lunes, mayo 21, 2018

Mayo del 68 con chalet


Se empieza a ver el final del mes y desde el principio tenía pensado escribir a lo largo de estos treinta y un días un artículo sobre el mayo del 68 francés, cuyo cincuenta aniversario se conmemora en estos mismos días. Ha querido la casualidad que haya estallado la polémica del chalet de Pablo e Irene, y quizás sea esa la guinda al pastel celebrativo, dado que la mitificada revuelta parisina fue una sublevación de estudiantes hijos de las clases pudientes parisinas que buscaban una revolución para salir de su aburrimiento y necesitaban emociones que les acercaran a los pueblos oprimidos a los que admiraban peo, desde luego, en nada querían parecerse.

No estuve en Mayo del 68, quedaban aún años para que naciera, pero lo aclaro porque todo el mundo dice en estas fechas que estuvo por allí, aunque fuese mentira. Se ha convertido en una seña ineludible del currículum del progresista. De aquellas jornadas de revuelta estudiantil no queda casi nada, salvo el aire de aventura que vivieron algunos en las calles del barrio latino, convertidas hoy en día en bello cauce para el río de turistas que las desborda y el recuerdo de unas jornadas en las que algo de violencia y mucho intelectualismo acabaron difuminados en sus propias contradicciones. El libro rojo de Mao, la cháchara vacía de uno de los mayores genocidas de la historia, era el texto de referencia de muchos adolescentes occidentales, que vivían cada uno de ellos mejor que cualquier residente en la China del idolatrado Mao, quizás incluso que el propio Mao. Mientras millones de orientales morían entre hambrunas y desplazamientos vestidos de revolución cultural, los parisinos salían a la calle enardecidos por la igualdad y la ruptura de las clases sociales. Sartre, el gran pensador del momento, estaba en la cima de su gloria, desde la que no hizo sino caer a toda velocidad, un proceso de derrumbe que aún hoy continúa y deja su obra y personalidad sometida a un ostracismo ya nada disimulado, mientras que el trabajo de su entonces secundaria compañera Simone de Beauvoir adquiere cada día más relevancia, no sólo por su lúcido y combativo feminismo, y los textos de Albert Camus, el gran enemigo de Sartre, se han convertido en la mejor cosecha literaria de aquellos años. Más allá del mito, pocas consecuencias prácticas tuvo el levantamiento parisino, salvo quizás, gracias a Simone, la presencia de la mujer, o mejor dicho, el inicio de la reivindicación de su presencia. Los obreros siguieron en sus fábricas, el gobierno gaullista ganó las elecciones que tuvo que convocar un De Gaulle que no entendía nada de lo que pasaba y que vivía el ocaso de su larga y dura vida y las calles parisinas se reasfaltaron, ya sin adoquines, tras el fin de los tumultos. Tras ese inicio de verano, llegó la eclosión de los hippies y la cultura del amor y las flores, pero eso ya no sucedió en la vieja Europa, sino en la soleada y distante California, que si ya para entonces tenía algo de mito, desde ese momento se convirtió en el absoluto centro de la modernidad, el deseo de futuro y la encarnación de todo lo soñado, joven y desatado. Los intelectuales franceses volvieron a sus aulas y sus discursos se hicieron cada vez más obtusos, oscuros y retorcidos, envolviendo en palabrería unas ideologías que estaban condenadas al fracaso. Sólo en países como España, donde la dictadura todavía gozaba de buena salud, eran idolatrados, principalmente por aquellos que no habían sufrido la experiencia de tener que leerlos. La llegada de la democracia a nuestras tierras, tarde, nos pilló con los hippies algo mayores, muchos de ellos inmersos ya en procesos de desintoxicación y con el flower power convertido en exitosa marca comercial, que para eso los americanos son unos genios, generando grandes beneficios. Y del mayo del 68, a mediados finales de los setenta en España, ya se acordaba poca gente, aunque ya quedaba bien decir que allí se había estado, fuera verdad o no,

Lo más relevante de 1968 no pasó en Paría, sino en Praga y en Méjico. Allí, bajo dictaduras reales, los jóvenes, no sólos, salieron a demandar libertad, de la que carecían, queriendo ser como los parisinos, que vivían en un paraíso sin saberlo. En esos dos países el grito de libertad, sincero y desesperado, fue ahogado por tanques y disparos, y el comunismo soviético y los militares mejicanos mataron la esperanza, y con ella a muchos ciudadanos. Y los intelectuales como Sartre nada dijeron, desde sus impolutas torres de marfil. Con el tiempo, muchos se encontraron con que bajo los adoquines que rodeaban la Sorbona no se encontraba la arena de la playa, sino el chalet con piscina. En España, como siempre algo tarde, algunos acaban de descubrirlo.

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