viernes, mayo 18, 2018

“Fariña” en Algeciras


La sucesión de noticias sobre actos violentos de todo tipo que suceden en Algeciras ha logrado las últimas semanas escalar peldaños en el lodazal de la actualidad, pudiendo disputar en atención a todo lo que (mal) sucede en Cataluña. De repente todo el mundo se ha dado cuenta de que algo pasa en Algeciras. Los medios y la opinión pública han empezado a fijarse en esa localidad, la mayor del campo de Gibraltar, y en su puerto, el de mayor volumen de mercancías de España y el cuarto de Europa, según leí hace poco, y parece que esa localidad va a ser uno de los centros informativos del año. Lo que allí está pasando, grave, demanda nuestra atención.

Si hay dos palabras que describen lo que sucede en Algeciras, son paro y droga. La tasa de paro de esa comarca es enorme, en una provincia Cádiz, con unos niveles de desempleo absurdamente altos. La economía sumergida, que en localidades como estas no tiene nada de encubierta, mantiene a flote una población que, si solo obtuviera ingresos por las vías legales registradas, habría caído hace mucho en la más absoluta indigencia. En todo caso, los ingresos son pequeños e irregulares, y el futuro sombrío. Este es el caldo de cultivo perfecto para que arraigue una industria, la del narcotráfico, que demanda gente valiente, capaz de arriesgarlo todo, sabiendo que se juegan el pellejo, y que tienta con cifras de ingresos que a usted o yo nos harían dudar de casi todo. Un chaval de Algeciras se puede levantar miles, muchos miles de euros, ayudando a transportar, esconder o mover droga, o simplemente por estar callado y seguir con su trabajo en la estiba del puerto, haciendo la vista gorda con lo que pueda pasar por allí. Este enorme negocio acaba manteniendo a muchas familias y supone no un colchón, no, sino una industria que enriquece a gran parte de la sociedad y la hace defensora de los malhechores, convertidos en su fuente de vida y prosperidad. Cuando el tejido social se adapta a estas circunstancias y el poder y dinero de las drogas lo tienen controlado, es muy difícil que la policía o cualquier otro cuerpo de seguridad puedan volver a controlar el terreno. La dinámica de violencia y corrupción adquiere fuerza propia y la sociedad, en cierto modo, se independiza de la ley, se rebela ante ella. Se desarrolla, sí, una estructura mafiosa y clientelar que es sostenida por amplias capas de la población, y la vuelta a la normalidad resulta cada vez más complicada. ¿Ha sucedido esto alguna otra vez en España? Sí, en Galicia, en la época dorada de los narcos, de los Oubiña, Miñanco y compañía, que se enriquecieron hasta el infinito mientras sus negocios de contrabando mutaban en auténticas industrias de traslado de droga, especialmente cocaína, que regaba de dinero unas Rias Baixas en las que sólo los pringados no se metían en un negocio que proporcionaba dinero suficiente para que cualquiera fardase de coches y casas. Críos que veían ante sí la oportunidad de sus vidas, que por llevar planeadoras y esconder fardos ganaban miles de euros, que en las pesetas de entonces parecían incluso más. Una situación que se descontroló por completo y que sólo empezó a tener contestación social cuando muchos de esos críos traficantes pasaron a ser consumidores y empezaron a morir por sobredosis. Y sus madres, que los enterraban sumidas en el forzado silencio de la omertá, empezaron a rebelarse, a no callar. A manifestarse en plazas y calles, llamando a los narcos por sus nombres, de asesinos y traficantes, y no como los benefactores locales que pretendían ser, y que muchos así veían. Este movimiento social, junto con la implicación de la Audiencia Nacional y de la seguridad del estado a nivel nacional permitió frenar aquello, detener a varios de esos narcos, y devolver al redil a la sociedad. No eliminó el problema de fondo, que sigue, pero lo domesticó y controló.

Visto desde fuera, tiene toda la pinta que en Algeciras estamos ante el descubrimiento de una nueva sociedad descontrolada, o más bien, controlada por la mafia de la droga. Puede que aún estemos a tiempo de intervenir, de manera decidida, constante y con firmeza, y nuevamente a nivel nacional, para evitar que la localidad y su comarca caigan en el caos que se vivió en Galicia, pero el tiempo corre en contra. Todas esto lo cuenta magníficamente Nacho Carretero en su libro “Fariña” secuestrado de manera absurda por una decisión judicial que no tiene un pase. Háganse con él, léanlo. Es un excelente reportaje periodístico que pone los pelos de punta y da miedo. Ojalá logremos que Algeciras no llegue a caer en una situación tan grave.

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