Finalmente,
al límite del plazo, el PNV dio su brazo a torcer y apoyó los presupuestos del
gobierno, y en la última votación de enmiendas otorgo el sí necesario para
que las cuentas públicas fueran aprobadas. Aún quedan algunos trámites en el
Senado, pero los presupuestos de 2018 serán aprobados casi a mitad de año. Un
éxito para Rajoy. En la decisión del PNV ha pesado lo mucho que ha conseguido,
la presión de los jubilados vascos, que están día sí y día también en la calle,
y su hartazgo, nunca dicho, sobre la situación catalana, la deriva de Quim
Torra y demás “Puigdemones” y el enquistamiento de una situación que amenaza su
postura pactista y la colecta obtenida mediante esa actitud
¿Me
gustan los presupuestos? No. Debiera valorarlos positivamente, porque en lo que
hace a mi economía personal recogen una suida de más del 1% a las nóminas de
los empleados públicos, y dado que lo soy, me beneficiaré de ello. Así,
criticarlos es echar una piedra sobre mi cuenta corriente, pero lo cierto es
que resulta obtuso comprobar cómo, otra vez, con una economía expansiva, que
crece claramente por encima del 2%, las cuentas públicas presentan un superávit
que casi iguala a esa tasa de crecimiento. La
Comisión Europea está harta de denunciar que las cuentas públicas españolas
incumplen de manera constante los escenarios de déficit y que, pese a que
se moderan las tasas del mismo, no se alcanza el cero en ningún momento. Recuerden
que el déficit que se genera cada año es lo que se acumula en torno a ese
maravilloso concepto llamado deuda, que no deja de engordar dado que ese
déficit aporta algo año a año. Como en estos últimos ejercicios el aporte de
déficit ha sido menor que la tasa de crecimiento, el ratio de deuda respecto al
PIB se ha estabilizado, bajando algunas décimas incluso, pero vivimos en la
angustiosa barrera del 100%, un mundo glorioso si se compara con el de nuestros
primos italianos, que tienen su 131,8% como una espada de Damocles sobre la
cabeza, pero que viven acostumbrados a ella sin sobresaltos. Recuerden que
antes del estallido de la burbuja nuestra deuda estaba en torno al 40%. Esa cifra,
maravillosa, era irreal, como se ha demostrado, fruto de una burbuja que hacía
disminuir el peso de prestaciones sociales como el desempleo y disparaba los ingresos
vía impuestos directos e indirectos. La vuelta a la “normalidad” tras lo años
de crisis (sí, esto que vivimos es la nueva normalidad, más nos vale que nos
acostumbremos a ella y que se mantenga) ha dejado unas partidas de gasto
estabilizadas, como las del desempleo, y otras crecientes, como las de las
pensiones, con unos ingresos que no suben como antaño, porque la actividad económica
no es desatada y nuestro sistema impositivo es arcaico y lleno de parches. Es
necesario hacer una reforma intensa tanto en el lado de los ingresos como en el
de los gastos para modernizar y adaptar esas figuras a la realidad. ¿Recoge
algo de esto los presupuestos? No. Los impuestos se retocan, como siempre,
añadiendo complejidad, pero no se remozan como es debido. Y los gastos, ay, los
gastos se disparan. Fruto de la necesidad de acuerdo partidas como sueldos públicos,
pensiones y otras se ven muy incrementadas cuando era el momento de dejarlas algo
quietas, de ahorrar en las cuentas públicas, de sanearlas para cuando vengan
curvas y las cosas se pongan malas, para poder tener entonces músculo
financiero y afrontar la adversidad. Se dice que el presupuesto debe ser anticíclico.
Conservador y prudente cuando la economía crece y expansivo cuando decrece,
usando los márgenes generados en el primer escenario para capear de mejor
manera el segundo. Aquí hacemos todo lo contrario. Ahondamos los recortes cuando
llegan las crisis, porque hemos gastado en exceso en las ápocas de bonanza y no
hemos ahorrado. Ya nos pasó en el pasado, y por el mismo camino transitamos. La
alegría de gasto de estos presupuestos no creo que sirva para dar muchos votos
al gobierno, y sí futuros déficits.
Un
pequeño apunte sobre una partida concreta de gasto. Por
lo que he visto por ahí la I+D+i vuelve a ser una de las partidas más
controvertidas y destinadas a generar polémica. En teoría su importe crece,
pero en la práctica, año a año, su ejecución baja, y los organismos públicos
encargados de la gestión de las políticas científicas e innovadoras se quejan
sin cesar de su ahogamiento. Esto no es novedoso, y no hay día en el que una
voz autorizada, la
de Cotec esta semana, por ejemplo, denuncie la situación de la I+D+i en el
país. ¿Arreglan estos presupuestos este asunto? No, ni lo harán los pasados ni
los futuros, porque seguimos viento la I+D+i como un gasto, no como lo que es, inversión
de futuro
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