Pocos
comentarios, prácticamente ninguno, me parecen necesarios a la
sucia carta con la que ETA anuncia su disolución, un texto lleno de
autojustificaciones, mentiras y acusaciones a unos y otros que tratan de
enmascarar tanto su fracaso absoluto como todo el dolor y muerte que han
causado en sus cerca de seis décadas de existencia. ETA es terror, muerte, vileza
y basura, y nada de lo que haga, diga o escriba podrá cambiar esa definición.
Su existencia ha sido la gran lacra de la restauración democrática española, el
auténtico residuo del franquismo que vivía entre nosotros. Su fin es la vuelta
a la anormalidad de todos, pero con el recuerdo eterno de las víctimas causadas
por su sinrazón.
Más
comentarios y sensaciones me genera otro comunicado, tan cobarde como el
anterior, emitido por los obispos vascos apenas unas horas después de que,
hace un mes, ETA anunciara que se iba a disolver en este mes de mayo. En él los
jerarcas de la iglesia vasca y navarra piden perdón por sus complicidades con
el terrorismo para, apenas una frase después, empezar a dar recomendaciones
sobre el cómo gestionar el escenario tras ETA, solicitando el acercamiento de
los presos y dando consejos sobre lo que es una reconciliación sincera y lo que
no. El papel de la iglesia vasca durante los años del terror, y la complicidad
y silencio por parte de la iglesia del resto de España al respecto, sólo puede
ser calificado con términos que empiezan en “repugnante” y van subiendo de
grado hasta alcanzar altas cotas de blasfemia. Pocos colectivos sociales se
mostraron durante aquellos años más silenciosos ante el fanatismo y
comprensivos con sus secuaces que la iglesia y todos los que la conformaban. En
el ambiente mafiosos de silencio opresivo que dominó el País Vasco durante
décadas los curas eran una de las piezas fundamentales para transmitir el
miedo, la consigna de callar ante el malhechor, de no “romper la convivencia”
de “no crispar” y de acatar. Desde los obispados a los curas de pueblo, sin
importar rango ni estatus, el mensaje eclesial era siempre el mismo, con el
mismo sesgo. ¿Hubo excepciones? Sí, escasas y meritorias, pero que fueron
acalladas desde todos los ámbitos, empezando por el de la propia estructura
eclesial. Hubo algunos intentos por parte de la jerarquía vaticana de controlar
esta situación, y fue la llegada de Ricardo Blázquez al obispado de Bilbao el
más significativo de todos ellos, pero “el tal Blázquez” como fue tachado por
parte de dirigentes nacionalistas de mucho peso, en seguida se mostró dócil y
comprensivo con la “problemática vasca” y dedicó su energía a combatir el
pecado que se encarnaba en la mujer y todo lo relativo a ella, dejando a los
“gudaris” en un segundo plano. Blázquez, como muchos religiosos, compró su
seguridad con su silencio, su tranquilidad con el agachar la cabeza ante la
serpiente etarra y sus secuaces, y eso provocó que los religiosos sean el único
colectivo significativo de la sociedad contra el que ETA no actuó. No hay
sacerdotes que hayan sufrido atentados, entre otras cosas porque durante
décadas no hubo sacerdotes que oficiaran funerales. Sumidos en un discurso retrógrado
en lo sexual, y aparentemente progresista en lo económico, algunos prelados
pasaron en poco tiempo de sacar a los franquistas bajo palio a mudar el santo
protegido, convirtiéndolo en la patria vasca a la que era lícito sacrificar
corderos y generar mártires en forma de luchadores. Esa actitud, que se ha
mantenido durante décadas sin rubor alguno, se pretende borrar ahora con ese aséptico
comunicado, redactado en unos minutos, y justo cuando los autores saben que ya
no podrán ser objeto de la violencia terrorista. Pero no, esas cobardías no se
limpian con vacías palabras.
No
ha sido la de los obispos la única cobardía cómplice que se ha dado en el País
Vasco, y resto de España, con el terrorismo etarra, y es que la pervivencia
durante tantas décadas de esa horrenda banda mafiosa se ha debido, entre otras
cosas, a esas cobardías, impuestas mediante el terror, que permitían perpetuar
el ambiente de hostigamiento y opresión, dando así oxígeno a los pistoleros.
Pero el caso de la iglesia vasca es especial, por su enorme relevancia en el
entramado social vasco, su peso, su influencia y, también, por la absoluta
traición que esta postura ha supuesto a los valores que dice pregonar. Por sus
hechos les conoceréis, proclama la lectura, y bien que les hemos conocido por
ellos.
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