miércoles, junio 13, 2018

El Aquarius es sólo una muestra del problema


Es infame dejar morir a los náufragos. En todos los mares y épocas los barcos han rescatado a aquellos que yacen en el agua o sobre embarcaciones improvisadas y no tienen manera de fijar un rumbo ni alcanzar destino. La decisión del gobierno español de acoger a los cerca de 600 migrantes que yacen en el Aquarius es humanitaria, lógica, y salvará probablemente las vidas de todos ellos, pero que nadie piense que este gesto, que es lo que es, un gesto, sirva para frenar el creciente e imparable proceso migratorio que desde áfrica se dirige a Europa. Como gotas de agua en el Mediterráneo, el Aquarius apenas es una muestra del drama que se vive en la orilla sur y del que apenas sabemos nada.

Tres son las causas principales que determinan la presión migratoria, y las tres tienen difícil solución, si entendemos como solución las vías que impidan que los habitantes de África quieran venir a nuestras naciones. La demografía, la economía y la violencia. Las tasas de natalidad en África son elevadísimas, bastante mayores que ese mítico 2,1 que garantiza el mantenimiento de la población, y desorbitadas si las comparamos con las tasas europeas, que por poco superan en 1 en países como Italia o España. Son los países africanos naciones de explosivo crecimiento demográfico, algunas camino de los cientos de millones de habitantes, y con ratio de juventud en sus poblaciones enorme. Y el futuro que afronta esa juventud es sombrío. Poca gente querría dejar su país y los suyos si las oportunidades económicas les permitirían crecer y desarrollarse. Las economías africanas crecen, sí, pero ni mucho menos lo que sería necesario para abastecer las ilusiones y demandas de esas enormes poblaciones jóvenes, que ven la emigración como única salida. Observábamos con naturalidad como, en los años más duros de nuestra crisis, jóvenes españoles salieran de aquí en busca de futuro hacia otras naciones europeas, y vemos con recelo que habitantes de países con PIBs per cápita que pueden ser ocho o diez veces inferiores a los nuestros quieran viajar a nuestras naciones. Es un movimiento lleno de lógica, y que muy probablemente usted y yo haríamos en su caso. Y el tercer factor es la violencia, la guerra y el terrorismo, que se abate con intensidad en varias de esas naciones. Mali, Congo, Libia, Nigeria… países en los que algunas de sus regiones viven guerras larvadas y actuaciones de ramas de Al Queda o DAESH que poseen la intensidad de un conflicto bélico. Poblaciones enteras obligadas a desplazarse simplemente para salvar el pellejo, que huyen de una muerte casi segura o de un sometimiento a califatos y otras pesadillas que nos harían poner los pelos de punta sólo de oírlas relatar en detalle. Todas estas razones son suficientes para que miles de personas intenten cruzar el Mediterráneo, pagando sus últimos y escasos ahorros a mafias que les estafan y sangran hasta el límite, sabiendo que en muchos casos la travesía puede acabar en tragedia. Y aun así lo intentan. ¿Cómo será de dura y horrible la vida que dejan atrás para arriesgarse a una salida tan peligrosa y llena de trampas? ¿Qué desesperada tiene que estar una persona para jugarse la vida en la ruleta rusa del Mediterráneo libio a cambio de no volver a su hogar? Miles, miles de personas cruzan desiertos, tierras baldías, zonas de guerra y parajes oscuros para acabar al borde de unas costas, marroquíes, libias o de cualquier otro lugar, al frente de las cuales, tras un horizonte de agua, se encuentra el paraíso, un lugar en el que poder trabajar, vivir y saber que no vas a ser asesinado. Piensen en la masiva emigración de europeos del siglo XIX a América en busca de una vida mejor, que llenaba barcos de irlandeses, italianos, y de otros muchos países rumbo al nuevo mundo. Y en ese caso no se encontraba como espoleta la violencia de origen, Europa no vivía grandes guerras civiles ni violencias desatadas, como las que sí hubo en el XVIII o el XX. Era pura huida económica. Y crearon un imperio allí donde fueron, sin saberlo ni esperarlo.

España, Italia Grecia, somos la frontera sur de una Europa rica, decrépita, envejecida y temerosa, que no quiere ver el drama que tiene delante de sí y trata de eludirlo como sea. Pero el problema de la inmigración irá a más. Cerraremos acuerdos como los que ya tenemos con Marruecos o Turquía, pagándoles mucho dinero para que hagan de policía de fronteras y frenen, sin respetar derecho alguno, las oleadas que tratan de cruzar sus países rumbo a los nuestros, pero en Libia, por ejemplo, no hay país al que pagar, no hay estado con el que negociar. Y en Europa el miedo al extranjero crece y se transforma en votos a partidos extremistas como el del nuevo hombre fuerte de Italia, Mateo Salvini, que clama victoria cuando consigue deshacerse de quienes, quizás, en el futuro, puedan pagar sus pensiones. El problema es enorme y no lo queremos afrontar.

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