La
sorpresa saltó ayer por la tarde en forma de noticia no confirmada por Bruselas
pero sí pregonada por los medios británicos. Se
había alcanzado un principio de acuerdo para el Brexit que soslayaba el
problema de la frontera de Irlanda del Norte, permitiendo así cerrar
negociaciones en muchos capítulos y poner en marcha el proceso de ratificación
del acuerdo por las partes para llevarlo a cabo. No ha trascendido mucho del
texto acordado, y según algunas fuentes el consenso se ha logrado dando una
patada adelante al problema irlandés, en vista de que resulta imposible poder
hacer algo realmente definitivo en este momento. La noticia es gorda, y tiene
muchas repercusiones, si finalmente el acuerdo sale adelante.
Y
ese condicional sobre el acuerdo recae, fundamentalmente, en la parte
británica, sumida en el más absoluto caos, que se encuentra dividida sea cual
sea la sección de su sociedad que estudiemos, y que no ofrece garantía alguno
de respaldo ni a este ni a otro acuerdo posible. Ayer por la noche empezó el
peregrinaje de ministros ante la sede del gobierno de May, esa casa de
ladrillos negros sita en el 10 de Downing Street, recibiendo cada miembro del
gabinete una copia de lo acordado y comprometiéndose a estudiarlo y, hoy
decidir si lo apoyan o no. Para un seguidor de la política resulta asombroso, y
genera una envidia infinita, ver como el presidencialismo al que estamos
acostumbrados en España se difumina en Reino Unido, con un gabinete en el que
no sólo está permitido discrepar, sino que el mero hecho de las unanimidades se
observa con suspicacia. May está en una posición muy difícil desde que llegó al
gobierno, y quizás sea hoy el primer día en el que se juegue su puesto de
verdad. Si esta tarde su gobierno no ratifica el acuerdo, o se fractura en
exceso (se dan por sentadas algunas dimisiones) carecerá de fuerza para elevar
al Parlamento el texto y, quizás, decaiga como primera ministra. Si consigue el
apoyo de su gobierno, o de lo que vaya quedando de él, mantendrá el cargo y se
lanzará a convencer a los comunes conservadores para que apoyen el texto en
Westminster, porque si en esa votación parlamentaria se rechaza el acuerdo,
propugnado por ella, su figura caerá sin remisión. Dado que existen profundas
divisiones entre los conservadores, los laboristas, el gobierno May, los
poderes económicos, la sociedad en su conjunto y, si me apuran, el arzobispado
de Canterbury, resulta absolutamente imposible saber que va a pasar una vez que
se reúna el gabinete, a eso de las 15 horas españolas, por lo que supongo que
los aficionados a las apuestas, que en las islas son legión, estarán ante una
jornada apasionante en la que uno de los retos será definir posibles escenarios,
y ni les cuento el que uno de ellos sea el que realmente se produzca. ¿Mirará
May de reojo las deliberaciones del Supremo español para aprender cómo no hay
que hacerlo? Me temo que bastante tendrá con vigilar su espalda de las
puñaladas que, día sí y día también recibe de sus presuntos compañeros de
partido, convertidos en una jauría descontrolada que no cesa de pegar gritos en
contra de la UE y d cualquier entente cordial. Personajes como el exministro de
Exteriores Boris Johnson han convertido la flema británica en algo muy alejado
de las formas y al ironía para llevarlo al terreno del esputo, mostrando una
actitud y formas propias de un pub del centro del país en plena noche de fútbol
europeo. ¿Es realmente posible alcanzar un acuerdo con esa facción
conservadora? Parece que no, y de ahí el mérito de una May sometida a todas las
presiones y odios posibles, que trata de salvaguardar una situación para la que
ni ella ni nadie estaban preparados, y que mantiene a su país y al resto de la
UE en la incertidumbre total.
La
reacción de las finanzas ayer por la tarde, con las bolsas europeas cerradas,
fue la de un ascenso de la libra y bajada del interés de la deuda británica, lo
que es un respaldo a la economía británica, porque todo el mundo sabe que un
mal acuerdo es mejor que un no acuerdo, excepto los Johnson y sus alocados
seguidores. Pero como ven el escenario es de una complejidad enorme, y las
posibilidades de que lo pactado ayer descarrile hoy o los próximos días es muy
elevada. Como señaló ayer un corresponsal de la BBC, “I haven’t got the
foggiest idea” lo que viene a decir que la niebla (fog) impide saber qué puede
pasar, así que si quieren, si queremos, respuestas, toca esperar y ver.
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