Al final este año he ido más
veces al Auditorio Nacional de lo habitual. El ciclo Bach Vermut, en el que
obras de órgano y viandas se programan durante varios sábados, y varios de los
conciertos del “Universo Barroco” me han permitido acceder a intérpretes que
escucho cuando quiero en casa pero que, en ocasiones, jamás había visto en
directo. Y el resultado ha sido excelente. He estado en conciertos con Pablo
Heras-Casado como director, en una memorable Pasión según San Mateo con el
Collegium Vocale de Gante con Phillipe Herreweghe o, ayer mismo, en un
veneciano y radiante concierto de los Gabrielli Consort & Players,
dirigidos por su fundador Paul McCreesh.
El
primer disco que escuché de esta agrupación está grabado en la iglesia de San
Pedro de Lerma, y corresponde a la recreación de unas vísperas celebradas
en esa iglesia con la presencia de Felipe III y el Duque de Lerma, valido real,
a principios del siglo XVII. El disco presenta una música luminosa, potente,
fresca y variada, en la que se alternan partes de la misa en canto llano,
monodia gregoriana, polifonía renacentista, uso de instrumentos de viento,
empleo del órgano de la iglesia y combinaciones entre varios o todos estos
elementos, generando así una paleta sonora de lo más contrastada, variada y
amena posible. Este disco me permitió asistir a una curiosa anécdota hace ya
algunos años en Bruselas, en uno de mis muy escasos viajes de trabajo. Tras
terminar las labores del día, estaba tomando algo y paseando por la Grand Place
de la ciudad, siempre llena de gente y animación callejera, y un grupo de
músicos tocaba algo con unas trompetas que me parecían antiguas. Tras unos
aplausos y las monedas de rigor que dejaron algunos de los oyentes, descansaron
un rato, y yo me fui paseando hacia otro lado cuando, de repente, empezó a
sonar una música que venía de ese grupo de instrumentistas, que era justo la
fanfarria de apertura del disco de los Gabrielli Consort grabado en Lerma. Me
quedé paralizado y asombrado, me giré y acudí nuevamente hacia los intérpretes,
escuchando aquellas notas potentes, frescas y que para muchos serían extrañas,
pero que en mi casa había oído varias veces, y a buen volumen. Al acabar la
pieza recibieron nuevos aplausos y monedas, a las que yo también contribuí, y
saludaron a la gente con ademán de dar por acabado el “concierto”, momento que
aproveché para acercarme más y, venciendo mi gran cobardía, atreverme a
preguntarles cómo es que habían tocado esa pieza. Me preguntaron a ver si sabía
cuál era y al decirles el disco del que provenía se les iluminó la cara. Eran
miembros de una agrupación musical del norte de Italia, no recuerdo de que
ciudad, y estaban por Bélgica intentando sacarse unos euros en lo que era el
final del verano, septiembre avanzado, antes de volver para casa. Admiraban
muchísimo a McCreesh, y eran conocedores y “versioneadores” de todas sus obras,
y especialmente les encantaba ese registro grabado en Lerma y las recreaciones
venecianas que ese grupo había hecho, basadas en composiciones de la familia
Gabrielli, de donde habían tomado como homenaje el nombre del grupo. Les comenté
que hacía poco había tenido una boda de una compañera de trabajo precisamente
en la iglesia de San Pedro de Lerma, cosa que les encantó, y les conté algunas
de las cosas que me había comentado el párroco sobre la visita de aquel grupo
de músicos británicos tan bueno, simpáticos, profesionales y entregados a su
trabajo y al cordero lechal y el vino, productos típicos de la ribera del
Arlanza a cuyos pies se encastilla en un promontorio la colegiata que acoge a
la iglesia de Lerma. Estuvimos un rato agradable hablando sobre la música,
sobre lo alegre que era el repertorio barroco y renacentista, y lo contentos
que estábamos por el resurgimiento de grupos que lo interpretaban y aficionados,
cada vez más, que lo escuchábamos con deleite. Y todo ello en el marco de una Grand
Place bruselense que, con música y chocolate belga, sabe a gloria.
Ayer los Gabrielli Consort,
poseedores de un repertorio muy extenso en compositores y épocas, pero expertos
en reconstrucciones,
nos deleitaron al público presente con la música de una coronación veneciana de
1595, en la que la música de los Gabrielli, Andrea y Giovanni, aunque no
solos, convirtió por un momento la ochentera y austera sala del Auditorio en un
remedo de la bizantina catedral de San Marcos. Música pura, limpia y
cristalina, con efectos de entrada al principio, uso inteligente de la
trompetería y un conjunto vocal dúctil y exquisito tanto en las piezas de
salmodia gregoriana como en las polifónicas. Una noche de lujo para despedir un
ciclo barroco de un nivel y categoría extraordinaria. Antonio del Moral, responsable del CNDM para
estos efectos, está realizando una labor excepcional. Gracias a él y a
todos lo que hacen posibles estos conciertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario