Aún dura el suspiro de alivio que
se generó tras la victoria de Macrón en las presidenciales francesas. Una
candidatura abierta, moderna, que no vendía un discurso del miedo, anclada en
principios liberales, europeístas y modernos. Cierto es que queda la “segunda
vuelta” que son las legislativas, pero la ola Macron puede lograr que su
formación saque el resultado necesario para que la Asamblea Nacional le permita
gobernar tranquilo. Y de paso, poder arreglar los problemas de Francia,
enormes, representados entre otros por esos millones de votos que obtuvo la
candidatura extremista de Le Pen, el polo opuesto, en todo, a lo que representa
Macron.
Al otro lado del Canal de la
Mancha también hay elecciones en junio, y el panorama se presenta bastante
distinto. Qué absurdas paradojas. Tradicionalmente Francia ha representado el
espíritu proteccionista, la “grandeur” mal entendida, el chovinismo y la mirada
altiva frente a los demás, y Reino Unido ha sido cuna de liberales, de mentes
abiertas al mundo, el lugar en el que el comercio, la ley y la libertad han
estado por encima de todo, la isla a la que uno podía huir en busca de exilio
cuando en el continente la cosa se ponía fea. Pues bien, ahora el panorama
parece haberse invertido por completo, lo que no sólo me parece absurdo y
triste sino, sobre todo, incomprensible. Las elecciones británicas renuevan la
Cámara de los Comunes, donde se elige a cada representante por sufragio
mayoritario en cada uno de los cientos de distritos electorales en los que se
parcela el país. Las encuestas auguran una victoria arrolladora de los
conservadores de May, que encarnan cada vez con más fuerza al pacato
nacionalismo excluyente, en este caso inglés, frente a unos laboristas perdidos
y divididos. El laborismo se presenta con un programa radical, si entendemos
como tal a propuestas fracasadas ya en los ochenta, y con el Brexit como
bandera, lo que es antagónico para sus principios internacionalistas. Sólo los
liberales demócratas presentan un programa abierto, antibrexit y proeuropeo,
pero su fuerza es escasa y, de darse la muy anunciada mayoría absoluta
conservadora en Westminster, de nada les servirá sacar algunos escaños más o
menos. Quedan tres semanas para los comicios, fijados el 8 de junio (sí, es un
jueves, eso ya dice mucho de aquel país) y la última propuesta conocida de May
y los suyos va completamente en la línea del Brexit y la exclusión. Consiste en
duplicar para las empresas el coste de contratación de un extracomunitario. Para
todo empresario existen, allí, aquí y en todas partes, impuestos asociados a la
contratación de un trabajador, se llamen cotizaciones sociales o de cualquier
otra manera. Pues bien, para frenar la inmigración en el país, en lo que parece
ser la única obsesión que tienen los conservadores en la cabeza, May
anunció ayer que los impuestos a pagar por el empresario serán el doble si
contrata a un no inglés no comunitario que a un inglés o comunitario. Y dejó
caer que, de momento, los comunitarios no se verían afectados, por lo que
muchos suponen que no tardará mucho tiempo el futuro gobierno conservador en
extender esta medida, o alguna similar, a los trabajadores que, directamente, no
sean británicos. A falta de saber más detalles, esta medida afectaría a
trabajadores norteamericanos, australianos, hindúes, y muchos otros países con
los que el Reino Unido posee enormes vínculos, y no sólo por su pertenencia a la
Commonwealth. La tasa sería un claro caso de discriminación por origen y
nacionalidad, una medida de un marcado corte racista que se basaría únicamente
en el origen, en el pasaporte del individuo, no en sus estudios, capacitación,
valía laboral o experiencia. Me parece una idea aberrante, equivocada, retrógrada
y todos los adjetivos peyorativos que ustedes quieran imaginar.
Así que, si nada cambia, y parece
muy poco probable que eso suceda, a partir del 8 de junio habrá en Londres un
gobierno sostenido por mayoría absoluta en el Parlamento que tendrá como principal
guía de actuación no sólo el Brexit, sino la nacionalidad de los individuos, su
origen, y todo ello en un país que se va a enfrentar, cada vez con más tensión,
a procesos de ruptura en Escocia e Irlanda del Norte. En la patria de los
liberales Adan Smith, David Ricardo o John Locke el poder cada vez se vuelve más
retrógrado, cerrado y, sí, racista. La primera ministra se apellida May, pero
amenaza con llevar a sus islas al invierno ideológico. Es muy triste ver que
todo esto suceda.
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