Suelo
decir muchas veces que hay un país dentro de la M40 de Madrid y otro muy
distinto fuera, dos realidades que conviven en un mismo territorio que casi
nada tienen que ver una con otra. Quiero hacer referencia con esa expresión al
contraste entre la España urbana, moderna, rápida, tecnológica y abierta frente
a la España rural, que vive muchas veces en la soledad el hastío, la falta de
recursos, de conectividad y que mantiene costumbres y tradiciones que parecen
sacadas a veces de reportajes antropológicos de documentalistas de prestigio.
En el verano esa España atávica vuelve a tomar protagonismo con el éxodo de las
ciudades a los pueblos, pero el resto del año parece marchitar.
Este
sábado tuve la oportunidad de vivir una experiencia de inmersión en algunas de
esas costumbres, completamente desconocidas para mi, sacadas de no se qué baúl,
que te asombran al verlas y te retrotraen a épocas pasadas. Acudí, con otros
compañeros de trabajo y a la vez amigos, a la boda de CSP y JRM, que tuvo lugar
en Navalcán, de donde es parte de la familia de CSP. Un pueblo de la provincia
de Toledo, cercano a Talavera de la Reina, en una zona que ya es cercana a
Cáceres y que, en aspecto y amiente, es más Extremadura que Castilla la Mancha.
El pueblo, en medio de un paisaje de encinas y prados que lucen un verdor
esplendoroso tras esta atípica, y regalada, primavera lluviosa, es una
acumulación de casas con poco orden y concierto entre ellas, sin que se pueda
decir que es bonito. La iglesia, modesta y apropiada, sigue siendo el edificio
más alto de la localidad y en su torre, con aspecto de castillo almenado, unas
cigüeñas lo observaban todo desde sus nidos. Acudimos al pueblo con unas
indicaciones precisas de CPS de cómo se iba a desarrollar no ya la ceremonia de
boda, sino un fin de semana de festejos en los que todo el pueblo se vuelca en
la decoración y agasajo a los novios. El programa de la boda, como si se
tratase del de unas fiestas populares, se extendía desde la tarde del viernes a
casi la mañana del domingo, aunque yo y gran parte de mis compañeros sólo
estuvimos el sábado. No vimos, por tanto, el proceso de decoración de la
iglesia y aledaños que la tarde del día anterior era efectuado por familiares y
amigos de los contrayentes, pero llegamos a tiempo para asistir a los cortejos
y previos al enlace, actos que están presididos por la presencia del novio que,
en compañía de sus familiares y agrupaciones folclóricas, acude a la casa de la
novia un rato antes de que tenga lugar la ceremonia para presentarse ante ella,
recogerá y acompañarla al altar. Frente a la casa de CPS se agolpaba una
multitud que esperaba ansiosa el momento, y llegamos nosotros pocos minutos antes
de que, por un extremo de la callejuela, asomara la comitiva del novio, en
medio del sonido de guitarras, bandurrias y castañuelas. La casa de la novia
era un ir y venir de gente, agolpada en la entradilla de la misma, que poseía
un pequeño porche elevado sobre el nivel de la calle, y que era visible a través
de las ventanas del edificio, desde las que se intuían coloristas vestidos,
prisas e ilusiones. El novio se plantó frente al porche y esperó, con la calle
atestada de invitados y curiosos, mientras de la casa de la novia salían
familiares en goteo, precediendo a la protagonista, que tan emocionada como él,
le dio el primero beso de la jornada en medio de nuestro aplauso. Ya juntos,
ambos encabezaban una especie de procesión laica en la que todos los presentes,
fuéramos invitados o no, recorríamos las calles del pueblo para llegar a la
explanada elevada sita en frente a la iglesia, donde se congregaba aún más
gente de la localidad, para ver, admirar, aplaudir, comentar y acompañar el
cortejo. La iglesia se llenó con los invitados, pero era una continuación del
ambiente de la calle. Las puertas permanecieron abiertas y no había separación
entre el jolgorio popular y la imaginería religiosa, decoración de unas
tradiciones tan arraigadas como la fe.
La
salida de la iglesia, el cortejo y bailes posteriores, el nuevo procesionar
hasta la modesta plaza del pueblo en la que los novios bailaron algunas danzas
locales junto a miembros de los grupos de danzas, el atavío y trajes típicos
que vestían muchos de los presentes, la presencia de los lugareños que en todo
momento nos acompañaban, sintiéndose tan invitados al evento como nosotros…
cuando volvía en coche hacia Madrid y empezaron a divisarse, al fondo, los rascacielos
de la ciudad, volví a tener la sensación de que no es la distancia en kilómetros,
sino el tiempo y la costumbre, lo que separa ambos mundos, que parecen
enfrentados, pero que se necesitan y complementan. CPS organizó este sábado una
de las bodas más curiosas en las que he estado en toda mi vida.
1 comentario:
Larga vida al folclore!!!
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