martes, mayo 30, 2017

El placer de la música barroca y los Gabrielli Consort Players

Al final este año he ido más veces al Auditorio Nacional de lo habitual. El ciclo Bach Vermut, en el que obras de órgano y viandas se programan durante varios sábados, y varios de los conciertos del “Universo Barroco” me han permitido acceder a intérpretes que escucho cuando quiero en casa pero que, en ocasiones, jamás había visto en directo. Y el resultado ha sido excelente. He estado en conciertos con Pablo Heras-Casado como director, en una memorable Pasión según San Mateo con el Collegium Vocale de Gante con Phillipe Herreweghe o, ayer mismo, en un veneciano y radiante concierto de los Gabrielli Consort & Players, dirigidos por su fundador Paul McCreesh.

El primer disco que escuché de esta agrupación está grabado en la iglesia de San Pedro de Lerma, y corresponde a la recreación de unas vísperas celebradas en esa iglesia con la presencia de Felipe III y el Duque de Lerma, valido real, a principios del siglo XVII. El disco presenta una música luminosa, potente, fresca y variada, en la que se alternan partes de la misa en canto llano, monodia gregoriana, polifonía renacentista, uso de instrumentos de viento, empleo del órgano de la iglesia y combinaciones entre varios o todos estos elementos, generando así una paleta sonora de lo más contrastada, variada y amena posible. Este disco me permitió asistir a una curiosa anécdota hace ya algunos años en Bruselas, en uno de mis muy escasos viajes de trabajo. Tras terminar las labores del día, estaba tomando algo y paseando por la Grand Place de la ciudad, siempre llena de gente y animación callejera, y un grupo de músicos tocaba algo con unas trompetas que me parecían antiguas. Tras unos aplausos y las monedas de rigor que dejaron algunos de los oyentes, descansaron un rato, y yo me fui paseando hacia otro lado cuando, de repente, empezó a sonar una música que venía de ese grupo de instrumentistas, que era justo la fanfarria de apertura del disco de los Gabrielli Consort grabado en Lerma. Me quedé paralizado y asombrado, me giré y acudí nuevamente hacia los intérpretes, escuchando aquellas notas potentes, frescas y que para muchos serían extrañas, pero que en mi casa había oído varias veces, y a buen volumen. Al acabar la pieza recibieron nuevos aplausos y monedas, a las que yo también contribuí, y saludaron a la gente con ademán de dar por acabado el “concierto”, momento que aproveché para acercarme más y, venciendo mi gran cobardía, atreverme a preguntarles cómo es que habían tocado esa pieza. Me preguntaron a ver si sabía cuál era y al decirles el disco del que provenía se les iluminó la cara. Eran miembros de una agrupación musical del norte de Italia, no recuerdo de que ciudad, y estaban por Bélgica intentando sacarse unos euros en lo que era el final del verano, septiembre avanzado, antes de volver para casa. Admiraban muchísimo a McCreesh, y eran conocedores y “versioneadores” de todas sus obras, y especialmente les encantaba ese registro grabado en Lerma y las recreaciones venecianas que ese grupo había hecho, basadas en composiciones de la familia Gabrielli, de donde habían tomado como homenaje el nombre del grupo. Les comenté que hacía poco había tenido una boda de una compañera de trabajo precisamente en la iglesia de San Pedro de Lerma, cosa que les encantó, y les conté algunas de las cosas que me había comentado el párroco sobre la visita de aquel grupo de músicos británicos tan bueno, simpáticos, profesionales y entregados a su trabajo y al cordero lechal y el vino, productos típicos de la ribera del Arlanza a cuyos pies se encastilla en un promontorio la colegiata que acoge a la iglesia de Lerma. Estuvimos un rato agradable hablando sobre la música, sobre lo alegre que era el repertorio barroco y renacentista, y lo contentos que estábamos por el resurgimiento de grupos que lo interpretaban y aficionados, cada vez más, que lo escuchábamos con deleite. Y todo ello en el marco de una Grand Place bruselense que, con música y chocolate belga, sabe a gloria.


Ayer los Gabrielli Consort, poseedores de un repertorio muy extenso en compositores y épocas, pero expertos en reconstrucciones, nos deleitaron al público presente con la música de una coronación veneciana de 1595, en la que la música de los Gabrielli, Andrea y Giovanni, aunque no solos, convirtió por un momento la ochentera y austera sala del Auditorio en un remedo de la bizantina catedral de San Marcos. Música pura, limpia y cristalina, con efectos de entrada al principio, uso inteligente de la trompetería y un conjunto vocal dúctil y exquisito tanto en las piezas de salmodia gregoriana como en las polifónicas. Una noche de lujo para despedir un ciclo barroco de un nivel y categoría extraordinaria. Antonio del Moral, responsable del CNDM para estos efectos, está realizando una labor excepcional. Gracias a él y a todos lo que hacen posibles estos conciertos.

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