Ayer
el juez Fernando Andreu dio por concluida la instrucción del caso Bankia,
otra muestra de que, lenta pero segura, la justicia avanza, y redactó un
escrito solicitando penas y preparándolo todo para la apertura del juicio oral.
La cúpula de la entidad corre con todas las acusaciones posibles, encabezada
por Rodrigo Rato y Jose Luis Olivas, este último expresidente de la valenciana
Bancaja, una de las piezas que formaron el Frankenstein bancario. En su
escrito, Andreu exime de culpa a dos instituciones muy relevantes, el Banco de
España y la Comisión Nacional de los Mercados y Valores, la CNMV, y creo que
ahí se equivoca estrepitosamente.
Una democracia, y una economía de
mercado, requieren de instituciones fuertes y solventes. Hasta los fanáticos
más acérrimos del liberalismo saben que son imprescindibles unas instituciones
mínimas que, por ejemplo, velen por el cumplimiento y defensa de los derechos
de propiedad. La dimensión y el alcance de dichas instituciones es objeto de
debate desde hace siglos y, aparecer, de imposible acuerdo, pero es innegable
su importancia. En economía, el papel de los reguladores es aún si cabe más
importante, porque en todo momento en el mercado se encuentran agentes que
poseen distintos grados de poder, incentivo, motivación e información. Si estos
reguladores no hacen bien su trabajo será inevitable que unos acaben estafando
a otros. Y la solidez, independencia y coherencia del regulador nos dirá mucho
sobre la calidad de esa economía de mercado, de hasta qué punto es algo así o
se parece más a un casino o a lo que también se conoce en la literatura, y no
sólo ahí, como capitalismo de amiguetes. Si quieren leer algo ameno e
instructivo al respecto, no se pierdan “Por qué fracasan los países” de Daron
Acemoglu, James A. Robinson, una joya de libro. Pues bien, el caso Bankia es un
ejemplo, también de libro, de fallo de los reguladores, de fracaso en su papel
de vigías y controladores en todos los puntos en los que debían haber estado
atentos y les correspondía por sus competencias. A quien más culpa se le puede
atribuir en todo esto es al pobre Banco de España, cuyos inspectores ya
advirtieron que las cuentas de Bankia eran menos creíbles que las charlas
homeopáticas, y que era altísimo el riesgo de quiebra de una entidad a todas
luces inviable. Esos avisos, que circulaban por el caserón de Alcalá, no fueron
escuchados por los directivos de la entidad, prestos al servicio del gobierno de
turno y, si fueron oídos, se olvidaron con la misma velocidad con la que el
dinero se perdía en la antigua Caja Madrid. Una vez que el Banco de España da
su incomprensible visto bueno, entra en escena la CNMV, al producirse la salida
a bolsa de la entidad. No éramos pocos los que decíamos que eso era un
disparate, y que iba a arruinar a los que, pobres, cayeran en esa trampa. Es labor
de la CNMV proteger al pequeño accionista no de las pérdidas, porque el riesgo
es de quien se mete en la bolsa, pero sí de las estafas, cuando se vende como sólida
y segura una acción de una entidad que estaba en la quiebra. Se admite ahora que
el folleto explicativo de la salida a bolsa estaba lleno de inexactitudes,
datos falsos y mentiras enormes, que en definitiva era un bulo para captar a
ingenuos y desplumarles en la esperanza de que fuera su dinero el que salvara a
la entidad y, por supuesto, a sus dirigentes. Y ante semejante riesgo, la CNMV
no hizo nada, Avaló todo el proceso, le dio una aura de seguridad y permitió
que pequeños (y no tanto) accionistas cayeran en la trampa de Bankia. Tanto por
acción como por omisión, los dos organismos reguladores fracasaron en sus labores,
no hicieron lo debido, contribuyeron a aumentar aún más la dimensión del
problema, y perdieron gran parte de su imagen y prestigio en el desastre que se
produjo pocos meses después del inicio de cotización de la entidad.
Por ello, es incomprensible e
injusto que ambas instituciones no sean acusadas en el escrito de instrucción,
porque su parte de culpa tienen, y no poca, en todo lo sucedido. Seguramente
fueron presiones políticas de primer nivel las que les obligaron a actuar así,
pero aunque eso explique lo sucedido, ni las justifica ni, desde luego,
exculpa. La acusación popular, con Andrés Herzogg a la cabeza, ya ha dicho que
va a recurrir el auto para que esos dos organismos se sienten también en el
banquillo, den explicaciones claras y se enfrente a la justicia, para que esta
decida las penas que les corresponden por su negligencia y traición a la trascendental
labor que tienen como partes fundamentales a la hora de crear mercado y
delimitar sus funciones. El fallo institucional de Bankia fue de primera
magnitud.
El lunes 15 es fiesta en Madrid y
me cojo de vacación el martes 16. Si no pasa nada raro, nos leemos el miércoles
17, con los previstos calores de mayo
No hay comentarios:
Publicar un comentario