Una vez oí decir a alguien, no
recuerdo quien, que los franceses, en su revolución, habían decapitado al Rey,
pero que se habían quedado con las ganas de tenerlo, y por eso la república que
habían creado elegía cada cierto tiempo a un monarca, dotado del poder, boato y
pompa de los antiguos borbones. Viendo las escenas de ayer en París, en la
noche, con la pirámide del Louvre de fondo, que enmarcaban a un Macron
poderoso, dándole el aire y aura de presidenciable, uno no podía sino compartir
esa impresión. Francia, en estos aspectos, mantiene unas costumbres y maneras
de imperio de toda la vida, aunque ya no lo sea.
Tal
y como se esperaba, Macron ganó las elecciones, con una diferencia superior a
los veinte puntos sobre Le Pen, que parece mucho, pero apenas es nada. El
último duelo comparable, el de 2002, que enfrentó a Chirac contra Le Pen padre,
se saldó con la victoria de la democracia frente a los totalitarios por más de
sesenta puntos. Desde entonces el radicalismo del Frente Nacional no ha ido
sino aumentando su poder en una Francia, y Europa, convulsa y desnortada. Le
Pen perdió, sí, pero se sabe ganadora de un amplio respaldo, y de lo que se ha
llamado la “desdiabolización” de su movimiento, el que sea considerado como
otro partido más, cuando no lo es. Pese a la derrota, puede considerarse
satisfecha, y eso es una mala noticia, y nos tiene que hacer reflexionar
sobremanera el que tanta gente en un país tan rico y culto como Francia vote a
una opción no ya rupturista, sino simplemente neonazi. Macron ha ganado, lo que
es una muy buena noticia. De todos los candidatos que se presentaban a los
comicios, era mi favorito, por su discurso proeuropeo y por presentar una
imagen que combina la renovación con la seriedad. Creador de un movimiento a su
servicio hace apenas un año, con sólo 39 cumplidos, MAcron ha protagonizado el
más fulgurante ascenso al poder en Francia visto desde la época de Napoleón, y
está por ver si acabará de una manera tan sonada, aunque es casi seguro que sea
de forma mucho más pacífica. En el semblante del discurso de ayer asomaba una
seriedad, fruto quizás de la responsabilidad por el cargo que asume, y de miedo
por lo que le viene. Habló a los reunidos en la explanada del Louvre para recordarles
que los retos que tienen por delante son inmensos, y en verdad que los son.
Recibe una Francia temerosa ante el terrorismo, dividida y con tendencias
extremistas muy poderosas en lo político, partida en dos entre las grandes
ciudades europeístas y globalizadoras frente a un interior que añora viejos
tiempos y ve en la apertura de fronteras todos sus males, y una economía
nacional que, aun siendo muy poderosa, poco puede hacer frente a la desatada
potencia de su vecino alemán. El reto de Macron es, cierto, inmenso, lo que
unido a las expectativas que ha deparado lo hace más proclive a la decepción
que al éxito, pero cierto es que en la biografía de este hombre abundan los
saltos al vacío que siempre acaban en mullido colchón de rosas, y que una vez
que ha alcanzado la presidencia no tiene por qué tener muchos reparos a la hora
de poner en marcha las medidas de política que ha anunciado, medidas que de
momento son un mejunje entre izquierda y derechas, liberalismo y social
democracia, lo que no tiene que ser necesariamente algo malo. Las recetas hay
que usarlas con inteligencia, y ante unos problemas buenas son unas, y mejores
otras ante restos distintos. En la elección de su primer ministro y gobierno
veremos las primeras concreciones de su discurso y por dónde va a caminar en
los próximos meses.
El sistema francés, pese a ser
muy presidencialistas, tiene una asamblea nacional elegida por sufragio
universal, como nuestras cortes, que también decide mucho. La elección de esa
asamblea tendrá lugar en junio, dentro de un mes, y es casi seguro que en ella
Macron no tendrá mayoría, lo que le obligará a pactar y ceder. De hecho tendrá
que conseguir candidatos para las circunscripciones de manera apresurada, dado
lo improvisado de su movimiento. En esa elección de junio se volverá a ver la
fuerza que pueda tener Le Pen, la izquierda dividida y la derecha clásica,
herida por la división y corruptelas varias. Volverá a ser un momento
determinante para la política francesa. De momento, ayer sonó el himno de la UE
en la explanada del Louvre para recibir a Macron, y eso me sabe a victoria.
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