El
concepto de carga, de losa, de piedra de Sísifo que se esconde bajo la figura
jurídica de la hipoteca se puede explicar de la manera más precisa posible
estudiando la situación en la que queda el
Tribunal Supremo tras la sentencia de ayer. En una enconada votación de 15 a
13, la decisión tomada dejó a todo el mundo asombrado, me atrevo a decir
que incluso a la propia banca, que no esperaba una sentencia plenamente
favorable para sus intereses. Daba por hecho que de ahora en adelante le
tocaría pagar y rezaba (y peleaba) para que no tuviera efectos retroactivos,
pero logró librarse de una y otra carga. Y la imagen del Tribunal, sumida en
las sombras, ha quedado bastante en entredicho.
La
gestión por parte del Tribunal de un asunto tan delicado y fácil de manipular
ha sido nefasta, no por la decisión final acordada, sino por el procedimiento
por el que se ha llegado a la misma. No puede ser que primero se decida A,
luego B, luego se pida suspender el efecto de B y finalmente se opte por A como
si aquí no hubiera pasado nada. Así no se hacen las cosas, sean A o B
cualquiera de las opciones posibles que ustedes deseen ante cualquier problema.
Ahora la indignación popular es palpable, y se va a acabar legislando a favor
del cliente y en contra del banco para revertir el efecto de la decisión de
ayer, y ningún partido votará en contra, pero el roto que se ha hecho a la
institución judicial es enorme, tanto como el prestigio perdido. Es difícil
defender tras lo sucedido que no ha habido presiones bancarias encubiertas, y
el discurso demagógico y facilón de que los poderosos siempre ganan ha
encontrado un filón en lo que ha sucedido estos días, filón que resulta muy
difícil de rebatir. Y en medio de todo este ruido, dos asuntos en los que poca
gente repara y que tienen la clave de lo que se esconde tras esta polémica. El
primero es el de por qué tiene que estar gravado con un impuesto la
constitución de una hipoteca. El afán recaudatorio del gobierno no conoce
límites, y el mero hecho de firmar un papel con consecuencias legales conlleva
pagar, lo que es algo tan arcaico como injusto. Un hipotecado paga un impuesto
que un alquilado no, ¿por qué? ¿Somos los hipotecados una especie diferente que
tenemos obligaciones superiores al resto? Si se quita el impuesto nadie lo
paga, y este debate desaparece. En algunas naciones europeas existe y en otras
no, no es algo que sea consustancial al hecho de existir, como es el respirar o
mojarse cuando llueve con viento racheado, como sucede hoy en Madrid. El otro
detalle es que este impuesto es cobrado por las Comunidades Autónomas, no por
el gobierno central, y ellas deciden el importe del mismo, que oscila entre el
0,5% y el 1,5%. Tenemos gobiernos en las CCAA de todos los tipos; socialistas,
peperos, coaliciones y hasta independentistas, y todas cobran el impuesto. ¿Ha
propuesto alguna de ellas retirarlo o renunciar a él? Por supuesto que no. Esta
figura es una de las causas por las que, durante la época d la burbuja, las
CCAA también estaban encantadas con el disparo de los precios de los pisos,
porque ganaban mucho dinero con ello. Pisos más caros son hipotecas más
elevadas y más impuestos asociados a las mismas, y con ello más ingresos,
destinados en unos casos a inversión, en otros a gastos superfluos y, visto lo
visto, no poco a mordidas y prácticas clientelares de opaca legalidad. Ya ayer
por la mañana la actual Ministra de Hacienda cuantificó el impacto para las
arcas de las CCAA en cerca de 5.000 millones de euros de producirse una
sentencia favorable al cliente con una retroactividad limitada de cuatro años,
que era por lo que muchos apostaban, y dejó muy claro que el efecto no se daría
en las cuentas nacionales, sino en la de cada una de las regiones, que son las
que han cobrado el impuesto, cada una a un tipo que ella ha determinado.
De
todo esto no se hablará ni hoy ni mañana ni nunca. Tras la noche de sorpresa y
primeras reacciones, hoy vendrán las declaraciones solemnes, los anuncios de
reformas legislativas y la idea de que algo habrá que hacer para que la pérfida
banca pague lo que debe, cuando hasta hace tres semanas nadie se había fijado
en este asunto. Todos los partidos, que son los que recaudan el impuesto, se
pondrán de acuerdo para cambiar el sujeto pasivo del mismo, pero no para reducirlo
o eliminarlo, e intentarán ponerse medallas ante un problema que, como otros
tantos, es fruto de su avaricia recaudatoria. Y al Supremo no le defenderá
nadie, y lleno de heridas tras un proceso kafkiano, tendrá que arreglárselas él
solito para sanarlas. Sí, todo son hipotecas, algunas en dinero, las más en
prestigio e imagen. Las primeras se pagan y saldan, las segundas son mucho más
difíciles de pagar y, aun así, a veces no se acaban nunca.
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