No
será porque no hay temas en la actualidad, casi todos ellos bastante
desagradables, pero me van a permitir que hoy me centre en un tema muy local y
en unas impresiones personales. Ayer fue San Isidro, patrono de Madrid y de
otras muchas localidades por la reverencia que le otorgan los agricultores. Con
motivo de las fiestas locales, el ayuntamiento ha colgado de farolas y postes
carteles, anunciadores de los festejos, algo que se hace siempre en todas
partes para señalar ferias, congresos o actos culturales. Los de este año han
tenido un éxito muy relevante. Y he de decir que a mi también me gustan mucho
pero, sobre todo, uno de ellos, me conmueve.
Son
cuatro imágenes, que pueden consultar y descargarse en esta web, creadas por la
artista Mercedes deBellard, de la que no tenía referencia alguna.
Protagonizados por mujeres, tres de ellos muestran a un solo personaje. Una
anciana, una chica joven y una mujer oriunda de Manila, con su mantón. Ambas
ríen con intensidad y transmiten mucha alegría. El cuarto de los carteles es el
único que muestra dos personas, una niña pequeña que ríe y una madre que la
porta en brazos, que mira girada al frente, y pone sus ojos en el espectador.
Esa madre no ríe. Es el único de los personajes que no muestra alegría. Si uno
se fija en sus ojos se encuentra irremediablemente atrapado, y no logra
separarse de ellos. ¿Qué transmiten? Pesadumbre, preocupación, cansancio… y
también misterio, intensidad y expectativas. Esa mirada interpela al paseante
que la ve en su recorrido por la ciudad y le obliga a pararse. Los otros tres
carteles y la niña de este cuarto transmiten un claro mensaje de alegría,
contagiosa, y ofrecen escasos motivos para la reflexión. Pero la mirada de este
cuarto personaje, de esa madre, no tiene nada que ver con lo anterior. El fin
de semana pasado me quedé un buen rato en una esquina, sentado en un banco,
mirando a este cartel, a esos ojos, que se asomaban desde el lateral de una
marquesina de autobús, apenas una estructura de cuatro travesaños metálicos y
cristal, que cobraba vida en la mirada de esa mujer. En medio del bullicio de
la calle, con un viento no muy agradable y la sensación de que la primavera
florida y hermosa que nos rodea y que se desborda en el mantón que porta la
protagonista del cartel no acaba de llegar a los termómetros, la mirada de esa
chica no dejaba de interrogarme, de plantearme dilemas, de auscultarme, de
obligarme a seguir allí parado respondiendo preguntas ¿Qué se oculta tras ese gesto,
esa pose, esa media vuelta? Muchas veces, en exposiciones en los museos, los
cuadros famosos nos gustan, pero son otros los que nos llaman la atención, los
que nos obligan a pararnos y nos “dicen” algo, reteniendo nuestra mirada sobre
ellos y obligándonos a responder a algunas de las preguntas que la imagen nos
genera. Ese es el triunfo absoluto del artista, del pintor en este caso, lograr
atraer al observador a su mundo y retenerlo, robarle la mirada para hacerla
suya y que el espectador no sea capaz de fijarse en otra cosa. Y para lograr
algo así es necesaria la técnica, sí, pero ni mucho menos basta. Uno puede
dibujar bien, mejor o peor, pero lograr captar el momento deseado y atrapar el
espectador es algo que no tiene una clara explicación sobre el cómo, ni el por
qué. deBellard muestra en
estos carteles saber dibujar muy bien, y usar los colores de una manera
luminosa y llamativa, pero nada cargante. Brillan con suavidad, llenan pero no
empalagan, y crea una atmósfera relajante, de pasteles horneados y praderas
apacibles.
Pero
en esa mirada deBellard esconde mucho más que un mero cartel. Trasciende la
fiesta que quiere pregonar, efímera por definición, y lleva el mensaje a un
punto de trascendencia. Si alguien me hubiera preguntado, cuando sentado
contemplaba el cartel, qué estaba haciendo, quizás le hubiera dicho que “nada”,
para que no me perturbara, pero debiera contestarle que “contemplar algo bello”
es lo que me tenía abstraído, señalando el lateral de la marquesina de autobús
desde que ella, impertérrita, no dejaba de mirarme y atraparme con unos ojos
oscuros, y un rostro lleno de belleza que sigo sin saber qué es lo que esconde.
Porque desde luego hay mucho más de lo que esa mirada muestra. Hay un infinito
al otro lado de esos ojos.
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