miércoles, noviembre 28, 2018

Lo de Gibraltar


Desde pequeño recuerdo como en las historietas largas del añorado Forges (sniff, sniff) en un momento dado uno de los personajes se giraba y, mirando a una montaña, gritaba en plan quijotesco un “Gibraltar español” que era más un grito de rebeldía que de deseo anhelado, o quizás incluso la forma de sustituir un taco que el personaje iba a exclamar por alguna contrariedad. Era divertido y hacía presente la historia de esa roca que, convertida en anacrónica colonia, existe en el sur de España desde hace tres siglos, y que probablemente siga así otros muchos siglos, dada la intransigencia de la decadente potencia imperial británica y la incapacidad económica de España de suscitar atractivo a los residentes del peñón. Ese es el principal argumento para que nadie quiera moverse de sus posiciones.

Gibraltar ha sido el último escollo para lograr la firma del acuerdo del Brexit. El gobierno español se dio cuenta de que el artículo 184 del tratado acordado entre los negociadores comunitarios y Londres ofrecía una interpretación que podría ser favorable a la pérfida Albión y lesiva para los intereses españoles. Desde un principio se aseguró que todo acuerdo entre la UE y Reino Unido sobre la roca requeriría el consentimiento expreso de España, otorgándonos de facto capacidad de veto, pero ese 184 no permitía tal cosa. ¿Qué hacer? Pataleta, poco más era posible. El gobierno de Sánchez se rebeló públicamente contra ese artículo, amenazando con un veto en la cumbre del domingo que no era tal, dado que la aprobación del protocolo por la UE requería mayoría suficiente, no unanimidad. Por detrás, se abrió una negociación a tres bandas para tratar de enmendar ese artículo. ¿Cuál ha sido el resultado final? Pues lo de siempre en estos casos, ni una posición ni la otra. El artículo se mantiene intacto, lo que es una victoria absoluta para los británicos, y se adjunta al tratado acordado una serie de documentos para que la interpretación de dicho artículo sea favorable a los intereses españoles, lo que es una relativa victoria nacional. Hay una enorme discusión entre expertos sobre si esos apéndices interpretativos poseen valor jurídico como tales o no, y según a quién se pregunte se obtendrá una respuesta, por lo que dado que no soy un experto, no esperen una de mi. A la hora de vender el acuerdo se ha producido lo que es obvio, y debe ser tenido en cuenta para su análisis. Los dos gobiernos, británico y español, han vendido en casa la victoria absoluta y total de sus intereses y la derrota del otro. Sánchez organizó una comparecencia en Moncloa en la que sólo le faltaba anunciar la derogación del tratado de Utrech, mientras que May alardeaba en su parlamento de la victoria e integridad de toda la familia británica, de la que Gibraltar es un hijo muy querido. Los opuestos a ambos acusaban con fiereza a ambos gobiernos de haber claudicado, con argumentos bastante similares. Y resulta evidente que si uno escucha a las cuatro fuentes, dos gobiernos y dos oposiciones, y sus medios de comunicación afines, encuentra una curiosa situación cruzada en la que los opositores británicos defienden al gobierno español y los detractores patrios a la primera ministra May. ¿Cuál es la verdad del asunto? Como muchas veces, el término medio. Cierto es que la situación británica es mejor que la española si atendemos a la mayor parte de juristas, pero España ha conseguido unas salvaguardias que pueden ser muy útiles si se trabajan y utilizan como es debido en caso de pleitos y confrontaciones. En el fondo el acuerdo y la posición lograda por cada uno refleja el poder e influencia que cada país posee en el mundo y, en este caso, en la UE. Nos guste o no, pintamos poco, y nada hacemos para pintar más. Países más pequeños como Portugal maniobran de maravilla para sostener cotas de poder más elevadas, mientras que nuestra indolencia se suma a la falta de medios y ganas para lograr representación. Lo sucedido con la justicia belga y alemana este año muestra hasta qué punto pesamos poco, y lo de Gibraltar ha sido una nueva muestra.

De todas maneras, recordemos que esta pseudobizantina discusión sobre el artículo y su interpretación puede tener una fecha de caducidad tan temprana como la del próximo 11 de diciembre. En menos de dos semanas el parlamento británico vota el texto del acuerdo, y si lo rechaza todo se iría a la porra y volveríamos a un escenario de brexit caótico y descontrolado. May está haciendo campaña por todo el país para lograr un sí que sería, de paso, la salvación de su gobierno y poder, pero a día de hoy los números no salen y las probabilidades de que salga un no son muy altas. Por lo tanto, detractores y partidarios del acuerdo, esperen unos días sentados y tranquilos, y tras la votación vemos en qué escenario estamos y cómo lo afrontamos. Y ajeno a todo esto, el paraíso fiscal de Gibraltar seguirá facturando sin límite alguno, dando trabajo a una zona depauperada hasta el extremo.

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