Hemos
vivido en Europa otra de esas noches decisivas en las que las reuniones del
consejo se eternizan y las horas de la madrugada caen sin que el acuerdo
llegue, lográndose un apaño de mínimo poco antes de que salga el sol. Es casi
tradición bruselense que así sea, y casi todos los acuerdos comunitarios, trascendentes
o no, se han alcanzado de esta manera. El de esta madrugada es de los
importantes, por lo que supone e implica, por el reparto de poder que
representa en las instituciones comunitarias y, también, porque salva a Angela
Merkel y a su gobierno de un amenazado abandono de los socios bávaros de la
CSU. Y Merkel encarna Europa.
El
acuerdo de mínimos sobre inmigración supone un punto de partida, no una meta,
hacia una gestión distinta del problema de la que se ha ensayado hasta ahora.
Se ha decidido establecer centros de acogida en los países europeos que hacemos
de frontera sur, sin que esté muy claro cómo se crearan, cómo se gestionarán y
qué destino se de a las personas que a ellos acudan. Como esto va a ser una
responsabilidad de varios países Italia logra uno de sus grandes objetivos, que
es el de no estar sola en la acogida de la avalancha migratoria. El desborde de
sus instalaciones y poblaciones costeras por oleadas de inmigrantes llegadas
desde que Libia no existe como tal se tradujo, entre otras cosas, en un ascenso
imparable del voto antiinmigrante, y la llegada al poder de personajes racistas
como Salvini, que han condicionado mucho esta cumbre. Su actitud chulesca y
desafiante obtiene réditos y se puede considerar como uno de los ganadores de
esta noche. El que la responsabilidad de acogida recaiga en los países frontera
también es una victoria de los países del este, encabezados por los cuatro que forman
el grupo de Visegrado. Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia han organizado
una entente reaccionaria en el seno de la UE que se opone a todo lo que no
tenga relación con la recepción de fondos para esas naciones. Sus decisiones
obstaculizan sin cesar el proceso de integración y, en el caso de la inmigración,
su boicoteo es total, dejando claro que no van a admitir a ningún migrante en
su territorio, sea cual sea el origen de su marcha de su nación originaria. A
estos cuatro países les ha salido un grupo de naciones de apoyo, más tibias
pero con idénticos sesgos, encabezadas por Austria y la mencionada Italia,
cuyos nuevos gobiernos son nacionalistas propios a ultranza, y los referidos bávaros
de la CSU alemana del principio, que ni son nación ni nada, pero poseen el
poder para tumbar el gobierno de Alemania. El acuerdo de esta noche hace que,
en general, no se vean implicados con el problema de la inmigración, les siga
pareciendo algo lejano, y subcontratan en el sur del Europa el trabajo de gestión,
acogida y auxilio de los inmigrantes. Ellos, por su parte, se dedicarán a
blindar aún más sus fronteras y, en la medida de lo posible, hacerlo con fondos
comunitarios, para no gastar muchos euros de su propio presupuesto. Son otros de
los ganadores de esta noche. Al respecto de estos países del este surge cada
vez más en la UE clásica una sensación de hartazgo, tristeza y rabia al ver cómo
la gran ampliación de la Unión hacia un este que salía de una atroz dictadura
comunista se ha convertido en la inserción ene l club de unas naciones que, sin
que esté muy claro el por qué, se comportan de una manera egoísta y cicatera
hasta el extremo. Nunca esos países, que han pasado un siglo XX atroz y cruel hasta
el extremo, han tenido ante sí una mayor oportunidad de prosperidad y
desarrollo. Y su comportamiento, profundamente exigente y desagradecido,
resulta impropio, por ser generoso.
El
titular del artículo de hoy hace referencia a Víctor Orban, presidente de Hungría,
y adalid de las reformas reaccionarias en su país y en los de su entorno. Con
un discurso populista y lleno de falsedades, revalida mayorías absolutas en
cada elección y lleva a su nación, y a Europa en su conjunto, hacia unas
posiciones cada vez más extremas no ya en materia de inmigración, sino en algo
tan básico como los derechos y libertades civiles, que son la esencia de
nuestra democracia. Orban representa un movimiento retrógrado que, no
olvidemos, cosecha votos y apoyo popular, por lo que no podemos simplificar sus
efectos y hacer como que no existen. Orban es la muestra de un problema, grave,
que anida en el fondo de nuestras sociedades, y que cada vez aflora con más fuerza.
¿Cómo responder ante eso? ¿Cómo ganarle la partida?