¿Estamos
viviendo el ocaso del rock? La edad media de sus seguidores crece a medida que
las nuevas generaciones parecen ser víctimas de otras influencias, con el
malvado reguetón a la cabeza, pero un par de noticias de estos pasados días dan
algo de esperanza al género. Hace dos domingos Mark Knopfler llenó el palacio de
los deportes de Madrid, y mucho me dolió no estar presente en lo que parece es
la gira de despedida de un mito de la guitarra, y el pasado viernes, en el
recinto de Valdebebas destinado al a veces esperpéntico Mad Cool, Metallica
congregó a 66.000 espectadores en un triunfo absoluto, al que no me hubiera
gustado asistir, porque no me va el estilo, pero en una muestra de dominio y
seguimiento de masas indiscutible.
Sin
tantas alharacas, este pasado sábado noche nos juntamos un grupo de
nostálgicos, llamémonos así, en una sala del madrileño barrio de Fuencarral,
para escuchar a una banda de tributo, de esas que se dedican a homenajear a los
clásicos de los setenta, ochenta y noventa. Armados con batería, bajo, guitarra
solista, voz y un teclista que, a última hora, no pudo asistir por un problema
médico, la banda, llamada 5 jotas” desgranó un repertorio agradecido, jovial y
con mucha fuerza, en el que se alternaban autores como la Creedence, Staus Quo,
Joe Cocker, Robert Palmer, Alaska y muchos otros. Como sucede en los conciertos
de música clásica, muchos de los que allí nos encontrábamos acudíamos a la
llamada de nuestros amigos, que con toda la ilusión del mundo han montado la
banda para recordar, pasárselo bien y tocar música, que es lo más importante, y
por lo que pude apreciar el poder de convocatoria de alguno de los miembros del
grupo, concretamente del batería, fue muy superior al del resto. La ausencia
del teclista enmarañó un poco la actuación prevista, obligó a reducir las
canciones ya preparadas y, en algunos casos, a recomponerlas para que no se
notara la ausencia del instrumento. Ello sin duda aumentó la presión del grupo,
en lo que era ya una cita trascendental al ser el primer concierto que hacían
en público. Pese a ello el resultado fue muy bueno. Se notaba que los
componentes del grupo, a pesar del sudor y nervios, disfrutaban de lo que
estaban haciendo y, en el caso de la guitarra, al mando del JAOP, se pudo ver
que quien tuvo, retuvo. Ya hace años formó parte de algunos grupos musicales y,
tras mucho tiempo alejado de la escena, muy ocupada su vida por el trabajo y la
familia, el gusanillo de la música volvía a rugir entre sus dedos, y esta nueva
banda ha supuesto la oportunidad de encontrarse con un escenario, los
amplificadores conectados y el sonido de la guitarra, rasgada, punteada o de
las mil maneras que puede ser tañida, en un repertorio que gira, en su mayor parte,
en el lucimiento más o menos virtuoso de la guitarra, instrumento fetiche del
rock. Batería y bajo crean la secuencia de acordes y base fundamental para que
la pieza funcione, no son tan apreciados por el oyente como debieran pero son
fundamentales (heredan el papel del bajo continuo barroco) y el cantante
solista acapara flashes y focos cuando canta, hace poses y se queda con el público,
pero es ese momento en el que la guitarra empieza a hacer “cosas” el que
levanta a todo el mundo, el que enfervoriza al rockero de verdad y al
impostado, que sin poder evitarlo empiezan a simular que tienen un mástil entre
las manos, y juegan con trastes y cuerdas invisibles, en unas poses que tratan
de replicar lo que, desde el escenario, el profesional ejecuta con primura,
trabajo y entrega. El que se hayan creado concursos internacionales de “Air
guitar” o ejecución sin guitarra es una muestra de hasta dónde llega la fiebre
por el instrumento en el rock.
El
concierto duro algo más de hora y media y todos los que allí estuvimos pasamos
un rato excelente, escuchando canciones que, para muchos, son la banda sonora
de su adolescencia, que durante un tiempo reinaron en las emisoras de radio y que
hoy, en época de plataformas, sobreabundancia de ofertas y desplome de la radio
fórmula, suenan privadamente en el hogar o auriculares del aficionado. Sí, quizás
el rock ha pasado ya sus mejores años y, como nos pasa a los seguidores de la
clásica, sus aficionados serán poco a poco una legión cada vez más compacta y
minoritaria, pero eso no quita nada de la calidad de las canciones que se
escucharon el sábado, la entrega de los intérpretes, su valor para salir al
escenario y los buenos momentos que pasamos entre todos. Todo fue “simply irresistible”.
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