¿Les
suena el nombre de Iván Redondo? Debiera, créanme. Gran parte de las cosas
que han pasado en España en estas últimas semanas de vértigo han sucedido por
su voluntad, por sus ideas y los pálpitos que le ha transmitido a su jefe,
Pedro Sánchez. Él vio la oportunidad de hacer caer al gobierno de Rajoy cuando
pocos lo esperaban, él supo que la sentencia de la Gürtel era la gota necesaria
para desmoronar los apoyos en torno a la figura del ya expresidente y, sobre
todo, él supo ver en Sánchez un caballo ganador y lo entrenó, si se me permite
la expresión, sin muchos más apoyos, hasta que la carrera de su vida comenzó. Y
la ganó.
Iván
redondo es un consultor político, una de esas figuras que trabajan en la sombra
y que modelan las luces del poder que nos deslumbran, admiran y horrorizan. De
treinta y muchos años, está bregado en la política española desde hace mucho
tiempo y ha trabajado tanto para el PP como para el PSOE. Primero con los
populares, a los que llevó a la victoria en territorios hostiles, imposibles,
como Extremadura u Hospitalet de Llobregat, ocn candidatos tan diferentes entre
sí como Alfonso Monago o Xabier García Albiol, que no son sólo antítesis
estética, sino también ideológica. Redondo supo ver en ellos cualidades
ganadoras y, sobre todo, supo ver en cada uno de los mercados electorales la
llave que les permitiría conquistarlos. Adaptó discursos, formas, mensajes y
campañas de tal manera que sólo el logo del PP fuera común, nada más. Tras esos
triunfos Redondo quiso entrar en la política nacional, en la primera división,
y se ofreció al PP de Génova, que lo rechazó, en una decisión que sin duda
ahora lamentan tantos por los pasillos de la sede popular y por las
habitaciones de sus casas particulares, a donde han retornado tras dejar el
poder. Miedo a lo nuevo, descreimiento ante tácticas arriesgadas, comodidad,
sentido de la superioridad de una visión antigua que fue efectiva pero que no
era capaz de ver que hacía aguas… no lo se, supongo que un poco de todo. El Pp
no quiso a Iván, pero Iván quería llegar al poder, y vio a un candidato desahuciado
por los suyos, dejado en la cuneta, que se resistía a perder, que quería seguir
en la brecha, llamado Pedro Sánchez. E Iván vio allí un diamante, un candidato
perfecto para modelar, un hombre que tras la derrota total podía reconstruirse
desde cero, sin ataduras ni compromisos. Iván se ofreció a Pedro, Pedro lo
fichó y se dejó asesorar por Iván. Y el tándem empezó a funcionar desde la nada
hasta la reconstrucción del poder interno de Sánchez en un PSOE en el que su
retorno a la Secretaría General fue visto por muchos como algo milagroso,
impensable. Iván logró crear el relato del hijo pródigo, del derrotado que
renace de sus cenizas, que se reconstruye, una idea llena de épica que las
películas explotan sin cesar y que los espectadores devoran una y otra vez, y
no cesan de aplaudir cunado ese héroe destruido, que a mitad de metraje es la
imagen de la derrota y el abandono, se rehace en medio de acordes épicos y
logra una victoria soñada al final, justo antes de los títulos de crédito.
Historia una y mil veces contada, pero efectiva todas ellas. Lo que se ha
producido en la política española en estas dos últimas semanas es, además de
inédito, la culminación de ese relato de héroe que renace, de un Sánchez que de
la nada llega a lo más alto que uno pueda imaginar, y con Iván de su lado. Por
eso no tiene nada de raro que le haya nombrado su jefe de gabinete, un cargo
que no tiene el relumbrón de Ministro, pero que es más poderoso que muchos de
ellos. Iván tendrá acceso a toda la información de que disponga el gobierno, y
será el que pueda hablar con Sánchez sin cortapisa alguna. Coordinará todo y
será su consejero de referencia. Y si Sánchez se deja, podrá determinar
políticas y estrategias.
Iván
es muy listo y ha trabajado mucho y bien, y es confeso admirador de esa
grandiosa serie que es “El
Ala Oeste de la Casa blanca” que, en siete temporadas, enseña plenamente
cómo funciona la política, sus luces y sombras, y cómo se gestiona el día a día
del poder en una entidad en la que el trabajo desborda a los brillantes genios
que la habitan y desviven. Soñó Iván algún día con ser como Toby Ziegler o Josh
Lyman, personajes de esa trama y ayudantes de primera de sus jefes, pero ha
acabado siendo Leo Mcgarry, el jefe de gabinete de las primeras temporadas, sustituido
después por CJ Cregg. Si quieren un consejo, vean el “Ala Oeste”, déjense
deslumbrar por los diálogos imposiblemente perfectos de Aaron Sorkin, disfruten
y aprendan. Iván lo hizo y no le ha ido nada nada mal.
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