Mucho
se ha advertido, desde todas las tribunas posibles, que la época que vivimos de
tipos nulos o negativos es anómala, y que quizás no volvamos a eras de tipos
disparados de dos dígitos, pero que tarde o temprano subirán desde sus
inusuales niveles actuales, y eso generará muchos efectos. Endeudarse es un
chollo a tipos nulos, y en estos años de bonanza muchos, en vez de aprovechar
para eliminar toda la deuda posible, se han metido en más préstamos, animados
por las condiciones de un mercado que casi los regala. Error. La subida de
tipos llegará, está por ver su dimensión, brusquedad y cuantía, pero sucederá,
y entonces muchos que ahora parecen sólidos caerán. Cuidado.
Argentina,
que raro, ha sido el primer país que se ha visto incapaz de afrontar los
iniciales síntomas de una futura subida real de los tipos. La
revalorización del dólar, intensa en estas últimas semanas, ha generado una
fuga de capitales en el país latinoamericano, y en otros emergentes, devaluando
sus monedas de manera tan acelerada como imparable. El peso argentino ha caído
como un ídem y el gobierno de Macri, con la reforma y modernización con
bandera, se ha visto obligado a recurrir a lo de siempre, la ayuda financiera
del odiado FMI, de infausto recuerdo para todos los porteños. Ha sido la
inflación lo que ha asustado a los ciudadanos de aquel país, en lo que es la
reaparición de uno de sus fantasmas típicos. La confianza del argentino en su
moneda es tan sólida como los lodos formados tras una tormenta, y el dólar
circula por aquel país con una facilidad y naturalidad pasmosa. Décadas de
conversiones bancarias, de ajustes y devaluaciones han arrasado la riqueza de
varias generaciones de argentinos, que han visto cómo ahorrar en su propia
moneda era el camino más seguro para acabar en la miseria. Las primeras subidas
de tipos de interés de la FED norteamericana y el repunte del dólar de estas
semanas han sido suficientes para generar el primer gran movimiento de
capitales desde los países emergentes hacia EEUU. Los bonos norteamericanos a
diez años han tocado el 3% de rendimiento y monedas como el peso argentino y la
lira turca se han desplomado. En el caso de Argentina, país cuya economía depende
notablemente de la exportación de materias primas y que importa gran parte de
sus productos de consumo, la devaluación de su mondes supone importar inflación
a toda velocidad en el seno de su economía, y los precios responden así con una
rápida intensidad a los movimientos de capitales. Durante poco más de una
semana el gobierno Macri y las autoridades monetarias de Buenos Aires han
tratado de contener este movimiento subiendo mucho los tipos de interés
locales, para hacer más atractivo el peso, pero sus esfuerzos no han servido de
mucho, incapaces de parar un movimiento que les desborda. Frente a crisis
pasadas, muy similares a esta, hay que reconocer en el haber de Macri la rapidez
con la que ha asumido la gravedad de lo que sucede y lo rápido que ha
renunciado al orgullo propio para solicitar ayuda. Gobiernos pasados del país
se empecinaron en ir contra los elementos y sólo agravaron una situación frente
a la que nada podían hacer. Cuando solicitaron la ayuda, y se tragaron su
orgullo, la economía del país sufría ya un grado de deterioro tan grave que los
paliativos de nada servían. Confiemos en que esta vez la urgencia a la hora de
tomar medidas reduzca los daños.
¿Es
esto el inicio del movimiento al alza de los tipos que tiene que llegar?
Probablemente sí, aunque es muy pronto para asegurarlo. Si uno pregunta a los
expertos hay coincidencia en señalar que ese momento cada vez está más cerca y
que, en todo caso, será gradual y suave, con efectos igualmente moderados y progresivos.
Me creo la cercanía, pero no la suavidad. La deuda global sigue creciendo y es
ya algo inmanejable, y como antes comentaba, algunos actores, púbicos y
privados, han aprovechado los años de bonanza para reducirla, pero otros muchos
se han embarcado en mayores endeudamientos. Las subidas pueden hacer daño en la
economía global y causar destrozos locales, a los que resulta muy difícil poner
nombre y localización en un mapa. De momento los argentinos ya saben, y notan,
que el viento ha cambiado y gira en contra.
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