Hace
unos días triunfó en los medios de todo el mundo una imagen espectacular, en la
que se veía un atasco de personas, una procesión detenida en el punto final del
ascenso al Everest, la cima más alta del mundo. Era una imagen completamente
absurda, de un lugar inhóspito, peligrosísimo, hostil para la vida, pero que
estaba tan concurrido como la Gran Vía en una tarde de fin de semana. Luego se
ha sabido que han sido varios los muertos entre los atascados, porque ascender
a esa cima y esas alturas sin oxígenos es, simplemente, mortal, y no pocos de
los que allí estaban llevaban dosis mínimas, para cargar con el menor peso
posible, en un intento de ascender el tramo final a toda prisa, coronar,
sacarse montañas de fotos presuntuosas y correr otra vez de vuelta al campo
base.
Sin
mencionarlo en ningún momento, se ha sabido por fin y era de justicia
conocerlo, que el autor de esa imagen es un alpinista nepalí llamado Nirmal
Purja, al que el atasco pilló en su ascensión. Eran más de doscientas
personas las que formaban esa concurrencia y, al parecer, los fallecidos de esa
jornada alcanzan los diez. Cifras enormes, impactantes, y llenas de absurdo.
Resulta que uno puede escalar el Everest aunque carezca prácticamente de
cualquier cualidad o experiencia montañera, basta con tener suficiente dinero
como para contratar un servicio de lo más exclusivo que casi te porta hasta el tramo
final de la ascensión, sin que tengas que cargar con pertrechos ni otro tipo de
petates. Basta con ir andando por una ruta trillada y muy segura y que el
tiempo lo permita. En jornadas despejadas como las que retrata la imagen se
producen las avalanchas de salto a la cumbre, de primeras porque es más seguro
para hacerlo y de segundas porque, obviamente, las fotos quedan mucho más
bonitas. ¿Es esto alpinismo o deporte? No, obviamente no. En la práctica se
trata de comprar el ascenso, de pagar para obtener una plaza en un proceso en
el que casi a uno se le lleva en volandas hasta el punto más alto para que
pueda presumir de haberlo logrado. Y ese punto más alto, como antes señalaba,
es sin duda un lugar bello hasta el éxtasis, pero igualmente peligroso. A
partir de 7.000 metro de altura es casi imposible poder respirar salvo que una
persona haya nacido en esas zonas altas y este aclimatada o posea facultades
especiales. Es necesario portar oxígeno porque el aire está tan enrarecido que
uno se ahoga por mucho que inhale un fluido en el que apenas hay fuerza para
que la respiración humana sea capaz de ser efectiva. No es ningún juego subir a
esas alturas. Aunque estuviéramos en la terraza de un edificio de esos kilómetros
de altura, a la que hubiéramos subido en un inocuo y enorme ascensor, salir a
la “calle” nos pondría en absoluto riesgo de muerte. A los más de 8.800 metros
de la cumbre del Everest estar sin oxígeno auxiliar es, directamente, suicida.
El atasco de la foto provocó, sin duda, que más de uno agotase sus provisiones
de oxígeno mucho antes de lo previsto, bloqueado en el ascenso y, claro,
obligado a respirar de mientras. Más allá de su peligrosidad, la escena que
contemplamos supone un enorme monumento al absurdo y la vanidad, a un grupo de
personas, que creo que representan bastante bien a la sociedad en la que nos
movemos, que se mueven por el mero hecho de “tachar” uno más de los objetivos
que consideran que deben cubrir para ser algo, y con el consiguiente y obsesivo
retrato fotográfico que lo inmortalice y le permita alardear de ello. Es algo
muy similar a lo que vemos en las marabuntas que se agolpan en torno a La
Gioconda del Louvre, donde ninguna de las personas allí presentes observa el
cuadro, entre otras cosas porque es físicamente imposible, sino que se
inmortaliza con él y con la masa, presume de estar allí, lo relata en las
redes, y “tacha” a ese icono de nuestro mundo como otra de las piezas de caza
que suma a su zurrón personal. Como los ciegos visitantes del Louvre, los que
hacían cola en el Everest ha ollado su cima, sí, pero no han escalado la
montaña. Han llegado hasta allí, pero no han ido allí. Esa imagen de atasco
dice tantas cosas de nosotros que es fascinante. Nos describe perfectamente
como sociedad, y no, no es nada bonito lo que nos está diciendo, gritando.
El
gobierno de Nepal obtiene enormes beneficios de toda la industria que se ha
organizado en torno a la subida masiva al Everest, cobrando tasas y derechos
por cualquiera de los trámites del proceso, siendo esta una de sus fuentes de
ingresos más significativas, por lo que es de esperar que aliente todo este
absurdo, con el que hace un gran negocio. Y otra de las cosas de las que nadie habla
es de la enorme cantidad de desperdicios que esta marabunta de gente puede
dejar a su paso en todo el entorno de la montaña, cumbre incluida. En tiempos
de ecologismo exacerbado, ¿cuál es el impacto medioambiental de estas prácticas
tan irracionales? Enorme, a buen seguro, pero invisible si el dinero que paga
esta fiesta es lo suficientemente elevado como para acallarlo. Seré raro, pero no
entiendo que lleva a la gente a hacer estas tonterías.