La
sucesión de noticias sobre actos violentos de todo tipo que suceden en
Algeciras ha logrado las últimas semanas escalar peldaños en el lodazal de
la actualidad, pudiendo disputar en atención a todo lo que (mal) sucede en
Cataluña. De repente todo el mundo se ha dado cuenta de que algo pasa en
Algeciras. Los medios y la opinión pública han empezado a fijarse en esa
localidad, la mayor del campo de Gibraltar, y en su puerto, el de mayor volumen
de mercancías de España y el cuarto de Europa, según leí hace poco, y parece
que esa localidad va a ser uno de los centros informativos del año. Lo que allí
está pasando, grave, demanda nuestra atención.
Si
hay dos palabras que describen lo que sucede en Algeciras, son paro y droga. La
tasa de paro de esa comarca es enorme, en una provincia Cádiz, con unos niveles
de desempleo absurdamente altos. La economía sumergida, que en localidades como
estas no tiene nada de encubierta, mantiene a flote una población que, si solo
obtuviera ingresos por las vías legales registradas, habría caído hace mucho en
la más absoluta indigencia. En todo caso, los ingresos son pequeños e
irregulares, y el futuro sombrío. Este es el caldo de cultivo perfecto para que
arraigue una industria, la del narcotráfico, que demanda gente valiente, capaz
de arriesgarlo todo, sabiendo que se juegan el pellejo, y que tienta con cifras
de ingresos que a usted o yo nos harían dudar de casi todo. Un chaval de Algeciras
se puede levantar miles, muchos miles de euros, ayudando a transportar,
esconder o mover droga, o simplemente por estar callado y seguir con su trabajo
en la estiba del puerto, haciendo la vista gorda con lo que pueda pasar por
allí. Este enorme negocio acaba manteniendo a muchas familias y supone no un
colchón, no, sino una industria que enriquece a gran parte de la sociedad y la
hace defensora de los malhechores, convertidos en su fuente de vida y
prosperidad. Cuando el tejido social se adapta a estas circunstancias y el
poder y dinero de las drogas lo tienen controlado, es muy difícil que la policía
o cualquier otro cuerpo de seguridad puedan volver a controlar el terreno. La
dinámica de violencia y corrupción adquiere fuerza propia y la sociedad, en
cierto modo, se independiza de la ley, se rebela ante ella. Se desarrolla, sí,
una estructura mafiosa y clientelar que es sostenida por amplias capas de la
población, y la vuelta a la normalidad resulta cada vez más complicada. ¿Ha
sucedido esto alguna otra vez en España? Sí, en Galicia, en la época dorada de
los narcos, de los Oubiña, Miñanco y compañía, que se enriquecieron hasta el
infinito mientras sus negocios de contrabando mutaban en auténticas industrias
de traslado de droga, especialmente cocaína, que regaba de dinero unas Rias
Baixas en las que sólo los pringados no se metían en un negocio que
proporcionaba dinero suficiente para que cualquiera fardase de coches y casas.
Críos que veían ante sí la oportunidad de sus vidas, que por llevar planeadoras
y esconder fardos ganaban miles de euros, que en las pesetas de entonces parecían
incluso más. Una situación que se descontroló por completo y que sólo empezó a
tener contestación social cuando muchos de esos críos traficantes pasaron a ser
consumidores y empezaron a morir por sobredosis. Y sus madres, que los enterraban
sumidas en el forzado silencio de la omertá, empezaron a rebelarse, a no
callar. A manifestarse en plazas y calles, llamando a los narcos por sus
nombres, de asesinos y traficantes, y no como los benefactores locales que
pretendían ser, y que muchos así veían. Este movimiento social, junto con la
implicación de la Audiencia Nacional y de la seguridad del estado a nivel
nacional permitió frenar aquello, detener a varios de esos narcos, y devolver
al redil a la sociedad. No eliminó el problema de fondo, que sigue, pero lo
domesticó y controló.
Visto
desde fuera, tiene toda la pinta que en Algeciras estamos ante el
descubrimiento de una nueva sociedad descontrolada, o más bien, controlada por
la mafia de la droga. Puede que aún estemos a tiempo de intervenir, de manera
decidida, constante y con firmeza, y nuevamente a nivel nacional, para evitar
que la localidad y su comarca caigan en el caos que se vivió en Galicia, pero
el tiempo corre en contra. Todas esto lo cuenta magníficamente Nacho Carretero
en su libro “Fariña” secuestrado de manera absurda por una decisión judicial
que no tiene un pase. Háganse con él, léanlo. Es un excelente reportaje periodístico
que pone los pelos de punta y da miedo. Ojalá logremos que Algeciras no llegue
a caer en una situación tan grave.
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