lunes, junio 11, 2018

Boda y tradición (para CPS y JRM)


Suelo decir muchas veces que hay un país dentro de la M40 de Madrid y otro muy distinto fuera, dos realidades que conviven en un mismo territorio que casi nada tienen que ver una con otra. Quiero hacer referencia con esa expresión al contraste entre la España urbana, moderna, rápida, tecnológica y abierta frente a la España rural, que vive muchas veces en la soledad el hastío, la falta de recursos, de conectividad y que mantiene costumbres y tradiciones que parecen sacadas a veces de reportajes antropológicos de documentalistas de prestigio. En el verano esa España atávica vuelve a tomar protagonismo con el éxodo de las ciudades a los pueblos, pero el resto del año parece marchitar.

Este sábado tuve la oportunidad de vivir una experiencia de inmersión en algunas de esas costumbres, completamente desconocidas para mi, sacadas de no se qué baúl, que te asombran al verlas y te retrotraen a épocas pasadas. Acudí, con otros compañeros de trabajo y a la vez amigos, a la boda de CSP y JRM, que tuvo lugar en Navalcán, de donde es parte de la familia de CSP. Un pueblo de la provincia de Toledo, cercano a Talavera de la Reina, en una zona que ya es cercana a Cáceres y que, en aspecto y amiente, es más Extremadura que Castilla la Mancha. El pueblo, en medio de un paisaje de encinas y prados que lucen un verdor esplendoroso tras esta atípica, y regalada, primavera lluviosa, es una acumulación de casas con poco orden y concierto entre ellas, sin que se pueda decir que es bonito. La iglesia, modesta y apropiada, sigue siendo el edificio más alto de la localidad y en su torre, con aspecto de castillo almenado, unas cigüeñas lo observaban todo desde sus nidos. Acudimos al pueblo con unas indicaciones precisas de CPS de cómo se iba a desarrollar no ya la ceremonia de boda, sino un fin de semana de festejos en los que todo el pueblo se vuelca en la decoración y agasajo a los novios. El programa de la boda, como si se tratase del de unas fiestas populares, se extendía desde la tarde del viernes a casi la mañana del domingo, aunque yo y gran parte de mis compañeros sólo estuvimos el sábado. No vimos, por tanto, el proceso de decoración de la iglesia y aledaños que la tarde del día anterior era efectuado por familiares y amigos de los contrayentes, pero llegamos a tiempo para asistir a los cortejos y previos al enlace, actos que están presididos por la presencia del novio que, en compañía de sus familiares y agrupaciones folclóricas, acude a la casa de la novia un rato antes de que tenga lugar la ceremonia para presentarse ante ella, recogerá y acompañarla al altar. Frente a la casa de CPS se agolpaba una multitud que esperaba ansiosa el momento, y llegamos nosotros pocos minutos antes de que, por un extremo de la callejuela, asomara la comitiva del novio, en medio del sonido de guitarras, bandurrias y castañuelas. La casa de la novia era un ir y venir de gente, agolpada en la entradilla de la misma, que poseía un pequeño porche elevado sobre el nivel de la calle, y que era visible a través de las ventanas del edificio, desde las que se intuían coloristas vestidos, prisas e ilusiones. El novio se plantó frente al porche y esperó, con la calle atestada de invitados y curiosos, mientras de la casa de la novia salían familiares en goteo, precediendo a la protagonista, que tan emocionada como él, le dio el primero beso de la jornada en medio de nuestro aplauso. Ya juntos, ambos encabezaban una especie de procesión laica en la que todos los presentes, fuéramos invitados o no, recorríamos las calles del pueblo para llegar a la explanada elevada sita en frente a la iglesia, donde se congregaba aún más gente de la localidad, para ver, admirar, aplaudir, comentar y acompañar el cortejo. La iglesia se llenó con los invitados, pero era una continuación del ambiente de la calle. Las puertas permanecieron abiertas y no había separación entre el jolgorio popular y la imaginería religiosa, decoración de unas tradiciones tan arraigadas como la fe.

La salida de la iglesia, el cortejo y bailes posteriores, el nuevo procesionar hasta la modesta plaza del pueblo en la que los novios bailaron algunas danzas locales junto a miembros de los grupos de danzas, el atavío y trajes típicos que vestían muchos de los presentes, la presencia de los lugareños que en todo momento nos acompañaban, sintiéndose tan invitados al evento como nosotros… cuando volvía en coche hacia Madrid y empezaron a divisarse, al fondo, los rascacielos de la ciudad, volví a tener la sensación de que no es la distancia en kilómetros, sino el tiempo y la costumbre, lo que separa ambos mundos, que parecen enfrentados, pero que se necesitan y complementan. CPS organizó este sábado una de las bodas más curiosas en las que he estado en toda mi vida.

1 comentario:

necos dijo...

Larga vida al folclore!!!