Comentaba
en el viaje de vuelta a Madrid de la boda del pasado sábado a una de las acompañantes
que iba en el coche que ya tenía ganas de vivir una semana tranquila, sin
exceso de noticias, sin sobresaltos ni bombazos informativos que nos dejasen
tan asombrados como agotados. Unos días aburridos, en los que no pasase nada, o
diera esa apariencia. Pensaba entonces, ingenuo de mi, con la puesta sol
reflejada en las torres de Madrid a nuestra llegada, que la reunión de Trump
con Kim sería el gran acontecimiento semanal, y que tras los envites de la
pasada, esta sería más serena. Sí, no dejo de equivocarme, y cada vez en mayor
grado.
No
creo que estemos viviendo hechos excepcionales, salvo miren por donde, la reunión
entre Trump y Kim, pero si resulta asombrosa la velocidad a la que se suceden,
solapan y se desarrollan. Dimisiones de ministros, órdenes de cárcel para
famosos, líos en eso que se llama fútbol y cosas por el estilo han sucedido
siempre, pero es cierto que esta semana se han producido episodios en todos los
ámbitos de la sociedad y la política como precipitados por una cascada,
amarrados unos a otros, en una secuencia imposible de digerir, menos analizar y
ni soñar en asimilarlo. Quizás sea eso, la creciente velocidad, la aceleración,
lo que caracteriza a este tiempo que vivimos, la sensación de que todo va muy rápido,
cada vez más, y que el control de las situaciones se escapa de nuestras manos
como arena en la playa. Es indudable que la invasión de las tecnologías de la
comunicación y su omnipresencia nos ha cambiado la vida, y eso, entre otras
muchas consecuencias, algunas aún por descubrir, ha provocado que las noticias
y sus impactos corran a una velocidad inusitada. No pasaron ni doce horas desde
que una web nos hizo saber de los chanchullos fiscales del ministro de cultura
hasta su forzada renuncia por unos hechos que, a primera hora de la mañana, consideraba
pasados e inocentes. El proceso de adquisición de una novedad, digestión,
reacción, generación de consecuencias, respuesta de las partes implicadas,
novedades, etc, se dio a una velocidad tal que era imposible de ser asimilado
como es debido. Vivimos en una sociedad en la que este comportamiento veloz y
antireflexivo se ha convertido en norma. Cierto es que mejor que antireflexivo
debiera usar la expresión de imposibilidad, porque esa es la cuestión. La
velocidad impide tener el tiempo necesario para informarse, reflexionar,
sopesar y poseer una opinión fundada ante algo. Problemas complejos se muestran
en tuits de decenas de caracteres y al instante uno debe poseer una opinión
acertada, plena, inamovible y sin fisuras al respecto. Debe posicionarse, optar
por un sí o un no ante cosas de las que, antes, quizás ni hubiera sido capaz de
responder. Si no se tiene posición, uno se ve criticado por ello, por propios,
ajenos y extraños, y el único consuelo es que la propia velocidad de los hechos
hace viejos en días, horas, debates sesudos que son suplantados por la última hora
producida en otro aspecto de la actualidad a veces tan distante como opuesto, y
vuelta a empezar con el proceso del sí y el no, estos o aquellos, la elección de
la posición y la defensa a ultranza de la verdad verdadera frente a la malvada
falsedad, aunque uno a veces no sepa ni de qué habla. Debates y posturas falces
las ha habido siempre, pero lo novedoso hoy es esa velocidad. ¿Cómo sortearla? Una
opción muy socorrida es tirar de argumentarios. Uno trata de identificar en la
noticia o tema de debate diversos conceptos que están ideológicamente marcados,
sin que se tenga muy claro el por qué, y agarrándose a ellos se replica el
argumento que dirían “los míos” ante ello frente a “los otros” y así se logra
acertar muchas veces y no salirse de bando. No exige pensar y proporciona confort.
Es
una actitud que, la verdad, me repugna. No se quiénes son los míos ni quienes
los otros, y cada vez más lo que requiero es tiempo, instantes aunque sea, para
digerir lo que sucede, y no acabar como una bulímica, empachado y vomitado tras
una ingestión masiva y no digerida de actualidad frente a la que muchas veces
no poseo una opinión plenamente formada, y desde luego ni mucho menos
argumentada. En tiempos de creciente aceleración y complejidad, cuando más
debieran crecer las dudas y menores parecen las certezas, más se polariza y
simplifica el debate social. Justo al revés de lo que debiera. Ojalá la semana
que viene tenga una actualidad más sosegada y nos deje reposar y pensar. Casi
seguro que me equivoco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario