Curiosamente
se cumplió lo previsto y, a lo largo de la mañana de ayer, no se presentó un
candidato sorpresa de renombre a la carrera por la presidencia del PP. Sí lo
hizo un concejal de un pueblo valenciano, que junto con otros dos de los
aspirantes forman el trío de desnocidos. García Margallo juega por libre, y Pablo
Casado, Cospedal y Sáenz de Santamaría son el trío de ases en esta disputa que
enfrenta a siete
aspirantes. Entre ellos estará la disputa por el trono de hierro, o el anillo
de poder que se diría en El Señor de los Anillos. Por lo que hemos visto en
estos últimos años, la metáfora de Tolkien me parece más acertada que la de
Martin.
Hay
que reconocer que al PP le ha surgido, casi de la nada, un proceso sucesorio de
lo más democrático, abierto y moderno, justo en un partido que, literalmente
hasta ayer, se caracterizaba por entronizar a los líderes que eran señalados
como tales por el que en ese momento era el regente del poder. Aquellos años en
los que el sucesor estaba escrito en un cuaderno azul y Aznar presumía de ello,
y enseñaba las tapas para dar morbillo a la prensa (y miedo a los suyos)
afortunadamente son pasado. Los militantes del PP se enfrentan, por primera
vez, a una sucesión en la que pueden elegir, en la que van a ser escuchados y
preguntados, cosa que nunca antes sucedió, y eso deja abierto el escenario
sobre lo que puede llegar a suceder. Todas las quinielas disputan la elección
entre las dos grandes exjefas que han existido hasta hace unos días.
Descartando el tío desconocido, a Margallo, y a sabiendas de que a Pablo casado
le esperan aún bastantes noticias sobre sus másteres y demás estudios
convalidados, es lógico pensar que la lucha se dispute entre Cospedal, la jefa
del partido, que controla el poder interno del mismo, y Sáenz de Santamaría,
hasta hace nada vicejefa del gobierno, que controla los resortes de lo que era
el poder efectivo. Lo ideal para el partido sería un candidato que combinase
ambos factores (¿Feijóo?) pero no es así, por lo que la elección se presenta
disputada. Y como en toda elección que busca un candidato electoral, los
miembros del PP debieran preguntarse no sólo cuál es el rostro que prefieren,
sino también cuál es el rostro que cuenta con más posibilidades de cosechar
votos en unos futuros comicios. Quizás, si les preguntamos a los militantes,
sea Cospedal su favorita, crecida dentro del partido y defensora de una postura
más clásica y rígida, y si les preguntamos a los votantes de centro derecha la
favorita sería Sáenz de Santamaría, que ofrece una imagen más moderna, abierta,
dialogante y con el conocimiento de lo que es gobernar de facto. Como dijo
Keynes, para acertar quién gana en un concurso de belleza (entonces estaban
mucho más de moda que ahora) no debes votar a la que te parezca más guapa a ti,
sino a la que crees que al resto se lo va a parecer. Me da que Soraya sería un
cartel electoral mucho más potente de cara a unas futuras elecciones, y los
rivales del PP también lo saben. Probablemente prefieran una victoria de
Cospedal, mucho más asociada a los casos de corrupción de la época recién
terminada, y a la que se puede también atacar por su papel al frente de la Junta
de Castilla la Mancha. Para los nuevos partidos (ya no tan nuevos) Soraya también
resulta más difícil de ser atacada porque ofrece un perfil de gestión mucho más
técnico y menos político. Ese, precisamente, es, curiosamente, el mayor obstáculo
de Soraya para ganar estas primarias y cualquier elección. Su falta de emoción,
la ausencia total de sentimiento en su discurso, que sigue todavía lleno de
tics de opositor que recita temas. En un mitin en un pueblo Soraya se puede
encontrar con auténticos problemas para conectar con la audiencia. En eso
Cospedal es una política muy superior. Gane quien gane de las dos (si no lo
hace un tercero) accederá al control de un partido que ya no será tan rígido
como antaño y que tendrá que “recoser” tras el proceso electoral y el trauma de
la pérdida de gobierno.
Y
el poder y el anillo… quien se presenta a estos cargos es porque, sobre todo,
ansía el poder, que es una de las drogas más duras y efectivas. Dejar el poder
supone un trauma por el que todo el que lo alcanza debe pasar, antes o
temprano, lo admita o no. En este sentido la
imagen de Rajoy entrando ayer en su despacho de registrador de la propiedad de
Santa Pola es, así lo siento, admirable. Rajoy, tras su derrota en la moción,
se ha ido del todo, se ha retirado, porque ha considerado que es lo más honesto
que podía hacer. “Ni tutela ni tutía” que dijo Fraga, pero de verdad. La
democracia es esto, que alguien que hace dos semanas lo fuera todo ahora ya sea
una persona normal, sin cargo ni responsabilidad. A Rajoy le quitaron el poder
y ha sabido renunciar a él. Y eso le honra.
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