jueves, mayo 10, 2018

Argentina, primera víctima de la normalización monetaria


Mucho se ha advertido, desde todas las tribunas posibles, que la época que vivimos de tipos nulos o negativos es anómala, y que quizás no volvamos a eras de tipos disparados de dos dígitos, pero que tarde o temprano subirán desde sus inusuales niveles actuales, y eso generará muchos efectos. Endeudarse es un chollo a tipos nulos, y en estos años de bonanza muchos, en vez de aprovechar para eliminar toda la deuda posible, se han metido en más préstamos, animados por las condiciones de un mercado que casi los regala. Error. La subida de tipos llegará, está por ver su dimensión, brusquedad y cuantía, pero sucederá, y entonces muchos que ahora parecen sólidos caerán. Cuidado.

Argentina, que raro, ha sido el primer país que se ha visto incapaz de afrontar los iniciales síntomas de una futura subida real de los tipos. La revalorización del dólar, intensa en estas últimas semanas, ha generado una fuga de capitales en el país latinoamericano, y en otros emergentes, devaluando sus monedas de manera tan acelerada como imparable. El peso argentino ha caído como un ídem y el gobierno de Macri, con la reforma y modernización con bandera, se ha visto obligado a recurrir a lo de siempre, la ayuda financiera del odiado FMI, de infausto recuerdo para todos los porteños. Ha sido la inflación lo que ha asustado a los ciudadanos de aquel país, en lo que es la reaparición de uno de sus fantasmas típicos. La confianza del argentino en su moneda es tan sólida como los lodos formados tras una tormenta, y el dólar circula por aquel país con una facilidad y naturalidad pasmosa. Décadas de conversiones bancarias, de ajustes y devaluaciones han arrasado la riqueza de varias generaciones de argentinos, que han visto cómo ahorrar en su propia moneda era el camino más seguro para acabar en la miseria. Las primeras subidas de tipos de interés de la FED norteamericana y el repunte del dólar de estas semanas han sido suficientes para generar el primer gran movimiento de capitales desde los países emergentes hacia EEUU. Los bonos norteamericanos a diez años han tocado el 3% de rendimiento y monedas como el peso argentino y la lira turca se han desplomado. En el caso de Argentina, país cuya economía depende notablemente de la exportación de materias primas y que importa gran parte de sus productos de consumo, la devaluación de su mondes supone importar inflación a toda velocidad en el seno de su economía, y los precios responden así con una rápida intensidad a los movimientos de capitales. Durante poco más de una semana el gobierno Macri y las autoridades monetarias de Buenos Aires han tratado de contener este movimiento subiendo mucho los tipos de interés locales, para hacer más atractivo el peso, pero sus esfuerzos no han servido de mucho, incapaces de parar un movimiento que les desborda. Frente a crisis pasadas, muy similares a esta, hay que reconocer en el haber de Macri la rapidez con la que ha asumido la gravedad de lo que sucede y lo rápido que ha renunciado al orgullo propio para solicitar ayuda. Gobiernos pasados del país se empecinaron en ir contra los elementos y sólo agravaron una situación frente a la que nada podían hacer. Cuando solicitaron la ayuda, y se tragaron su orgullo, la economía del país sufría ya un grado de deterioro tan grave que los paliativos de nada servían. Confiemos en que esta vez la urgencia a la hora de tomar medidas reduzca los daños.

¿Es esto el inicio del movimiento al alza de los tipos que tiene que llegar? Probablemente sí, aunque es muy pronto para asegurarlo. Si uno pregunta a los expertos hay coincidencia en señalar que ese momento cada vez está más cerca y que, en todo caso, será gradual y suave, con efectos igualmente moderados y progresivos. Me creo la cercanía, pero no la suavidad. La deuda global sigue creciendo y es ya algo inmanejable, y como antes comentaba, algunos actores, púbicos y privados, han aprovechado los años de bonanza para reducirla, pero otros muchos se han embarcado en mayores endeudamientos. Las subidas pueden hacer daño en la economía global y causar destrozos locales, a los que resulta muy difícil poner nombre y localización en un mapa. De momento los argentinos ya saben, y notan, que el viento ha cambiado y gira en contra.

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