jueves, noviembre 15, 2018

May gana la primera batalla ante los suyos


Theresa May llegó casi de rebote a la jefatura del gobierno británico tras la espantada de Cameron, que le dejó uno de los mayores marrones que imaginarse uno pueda. Desconocida para muchos de los suyos, convocó unas elecciones para afianzar su poder y perdió los suficientes escaños para seguir siendo mayoría pero no absoluta. Apoyándose en nacionalistas norirlandeses, su gobierno avanza en medio de la marejada del Brexit, perdiendo ministros como si fueran hojas otoñales y dándose por sentado que en cualquier momento su espigada figura caerá, víctima de los errores propios y las conspiraciones de muchos de los que le rodean, auténticos peligros públicos. Pero a pesar de todo, May resiste, cual Rajoy.

Ayer su logro fue grande. Conseguir que un gobierno dividido, el suyo, apoyase la propuesta de acuerdo de Brexit alcanzada con Bruselas se puede considerar un éxito absoluto para sus aspiraciones negociadoras, su posición ante el gobierno y la sociedad de Reino Unido. Cuando empezó la reunión era imposible saber qué es lo que iba a pasar, ya lo comentábamos ayer, y tras varias horas de discusión finalmente May compareció ante los periodistas mostrando un gesto distendido y sonriente, dentro de lo que ella es capaz, sabedora del avance que había logrado, pero consciente también de que la victoria de ayer dará paso a nuevas y más cruentas batallas en las que nada está decidido. Como si fueran rondas de un concurso por eliminatorias, May debe ganar todos los encuentros que tiene de ahora en adelante, dado que la pérdida de alguno de ellos supondría la eliminación del acuerdo y, probablemente, la suya propia. A partir de ahora el juego se producirá en dos escenarios diferentes. Una vez que se convoque una reunión extraordinaria de jefes de estado y de gobierno de la UE que lo ratifiquen, serán Londres y Bruselas los epicentros de lo que vaya a suceder, especialmente la capital británica. Bruselas tratará de mantener la posición unida de todos los socios, algo que era más sencillo en el indeterminado mundo preacuerdo y que ahora puede ser más difícil, como ya señalan algunas fuentes provenientes de otras capitales europeas. El texto acordado, más de quinientas páginas, deja muchas puertas abiertas y en sí mismo es una base para negociaciones futuras que deben concluir en un tratado cerrado, que no es lo que tenemos ahora. Es probable que, con sus dificultades, el proceso en Bruselas pueda llevarse a cabo sin demasiados problemas, pero es en Londres donde se va a juagar el todo por el todo. May deberá convencer a su partido de lo que se ha acordado, a otras fuerzas políticas, especialmente a los desnortados laboristas, y conseguir que Escocia vea con buenos ojos el tratado. Y sobre todo, alcanzar una mayoría de votos en el Parlamento de Westminster cuando llegue el momento de la votación del acuerdo. Ese será el punto decisivo. Si esa votación rechaza el pacto todo el esfuerzo realizado hasta el momento se irá a la basura y volveremos a la casilla de salida. En el Parlamento se sientan dos partidos grandes, con otros pequeñitos, y sobre todo dos corrientes ante el Brexit, los radicales y los moderados, que fracturan cada una de las formaciones que allí anidan. Ahora mismo es más probable un voto en contra que a favor del acuerdo en las filas conservadoras, donde la campaña contra May es muy intensa, y del laborismo se puede esperar cualquier cosa, comandado como está por un Jeremy Corbyn que ha hecho amplios guiños a los duros del Brexit y exhibe una posición más centrada en un arcaico socialismo que en la visión progresista y moderna de la vida que se le debiera suponer a su formación. ¿Sabremos algo más cuando llegue el día de la votación? No descarten el suspense hasta el último minuto.

En todo caso, y dentro del desastre que supone el Brexit en sí mismo, la victoria de ayer también es un alivio para todos nosotros. El Brexit es, lo reitero, una derrota para todos, pero será menos malo si resulta acordado y suave, y más lesivo cuanto más discutido sea. May logra minimizar daños en casa y en la UE, y muestra a otras naciones que ni una tan poderosa y grande (en el contexto de Europa) como Reino Unido es capaz de romper amarras con el club comunitario. Lo reitero, todo sigue estando en el aire, más de lo que parece, pero hay trabajo entre bambalinas para ir tejiendo una red de seguridad que impida un castañazo. Y eso es bueno para todos. ¿Lo ideal?, que el Brexit no se produjera y que Reino Unido se reincorporase a la UE, pero dado que eso parece imposible, conformémonos con lo menos malo.

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