“Mi
reino por un caballo” gritaba, por boca y letra de Shakespeare, Ricardo III en
los campos de la batalla de Bosworth mientras sus tropas eran derrotadas en la
que sería la última batalla de la guerra de las rosas. El rey muere en combate
y con él se acaba la dinastía Plantagenet. En su desesperación Ricardo III
promete todo lo posible y lo imposible para recabar ayuda, miente a los que le
rodean para conseguir apoyos y vende como victoria futura lo que ya es una
presente derrota. El texto de la obra os conmovedor, pero no esconde la vileza
de lo que allí sucedió ni perdona al personaje real ninguna de sus culpas y
males. Su cadáver, encontrado hace pocos años en bajo un aparcamiento en
Leicester, devolvió a la actualidad el drama y aquellas historias.
Algo
parecido hizo Pedro Sánchez la semana pasada al modificar las conclusiones de
la abogacía del estado en las peticiones de delito de los encausados por la
intentona golpista catalana del año pasado. Forzando a la abogacía a discrepar
de la fiscalía y rebajar la condena, eludiendo el delito de rebelión, quería
ofrecer un gesto a los independentistas a cambio de que estos apoyasen el
proyecto de presupuestos. Que ese gesto abra la puerta a que la futura
sentencia del Supremo al respecto pueda ser recurrida en el caso de condena por
rebelión y que la imagen de las euroórdenes españolas dictadas en el extranjero,
y rechazadas, hayan sido vapuleadas por el propio ejecutivo poco le importa.
Sánchez ofrece un reino que no es suyo a cambio de un caballo presupuestario
que bien poco vale, salvo el tiempo comprado en el ejercicio del poder, que es
lo que más ansía todo gobernante. La decisión del viernes conllevó dos escenas
de lo más ridículas, que dejan la imagen del gobierno a la altura de la nada.
En una de ellas Carmen Calvo, vicepresidenta, ante la evidencia de que hace
seis meses, seis, Sánchez defendía el delito de rebelión, argumentó que
Sánchez, como presidente, nunca ha dicho eso, dejando el concepto de “hechos
alternativos” fabricado por las huestes de la actual Casa Blanca asimilado a
profundas verdades. Ante un renuncio de tal calibre lo mejor que podía haber
hecho Calvo era eludir la pregunta y contestar con otra cosa, pero cometió la
imprudencia de pretender engañar a la ciudadanía mucho más allá de lo que
resulta posible. Ya se sabe, todos los días nos cuelan mentiras en todas
partes, pero nunca tan exageradas que parezcan tomaduras de pelo. El segundo
momento bochornoso lo protagonizo la Ministra de Justicia, Dolores Delgado, que
debiera reunirse con Cospedal para dimitir ambas a la vez y buscar, de manera
secreta, la manera de vengarse de Villarejo. Afirmó Delgado que la decisión de
la abogacía del Estado había correspondido en exclusiva a criterios técnico
jurídicos, sin presión alguna por parte de instancias políticas. Nadie la creyó
cunado lo contaba, y aún así reiteraba el argumento en medio de la soledad. Al día
siguiente, una clarificadora editorial de El País, la desmentía de manera
definitiva, afirmando que “Los cambios de criterio de la Abogacía del
Estado responden a una decisión política, y es en tanto que tal como debe ser
juzgada” incidiendo en que esto no era sino un gran gesto que el gobierno mandaba
a los independentistas, y que no debía ser considerado insuficiente por ellos. ¿Alguna
rectificación de la ministra de justicia? No que conste, aunque quizás ha llamado
este fin de semana a Villarejo para pedirle ayuda, o a Cospedal para encontrar
consuelo. En efecto, como señala el editorialista, el gesto es grande, y abre
una puerta a recursos posteriores a una sentencia del Supremo, el único que puede
decir si estamos ante rebelión, sedición o cualquier otra figura jurídica, otorgando
a los encausados una baza de primera división.
¿Y
cuál ha sido la respuesta de los independentistas ante este comportamiento,
inadmisible, del gobierno? El desprecio más absoluto, el ninguneo, la pataleta
y, de momento, la negativa a apoyar los presupuestos, lo que pone al gobierno
de Sánchez en la picota y a la legislatura en un brete. ¿Qué ha cosechado Sánchez
con esta manipulación de la fiscalía? Nada. Baldío derroche de
institucionalidad para nada. Tras el acuerdo de Munich, vendido como solución ante
el creciente riesgo de guerra con los nazis, Churchill le dijo a Chamberlain:
"Se te ofreció poder elegir entre la deshonra y la guerra y elegiste la
deshonra, y también tendrás la guerra". Pues algo así es lo cosechado por
el gobierno. Creía yo que Iván Redondo, el gran asesor de Sánchez, sabría que
iba a pasar esto. La verdad, me lo imaginaba bastante más listo.
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