lunes, mayo 06, 2019

Una noche de rock (para JAOP y FJSH)


¿Estamos viviendo el ocaso del rock? La edad media de sus seguidores crece a medida que las nuevas generaciones parecen ser víctimas de otras influencias, con el malvado reguetón a la cabeza, pero un par de noticias de estos pasados días dan algo de esperanza al género. Hace dos domingos Mark Knopfler llenó el palacio de los deportes de Madrid, y mucho me dolió no estar presente en lo que parece es la gira de despedida de un mito de la guitarra, y el pasado viernes, en el recinto de Valdebebas destinado al a veces esperpéntico Mad Cool, Metallica congregó a 66.000 espectadores en un triunfo absoluto, al que no me hubiera gustado asistir, porque no me va el estilo, pero en una muestra de dominio y seguimiento de masas indiscutible.

Sin tantas alharacas, este pasado sábado noche nos juntamos un grupo de nostálgicos, llamémonos así, en una sala del madrileño barrio de Fuencarral, para escuchar a una banda de tributo, de esas que se dedican a homenajear a los clásicos de los setenta, ochenta y noventa. Armados con batería, bajo, guitarra solista, voz y un teclista que, a última hora, no pudo asistir por un problema médico, la banda, llamada 5 jotas” desgranó un repertorio agradecido, jovial y con mucha fuerza, en el que se alternaban autores como la Creedence, Staus Quo, Joe Cocker, Robert Palmer, Alaska y muchos otros. Como sucede en los conciertos de música clásica, muchos de los que allí nos encontrábamos acudíamos a la llamada de nuestros amigos, que con toda la ilusión del mundo han montado la banda para recordar, pasárselo bien y tocar música, que es lo más importante, y por lo que pude apreciar el poder de convocatoria de alguno de los miembros del grupo, concretamente del batería, fue muy superior al del resto. La ausencia del teclista enmarañó un poco la actuación prevista, obligó a reducir las canciones ya preparadas y, en algunos casos, a recomponerlas para que no se notara la ausencia del instrumento. Ello sin duda aumentó la presión del grupo, en lo que era ya una cita trascendental al ser el primer concierto que hacían en público. Pese a ello el resultado fue muy bueno. Se notaba que los componentes del grupo, a pesar del sudor y nervios, disfrutaban de lo que estaban haciendo y, en el caso de la guitarra, al mando del JAOP, se pudo ver que quien tuvo, retuvo. Ya hace años formó parte de algunos grupos musicales y, tras mucho tiempo alejado de la escena, muy ocupada su vida por el trabajo y la familia, el gusanillo de la música volvía a rugir entre sus dedos, y esta nueva banda ha supuesto la oportunidad de encontrarse con un escenario, los amplificadores conectados y el sonido de la guitarra, rasgada, punteada o de las mil maneras que puede ser tañida, en un repertorio que gira, en su mayor parte, en el lucimiento más o menos virtuoso de la guitarra, instrumento fetiche del rock. Batería y bajo crean la secuencia de acordes y base fundamental para que la pieza funcione, no son tan apreciados por el oyente como debieran pero son fundamentales (heredan el papel del bajo continuo barroco) y el cantante solista acapara flashes y focos cuando canta, hace poses y se queda con el público, pero es ese momento en el que la guitarra empieza a hacer “cosas” el que levanta a todo el mundo, el que enfervoriza al rockero de verdad y al impostado, que sin poder evitarlo empiezan a simular que tienen un mástil entre las manos, y juegan con trastes y cuerdas invisibles, en unas poses que tratan de replicar lo que, desde el escenario, el profesional ejecuta con primura, trabajo y entrega. El que se hayan creado concursos internacionales de “Air guitar” o ejecución sin guitarra es una muestra de hasta dónde llega la fiebre por el instrumento en el rock.

El concierto duro algo más de hora y media y todos los que allí estuvimos pasamos un rato excelente, escuchando canciones que, para muchos, son la banda sonora de su adolescencia, que durante un tiempo reinaron en las emisoras de radio y que hoy, en época de plataformas, sobreabundancia de ofertas y desplome de la radio fórmula, suenan privadamente en el hogar o auriculares del aficionado. Sí, quizás el rock ha pasado ya sus mejores años y, como nos pasa a los seguidores de la clásica, sus aficionados serán poco a poco una legión cada vez más compacta y minoritaria, pero eso no quita nada de la calidad de las canciones que se escucharon el sábado, la entrega de los intérpretes, su valor para salir al escenario y los buenos momentos que pasamos entre todos. Todo fue “simply irresistible”.

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