miércoles, mayo 23, 2018

Ha muerto Philip Roth


Este año está siendo horrible en lo que hace al fallecimiento de gente a la que admirar. Es normal que el tiempo y la parca hagan su trabajo, pero a veces parece que la señora de la guadaña se ceba y quiere recuperar un tiempo perdido para que Proust se sienta más acompañado. Forges e Íñigo han sido grandes pérdidas para el panorama nacional, y en el campo de la novela Phillip Kerr o, la semana pasada Tom Wolfe, nos han dejado para siempre. Y hoy, por la mañana, cada vez me da más miedo levantarme, me entero que ha muerto Philip Roth, a los 85 años, tras haber cumplido su promesa de hace unos años de dejar la escritura. Y me duele, me duele mucho.

Roth es, no quiero decir era, uno de los mejores y mayores escritores de la modernidad. Maestro de autores, prolífico, lleno de ingenio y mala uva, sus novelas abarcan casi todos los tipos de temas que un americano medio considera normales, y todo lo que un judío puede ver en su vida. Afincado en Newark, lo suficientemente cerca de Manhattan para sentirse neoyorquino pero a la distancia prudencial para saber que su país no es como la isla mágica de rascacielos, Roth es el inventor genuino de la autoficción, de tomar episodios de la vida propia y recrearlos como novelas o, directamente, dramatizarlos para convertirlos en literatura. Encarnado en su personaje fetiche, Natham Zuckerman, Roth cuenta su vida y evolución, y con ella la del país que le rodea. La liberación sexual, el macarthysmo, la progresiva pérdida de importancia de la religión en la vida social, la liberación de la mujer, la pérdida de raíces de la comunidad judía en la que se inserta y su progresivo proceso de adultez y decrepitud. Y el sexo. Para Roth el sexo es fundamental. Maestro del onanismo, sus novelas siempre poseen escenas de tono subido, nada de almibaradas y vacías poses eróticas, en las que los personajes obtienen algo de placer y mucho dolor por lo que renuncian o aspiran. Esa carga sexual ha sido siempre muy criticada y le ha hecho ser objeto de burla y escarnio por parte de muchos puritanos, empezando por los más ortodoxos de los judíos, que veían escandalizados como prepucios y Sabbaths eran manchados de un impúdico semen cada vez que las manos de Roth se ponían sobre ellos, a veces en el sentido más literal de la expresión. Las relaciones de pareja y familiares también son una constante en su obra, signo de una vida torturada en la que su matrimonio con Claire Bloom, fracasado y convertido en fuente de escándalos y acusaciones, se ve reflejado en tantas y tantas escenas de parejas que el describe con agudeza, en la que las discusiones pocas veces acaban en las manos, porque es tal la carga de profundidad de los resentimientos que se lanzan unos a otros en forma de frases memorables que no hay arma física que los pueda superar. Sus traumas políticos, su visión de América como una sociedad de destino, de refugio frente a la crueldad del mundo exterior, de una Europa que masacró a muchos de los suyos, y el peligro de que ese paraíso se corrompa y pierda también está presente en toda su obra. Los derechos civiles y la democracia, su necesidad de luchar día a día para conservarlos frente a los que los amenazan, y la fragilidad, alarmante, en la que se sustenta nuestra liberta, no dejan de obsesionarle y le obligan a defenderla en todo momento. La segunda mitad del siglo XX norteamericano es contado por Roth como ningún ensayo o documental histórico es capaz de hacer. Leer sus novelas es adentrarse en la vida del estadounidense medio, con sus grandezas y miserias.

Y la literatura, por encima de todo… Roth escribe de una manera magistral. Sencilla en apariencia, profunda y trabajada hasta el extremo, pero que no ofrece resistencia al lector, que se ve atrapado en la naturalidad de sus párrafos, descripciones y diálogos, poseedores de una fuerza sobrehumana. Decenas son sus títulos y estos días serán reseñados por muchos. Si escogen al azar entre todos ellos no se equivocarán. Eterno candidato al Nobel, la academia sueca ha perdido la oportunidad de enmendar sus actuales faltas al dejar que se vaya sin habérselo otorgado. Algunos en Suecia lo lamentarán en su perdido orgullo, pero hoy seremos muchos en todo el mundo los que sentimos que, en nuestras estanterías, se ha abierto un agujero irreparable. Ahora sí, Roth ya no escribirá nada, nunca más.

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