lunes, mayo 29, 2017

Mal fin de semana para volar a Reino Unido

Colas enormes ante los mostradores, salas de embarque atestadas de gentes de medio mundo, y el otro medio, sin saber qué hacer ni a dónde ir, rostros de desesperación, hartazgo e incomprensión. Las imágenes que llegaban este fin de semana del aeropuerto londinense de Heathrow, el primero por tráfico de Europa, parecían la de cualquier terminal española afectada por una huelga de controladores o algo por el estilo, pero esta vez no era un paro de un sector laboral el causante de los males. Se trataba de una avería informática, un fallo de naturaleza desconocida que ha tenido parada a Bristish Airways durante todo el fin de semana y que aún hoy extiende sus consecuencias por otros vuelos de la compañía.
                                  
No se sabe cuál es la causa del fallo, o si en vez de ante un fallo nos hallamos ante un nuevo problema de ciberseguridad, como el que vivimos hace unos fines de semana con el famoso ataque malware, pero el resultado es más o menos el mismo. Un colapso en los sistemas informáticos de gestión, reservas, vuelo y demás operativas de la compañía que ha provocado su absoluta detención. Lo que no sería capaz de lograr avería mecánica alguna o conflicto laboral lo puede hacer el ordenador. Nuevamente tenemos ante nosotros la evidencia de hasta qué punto las máquinas ya son imprescindibles en nuestra vida, y de cómo nuestro día a día se ve plenamente condicionado a que funcionen. Suele decirse que una cadena es tan resistente como el más débil de sus eslabones, y en el caso de British se vuelve a comprobar que la informática parece ser la pieza más inestable de todas las de la compañía. El ataque de hace unas semanas nos volvió a poner sobre la mesa la emergencia de actualizar los sistemas operativos y, sobre todo, el plantearse hasta qué punto sería posible desarrollar la operativa de empresas, servicios y todo tipo de negocios en el caso de un desastre informático o eléctrico, que viene a ser algo similar. Y la respuesta parece sencilla y contundente. No es posible. Este texto que llene a través de sus pantallas se ha elaborado en otra, como el más mínimo e intrascendente de los ejemplos de trabajos que cada día realizamos en soporte digital. La mera imaginación de un gran apagón que, por ejemplo, dejara sin luz a una ciudad durante el tiempo suficiente para que las baterías de los smartphones se descargasen nos llevaría directamente a la edad de piedra, con las batallas a palos y piedras incluidas. Creo que es imposible el imaginar alternativas de trabajo, la productividad que ofrecen los soportes digitales es tan inmensa que no hay rivalidad posible, o al menos no se me ocurre, pero no podemos pensar que son la panacea absoluta o que no carecen de riesgos y problemas. A medida que más y más sectores y objetos son digitalizados crece el talón de Aquiles del software para cada uno de ellos, y por eso la necesidad de invertir en profesionales, medios y sistemas informáticos es creciente, y no se puede racanear dinero en esos asuntos. En muchas empresas, da igual su tamaño, se sigue viendo a la informática como un mal necesario, y a los profesionales que se encargan de su mantenimiento y arreglo como unos “nerd”, unos bichos raros a los que hay que soportar, y que realizan una labor auxiliar y prescindible. Qué falsa y equivocada es esa idea. Cuando la informática falla, todo falla, y el “maravilloso y vital proyecto que estamos desarrollando” (todos parecen serlo, curioso) se convierte en nada, en un vacío que no es más que una pantalla negra o, aún peor, azul, de la que no hay rastro alguno de ese apabullante powerpoint tan trascendente que todo lo iba a solucionar.


Imagino que los informáticos de British han debido de pasar uno de los peores fines de semana de su vida, casi al nivel de los pasajeros colgados en las terminales. Cuando este problema se solucione del todo la compañía aún tendrá que afrontar las recolocaciones de pasajeros de vuelos cancelados y, desde luego, las infinitas reclamaciones e indemnizaciones que se extenderán a lo largo de todas sus oficinas. Al final esta crisis “de los ordenadores” se traducirá en millones de euros de pérdidas, quizás decenas, quién sabe si cientos, que se anotarán en su balance, y quizás figuren en alguno de los powerpoints que se elaboren para los accionistas e inversores dentro de unos meses. Será una barra roja sobre, esperemos, no fondo azul.

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