Estos
últimos días hemos vivido un agravamiento acelerado de la crisis que viven
Rusia y Ucrania desde hace años, que sigue larvada en la zona fronteriza que
comparten ambas naciones, pero que ha tenido en este caso un escenario
marítimo, en
forma de enfrentamiento entre barcos de ambas armadas por el tráfico en el
estrecho de Kerch, puerta de acceso al mar de Azov, que Rusia trata de
convertir en aguas propias. Choques de navíos, disparos, gritos y la retención
de algunos soldados ucranianos por parte de las tropas rusas son, de momento,
el saldo de aquel incidente, que ha provocado que Kiev decrete la ley marcial
apenas a cuatro meses de las presidenciales y que las amenazas de uno y otro
lado aumenten de tono y gravedad. Esa guerra, que sigue en las regiones
limítrofes, amenaza con extenderse por todas partes.
En
este conflicto, de formas modernas pero raíces clásicas, hay que recurrir a los
mapas porque la geografía impone mucho. Si tiene un ordenador o similar, abra
una aplicación al respecto y, sino, busque el querido atlas que duerme en una
de las estanterías de su casa, y viaje al norte del mar negro, atravesando el
cuerno de oro de Estambul, para llegar a la península de Crimea. Como es
sabido, Rusia se la anexionó tras la disputa de 2014 y poco pudo hacer Ucrania
para que sus derechos en esa zona se respetasen. Una vez hecha suya, Rusia se
encontró con que poseía un enclave, aislado, porque esa península se conecta a
territorio ucraniano y no hay enlace con suelo ruso. Para arreglar este
problema, Putin puso en marcha el proyecto de construcción de un puente que
uniera Crimea con el territorio continental ruso, hasta llegar a la ciudad de
Krasnodar, la principal de la zona. Este puente fue inaugurado a principios de
este año 2018, y el estrecho que salva es el de Kerch, de tal manera que ya se
puede transitar por carretera entre Rusia continental y Crimea. Al norte del
estrecho de Kerch se extiende una zona marítima cerrada, que es el mar de Azov,
que en su orilla este baña costas rusas y en la mayoría de su orilla norte,
ucranianas. Las principales ciudades ucranianas de esta zona son Berdiansk y,
sobre todo, Mariúpol, que tiene un importante puerto con abundante tráfico
comercial. De hecho, si uno se fija en el mapa, son tres los puertos de los que
dispone Ucrania, Mykolaiv y, sobre todo, Odesa, al oeste de Crimea, y Mariúpol al
este. La zona de Mariúpol es fronteriza no sólo con la propia Rusia, sino también
con las zonas ucranianas de Doniets y Lugansk, en disputa desde 2014,
declaradas territorios independientes y escenario de combates, disparos y de un
goteo de muertos y heridos que ya no aparecen en nuestros televisores, pero que
se producen casi a diario. El nuevo puente sobre Kerch está teniendo un efecto
secundario muy interesante además del de permitir la conexión con Crimea, que
es el de bloquear en parte el puerto de Mariúpol. Rusia no ha hecho (apuesten
que a propósito y ganarán) una gran obra de ingeniería, y con apenas treinta
metros de altura sobre las aguas, el puente bloquea la mayor parte de barcos
mercantes que antaño cruzaban el Azov rumbo a Ucrania. ¿Con qué objetivo? El de
siempre, ahogar, extorsionar y debilitar a Ucrania por ese flanco, ya
debilitado por el insidioso comportamiento de las repúblicas rebeldes. Si el
puerto de Mariúpol se agosta y entra en declive la crisis económica en la zona
será enorme, y probablemente cale mejor entre una población debilitada el
mensaje de la madre Rusia para que se levanten contra el gobierno de Kiev. Para
el conjunto de Ucrania, con una economía muy tocada tras la guerra de 2014,
esto no es sino otro tiro en el pie que agrava una situación ya de por sí muy
delicada, y alienta los mensajes nacionalistas de enfrentamiento, cada vez más
intentos en sectores de la población que carecen de muchas otras alternativas.
Juega Putin con la presunta ventaja de que, en un combate mayor, tiene todas
las de ganar, y pica sin cesar al oponente para que entre a un trapo que
supondría su desastre.
Taimado
como pocos, el malvado Vladimiro acusa al presidente de Ucrania de provocar los
incidentes para sacar réditos en las elecciones de finales de marzo, y esa
cuarta o quinta derivada de todo lo sucedido puede ser cierta, como también lo
es que la popularidad del presidente ruso, tocada por la anunciada reforma de
las pensiones, crece cuando las tropas de Moscú se pasean por territorios limítrofes
y sus ejercicios son mostrados en la televisión oficial rusa a todo el bobo y
platillo imaginable. Como ven, la situación es seria, potencialmente muy
peligrosa, y obliga a poner muchos ojos sobre ella, porque aunque parezca que
nos pilla lejos, sucede en el este de Europa. No se cómo va a evolucionar este
suceso de los marinos retenidos, pero me da que aún nos quedan varios capítulos
en el proceso de agravamiento de este conflicto. Mucho mucho cuidado.
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