonía en la izquierda, su
objetivo principal, como buen estalinista, y ya la primera versión de Pedro
Sánchez mostró ser un débil adversario para un maquiavélico Pablo Iglesias.
¿Habrá aprendido algo Sánchez de aquella traición? ¿Será ya consciente de que
Podemos no es sino el peor adversario del PSOE, y que sólo busca su desaparición?
El PP quiere ganarle, pero también le necesita, sin embargo Podemos aspira a
laminarlo, hacerlo desaparecer. A todo este lío, de muy difícil previsión, se
junta la crisis global que atraviesa la socialdemocracia en toda Europa. Elección
tras elección los partidos socialistas europeos pierden poder y se convierten
no en minorías, sino en irrelevancias. En la próxima cita, 8 de junio, le puede
tocar el turno al laborismo británico. ¿Se enfrenta el PSOE a un escenario
similar? Son dos las alternativas posibles. Una, la que desea Sánchez, la
portuguesa, en la que el PSOE remonta, se convierte en claro líder de la
izquierda y, sumando apoyos del resto de partidos, logra el gobierno. La otra,
la que muchos temen, la francesa, en la que el PSOE, con un candidato radical,
provoca la marcha de los votantes tranquilos del partido a otras opciones
(¿Ciudadanos?) y cae por completo en el ostracismo, dejando el grueso de la
izquierda en manos radicales. ¿Será Sánchez el Benoit Hamon español? Sólo el tiempo
lo dirá.
Hay un aspecto de este proceso
que no puedo eludir comentar. Sánchez, Díaz y López han sido votados por sus militantes,
180.000 personas, un número ridículamente bajo del censo electoral. El grado de
afiliación política en España es bajísimo, y esa muestra de militantes probablemente
no es representativa de la población. El que haya ganado el candidato de la
militancia, mucho más radicalizada que la media, en vez de el electorado, puede
ser una de las causas por las que el PSOE no logra remontar el voto. En todo
caso, la decisión está tomada, y ahora queda por ver cuál es la versión de Sánchez
que se nos muestra esta vez y, sobre todo, qué respaldo electoral logra cuando
haya elecciones, que no se prevén en breve.
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