No
sabemos a qué personas conoceremos hoy, mañana o el resto de nuestras vidas,
pero sí tenemos la lista de los que despediremos cuando llegue el momento,
cuando se marchen definitivamente, llamadas por la muerte. Nuestras agendas
privadas y listas de conocidos públicos engordan con el azar y la fama, y
adelgazan cuando uno de ellos cae, sumiéndonos en el desconcierto y haciéndonos
recordar cuándo le conocimos, le vimos por primera vez, qué momento inolvidable
pasamos a su lado, qué jugarretas nos hizo, etcétera. Dice Philip Roth que la
vejez es esa edad en la que sólo se tachan nombres y teléfonos de la agenda,
que se va despoblando, y nada puedes hacer ante ello. Quizás crecer sea algo
parecido.
Para
muchos, Jose María Íñigo forma parte de sus vida de una manera más familiar que
muchos con los que comparten apellidos y, quizás, habitación y lecho. Desde que
tengo uso de razón su voz, poderosa, su bigote desproporcionado y su pelo,
enorme en su momento, inexistente los últimos años, está presente en lo que
asocio a la radio y la televisión. Por ser más joven, no llegué a vivir su
etapa gloriosa de la televisión, esas entrevistas con actuaciones musicales
que, en la cadena única, congregaban a medio país y llevaban hasta las casas de
una gris España sonidos y melodías modernas que eran lo más conocido en la
Europa de color a la que siempre soñábamos pertenecer. Desde sus inicios Íñigo
demostró que el mundo se le quedaba pequeño para lo mucho que quería vivir,
conocer y disfrutar, y eso, dicho y hecho por un bilbaíno que abandonó el botxo
camino a Londres, es mucho decir. Hizo carrera en Reino Unido, trabajó en la
BBC y llegó a España sabiéndoselo todo de la música moderna, de los grupos,
estilos y formas de actuación que triunfaban en todo el mundo, en una época en
la que la información viajaba mucho más despacio que ahora y en la que lo más
moderno musicalmente de la televisión española eran los coros y danzas regionales
a mayor gloria del Caudillo. Íñigo cogió la televisión y le pegó un meno
brutal, la creo de cero, hizo programas modernos, tan modernos que hoyen día se
siguen haciendo prácticamente igual, porque la fórmula no ha sido mejorada. En
ellos la música y el entretenimiento estaban por encima de todo, pero
era, como bien resaltó ayer Alex Grijelmo en su obituario, un entretenimiento
digno, de altura, de calidad. Decía Íñigo que se negaba a hacer algo que le
diera vergüenza de ver a él o a su mujer e hijos, y esa fue su máxima. Con los
años nuevos profesionales llegaron a TVE y la creación de las privadas cambió
el panorama televisivo. Íñigo fue relegado, considerado como algo propio de una
época pasada, y su presencia en el medio se fue reduciendo mucho. Pero no
estuvo quieto nunca. Los viajes y la gastronomía, otras de sus pasiones, le
llevaron por todo el mundo y se dedicó a gestionar webs y portales de viaje con
consejos sobre qué hacer y ver en destinos tanto convencionales como exóticos.
Hace ya varios años Pepa Fernández, que dirige los fines de semana “No es un día
cualquiera” en Radio Nacional, otro espectacular ejemplo de radio entretenida, cultural
y de calidad, lo rescató, lo incluyó en su nómina de colaboradores y le dio secciones
de todo tipo, que iban cambiando de temporada en temporada. Porque Pepa sabía
que Íñigo, al igual que Forges, era un genio, y que le pusiera a hacer lo que
fuera, lo iba a hacer de maravilla. Ella ha confesado muchas veces que él era
uno de sus grandes maestros, que cada vez que presentaba un programa o hacía
entrevistas se fijaba y trataba de hacer que eso tan difícil que lograba Íñigo con
naturalidad le saliera a ella, con enorme esfuerzo y tesón. Los responsables de
“Aquí la tierra” en TVE, otro muy buen programa, le ficharon hace pocos años, y
por toda España le mandaban para que probase platos y descubriera lugares. Y él,
como un becario, ahí que se iba, cataba, disfrutaba y daba lecciones de
naturalidad y dominio de la cámara.
Creo
que ha habido en España tres grandes creadores de la televisión, de sus
formatos y programas. Son Chicho Ibáñez serrador, Jesús Hermida y Jose María Íñigo.
Ya sólo nos queda vivo Chicho, muy retirado. Este sábado Pepa Fernández se
descomponía ante el micrófono al empezar su programa, a las 8:30, dando la
noticia de la muerte de su maestro y amigo, pero su profesionalidad le llevó a
hacer el programa, todo el fin de semana, como él hubiera querido que saliera,
con la congoja de todos los participantes pero con la profesionalidad y el
deber por encima de todo. El gruñón de Íñigo seguro que hubiera estado
encantado con el resultado, y le hubiera soltado a Pepa uno de sus “Naturalmente
que sí” cada vez que ella, a punto de derrumbarse, sacaría fuerzas de donde
no las hay para poder seguir con el programa. Él hubiera hecho lo mismo. No podía
haber mejor homenaje.
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