Si
algo demuestra la historia es que todo aquello que resulta posible acaba
sucediendo, y que debemos prepararnos ante ello. En el caso de la ciencia esta
idea es tan certera que la idea de prohibir descubrimientos resulta absurda una
vez que se han dado. Ante la apertura de las cajas de Pandora debemos estudiar
cómo gestionar los problemas derivados, como enfrentarnos a ellos, pero asumir
que las cajas abiertas no se pueden cerrar. Por poner un ejemplo bruto, el arma
nuclear, una vez descubierta, no puede ser “olvidada” salvo que nos extingamos
todos, y por tanto su presencia seguirá en nuestras vidas, sociedades y
relaciones internacionales, las condicionará y deberemos regularla para tratar
de convivir con ella.
La
genética es otro de esos mundos en los que los descubrimientos avanzan a toda
velocidad y su capacidad de transformar las vidas empieza a verse ya tan
prodigiosa como, si me apuran, peligrosa. El número de leyes y normas que
regulan aspectos relacionados con la ingeniería genética y su uso no deja de
crecer, pero las tecnologías en este campo corren mucho más y nos abocan ante
escenarios que, hace no muchos años, eran de película de ciencia ficción. El
anuncio por parte del científico chino He Jiaunkui de haber creado los primeros
bebes genéticamente modificados, una par de gemelas, ha encendido muchas
alarmas y todos los debates científicos y éticos posibles. He ha modificado uno
de los genes de las niñas mediante la técnica CRISPR para protegerlas del virus
del SIDA, generando así en ellas la mutación conocida que hace que haya
personas que sean inmunes a virus de la inmunodeficiencia humana. Así, estas
niñas chinas no se contagiarán del SIDA sea cual sea su vida y acciones, y
transmitirán esa mutación a su descendencia, por lo que crearán una línea de
mutantes inmunes a esa enfermedad. Suena extraño decir eso de mutantes, pero es
así, y en este caso mediante la intervención externa de la ciencia. La polémica
científica es enorme, y se centra tanto en si realmente He ha hecho lo que dice
que ha hecho (un hecho muy relevante demanda pruebas muy relevantes) como la técnica
utilizada, el CRISPR y los riesgos asociados a la misma cuando se produce el
desarrollo futuro de los embriones. Hay estudios que prueba que esas técnicas
pueden dejar secuelas que se manifiesten en forma de cánceres, aunque por
motivos obvios, hasta ahora, no había experiencias humanas, y también está
sobre la mesa de los expertos la necesidad de esta modificación dado que las niñas,
al nacer, no iban a tener esa enfermedad. Como
bien señala Javier Sampedro en este artículo, son dos los pasos que He se ha saltado
al desarrollar su experimento, al usar técnicas no contrastadas y al
efectuar una mejora genética, que no curación. Esas niñas son superiores a sus
congéneres y compañeras, se han curado preventivamente de una enfermedad que
pudieran contraer (o no) en el futuro, poseen un escudo que no tendrían en caso
de haber nacido sin alteración y eso abre la puerta a que se puedan producir no
sólo esta modificación, sino cualquier otra que se considere como mejora en la
concepción de futuros embriones. ¿Y qué consideramos como mejora? ¿Es la altura
o el color de los ojos un aspecto mejorable? Una vez abierta la puerta de las
modificaciones, y a medida que se conocen cuáles son los genes que intervienen
en la codificación de los distintos aspectos de nuestra existencia, físicos y
no, la posible demanda de modificaciones sólo va a encontrar el límite de la
responsabilidad profesional de los que desarrollen las intervenciones y, desde
luego, del dinero que los padres de las criaturas pongan sobre la mesa, que en
estas cuestiones puede ser mareante. ¿Cuánto estaría dispuestos a pagar un
millonario por modificaciones que mejorasen a su futuro hijo? El inverso también
es cierto, ¿Se podría hacer un cambio que creara una especie inferior para ser
usada como mano de obra? Estas frases esconden, en unas pocas palabras, tantos
conceptos complejos y sombríos que desborda todos los debates imaginables.
La
ética está muy en el fondo en toda esta historia, superada por completo por la
misma, pensarán muchos. El problema es que, como antes señalaba, una vez
abierta la puerta, debemos empezar a pensar en cómo regulamos este tipo de
actividades, qué consideramos permisible y qué no, si debemos perseguir algunas
de ellas o no, si se abre la puerta a que el dinero no compre ya salud, sino
mejoras (o empeoramientos) y las consecuencias que puede tener todo eso.
Debemos estudiar estos temas con rigor y de manera lo más tranquila y detallada
posible, porque frente a los rancios y vacíos debates que llenan la actualidad
política de, por ejemplo, nuestro país, la genética es uno de esos temas que va
a revolucionar nuestro mundo por completo. ¿Estaremos preparados para ello?