En
la era del big data hacerse una pregunta que empieza por “cuántos” debiera
tener una rápida y precisa respuesta, pero no es así, ni mucho menos, para un
montón de cuestiones. Algunas, por su propia complejidad, otras, por el
oscurantismo con el que son tratadas, y ahora mismo estamos entrando en un caso
de estos últimos, porque el censo de afiliados del PP, como muestra de la
rigurosidad con la que se gestionan estas cosas por parte de los partidos y
entidades similares en España, ha demostrado ser un agujero negro de difusas
proporciones, bastante más lleno de vacíos que de correosos, vivos y, sobre
todo, cotizantes militantes.
Poco
más de sesenta mil personas se han inscrito de manera efectiva para votar en el
proceso de primarias abiertas en el PP, cuya votación tendrá lugar, en primera
vuelta a principios de julio. Sobre
las míticas cifras de ochocientos mil militantes de las que tanto se ha
hablado, el porcentaje de inscritos es ridículo, lo cual hace pensar en dos
alternativas, ambas malas. O bien hay una desmovilización descomunal en las
bases del partido ante el proceso, muy importante, que se está desarrollando o
bien esa cifra de cientos de miles no tiene nada que ver con la realidad y los
inscritos sí representan un porcentaje relevante de los afiliados reales que
posee el PP ¿cuál es la respuesta cierta? Ni idea, pero ambas enfrentan a los
populares a escenarios negativos. Quizás lo menos malo para el partido sea
pensar lo segundo, y asumir que su censo de militantes es una lista de personas
que, o bien se apuntaron alguna vez y nunca más han tenido relación con el
partido o que muchos de ellos lo fueron y ya no están en este mundo de los
vivos. Tiene el PP en este proceso una oportunidad de oro para depurar sus
datos, realizar un ejercicio de transparencia y honestidad hacia sí mismo y
hacia los militantes reales, y saber de verdad con quiénes cuenta. Y de paso,
en el plano financiero, hacer un trabajo de depuración y cobro de pagos
atrasados, o regularizar las deudas mediante una tarifa plana, ya ofertada a un
coste de 20 euros, para que el concepto de censo sirva también como fuente
tributaria. Para hacernos una idea, el
PSOE, que ya ha realizado algunos ejercicios de primarias, supera por poco los
ciento ochenta mil militantes reales, y
Podemos logró en la consulta alucinante del chalet del líder supremo un
registro de casi ciento noventa mil inscritos. Por lo tanto, sospecho que
la cifra real de militantes del PP no andará muy lejos de esas cifras. Dado que
tiene una amplia y veterana implantación territorial puede que las supere, pero
me sorprendería que por mucho. A partir de ahí, el porcentaje de inscritos para
las primarias se situaría en un 30% de esa estimación e iría bajando a medida
que el censo real subiera. Comparar eso con el poco más de 7% que resulta de
dividir los sesenta y cuatro mil inscritos entre los teóricos ochocientos mil
hace que el porcentaje supuesto de participación sea más presentable, sí, pero
igualmente bajo. Esto se puede explicar porque ser militante del PP y
participar son dos conceptos antagónicos que hasta ahora no se han dado nunca.
En usos y costumbres de democracia interna el PP se parece a un enfermo que
lleva postrado en la cama varios años en coma y que, al despertarse de manera
brusca, pretende hacer ejercicio. Le va a doler todo, se va a tropezar y tendrá
la sensación, lógica, de incapacidad y de constante error. Eso es normal y está
el PP en el proceso de aprendizaje de lo que es la democracia en un partido, un
sistema mucho más complejo y susceptible de producir errores de cara al público
que la dedocracia cesarista, que es sencillísimo, aparentemente monolítico y
que genera errores que son imposibles de corregir por definición.
Nos
quejamos de que la información de los tiempos antiguos era errónea e
incompleta, pero puede que sepamos más de los censos romanos y de lo precisos
que eran a la hora de contabilizar quién estaba en Belén o en Nazaret en torno
al año cero que cuántos militantes tiene el PP en Murcia. Quizás en Génova podrían
ahorrarse el trabajo de criba y preguntarle directamente a Google, que se lo
sabe todo, que le diga quiénes son realmente sus afiliados. Seguro que el
buscador, que nos tiene a todos fichados, conoce los nombres de los que acuden
a los mítines, pegan carteles y aplauden a rabiar a los líderes. Y desde luego
sabrá quienes pagan, quienes no lo hacen y quiénes dicen que sí pero no pasan
por caja.
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