Theresa
May llegó casi de rebote a la jefatura del gobierno británico tras la espantada
de Cameron, que le dejó uno de los mayores marrones que imaginarse uno pueda.
Desconocida para muchos de los suyos, convocó unas elecciones para afianzar su
poder y perdió los suficientes escaños para seguir siendo mayoría pero no
absoluta. Apoyándose en nacionalistas norirlandeses, su gobierno avanza en
medio de la marejada del Brexit, perdiendo ministros como si fueran hojas
otoñales y dándose por sentado que en cualquier momento su espigada figura
caerá, víctima de los errores propios y las conspiraciones de muchos de los que
le rodean, auténticos peligros públicos. Pero a pesar de todo, May resiste,
cual Rajoy.
Ayer
su logro fue grande. Conseguir
que un gobierno dividido, el suyo, apoyase la propuesta de acuerdo de Brexit
alcanzada con Bruselas se puede considerar un éxito absoluto para sus
aspiraciones negociadoras, su posición ante el gobierno y la sociedad de Reino
Unido. Cuando empezó la reunión era imposible saber qué es lo que iba a pasar,
ya lo comentábamos ayer, y tras varias horas de discusión finalmente May
compareció ante los periodistas mostrando un gesto distendido y sonriente,
dentro de lo que ella es capaz, sabedora del avance que había logrado, pero
consciente también de que la victoria de ayer dará paso a nuevas y más cruentas
batallas en las que nada está decidido. Como si fueran rondas de un concurso
por eliminatorias, May debe ganar todos los encuentros que tiene de ahora en
adelante, dado que la pérdida de alguno de ellos supondría la eliminación del
acuerdo y, probablemente, la suya propia. A partir de ahora el juego se
producirá en dos escenarios diferentes. Una vez que se convoque una reunión
extraordinaria de jefes de estado y de gobierno de la UE que lo ratifiquen,
serán Londres y Bruselas los epicentros de lo que vaya a suceder, especialmente
la capital británica. Bruselas tratará de mantener la posición unida de todos
los socios, algo que era más sencillo en el indeterminado mundo preacuerdo y
que ahora puede ser más difícil, como ya señalan algunas fuentes provenientes
de otras capitales europeas. El texto acordado, más de quinientas páginas, deja
muchas puertas abiertas y en sí mismo es una base para negociaciones futuras que
deben concluir en un tratado cerrado, que no es lo que tenemos ahora. Es
probable que, con sus dificultades, el proceso en Bruselas pueda llevarse a
cabo sin demasiados problemas, pero es en Londres donde se va a juagar el todo
por el todo. May deberá convencer a su partido de lo que se ha acordado, a
otras fuerzas políticas, especialmente a los desnortados laboristas, y
conseguir que Escocia vea con buenos ojos el tratado. Y sobre todo, alcanzar
una mayoría de votos en el Parlamento de Westminster cuando llegue el momento
de la votación del acuerdo. Ese será el punto decisivo. Si esa votación rechaza
el pacto todo el esfuerzo realizado hasta el momento se irá a la basura y
volveremos a la casilla de salida. En el Parlamento se sientan dos partidos
grandes, con otros pequeñitos, y sobre todo dos corrientes ante el Brexit, los
radicales y los moderados, que fracturan cada una de las formaciones que allí
anidan. Ahora mismo es más probable un voto en contra que a favor del acuerdo
en las filas conservadoras, donde la campaña contra May es muy intensa, y del
laborismo se puede esperar cualquier cosa, comandado como está por un Jeremy
Corbyn que ha hecho amplios guiños a los duros del Brexit y exhibe una posición
más centrada en un arcaico socialismo que en la visión progresista y moderna de
la vida que se le debiera suponer a su formación. ¿Sabremos algo más cuando
llegue el día de la votación? No descarten el suspense hasta el último minuto.
En
todo caso, y dentro del desastre que supone el Brexit en sí mismo, la victoria
de ayer también es un alivio para todos nosotros. El Brexit es, lo reitero, una
derrota para todos, pero será menos malo si resulta acordado y suave, y más
lesivo cuanto más discutido sea. May logra minimizar daños en casa y en la UE,
y muestra a otras naciones que ni una tan poderosa y grande (en el contexto de
Europa) como Reino Unido es capaz de romper amarras con el club comunitario. Lo
reitero, todo sigue estando en el aire, más de lo que parece, pero hay trabajo
entre bambalinas para ir tejiendo una red de seguridad que impida un castañazo.
Y eso es bueno para todos. ¿Lo ideal?, que el Brexit no se produjera y que
Reino Unido se reincorporase a la UE, pero dado que eso parece imposible,
conformémonos con lo menos malo.
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