viernes, mayo 31, 2019

Tontos en el Everest


Hace unos días triunfó en los medios de todo el mundo una imagen espectacular, en la que se veía un atasco de personas, una procesión detenida en el punto final del ascenso al Everest, la cima más alta del mundo. Era una imagen completamente absurda, de un lugar inhóspito, peligrosísimo, hostil para la vida, pero que estaba tan concurrido como la Gran Vía en una tarde de fin de semana. Luego se ha sabido que han sido varios los muertos entre los atascados, porque ascender a esa cima y esas alturas sin oxígenos es, simplemente, mortal, y no pocos de los que allí estaban llevaban dosis mínimas, para cargar con el menor peso posible, en un intento de ascender el tramo final a toda prisa, coronar, sacarse montañas de fotos presuntuosas y correr otra vez de vuelta al campo base.

Sin mencionarlo en ningún momento, se ha sabido por fin y era de justicia conocerlo, que el autor de esa imagen es un alpinista nepalí llamado Nirmal Purja, al que el atasco pilló en su ascensión. Eran más de doscientas personas las que formaban esa concurrencia y, al parecer, los fallecidos de esa jornada alcanzan los diez. Cifras enormes, impactantes, y llenas de absurdo. Resulta que uno puede escalar el Everest aunque carezca prácticamente de cualquier cualidad o experiencia montañera, basta con tener suficiente dinero como para contratar un servicio de lo más exclusivo que casi te porta hasta el tramo final de la ascensión, sin que tengas que cargar con pertrechos ni otro tipo de petates. Basta con ir andando por una ruta trillada y muy segura y que el tiempo lo permita. En jornadas despejadas como las que retrata la imagen se producen las avalanchas de salto a la cumbre, de primeras porque es más seguro para hacerlo y de segundas porque, obviamente, las fotos quedan mucho más bonitas. ¿Es esto alpinismo o deporte? No, obviamente no. En la práctica se trata de comprar el ascenso, de pagar para obtener una plaza en un proceso en el que casi a uno se le lleva en volandas hasta el punto más alto para que pueda presumir de haberlo logrado. Y ese punto más alto, como antes señalaba, es sin duda un lugar bello hasta el éxtasis, pero igualmente peligroso. A partir de 7.000 metro de altura es casi imposible poder respirar salvo que una persona haya nacido en esas zonas altas y este aclimatada o posea facultades especiales. Es necesario portar oxígeno porque el aire está tan enrarecido que uno se ahoga por mucho que inhale un fluido en el que apenas hay fuerza para que la respiración humana sea capaz de ser efectiva. No es ningún juego subir a esas alturas. Aunque estuviéramos en la terraza de un edificio de esos kilómetros de altura, a la que hubiéramos subido en un inocuo y enorme ascensor, salir a la “calle” nos pondría en absoluto riesgo de muerte. A los más de 8.800 metros de la cumbre del Everest estar sin oxígeno auxiliar es, directamente, suicida. El atasco de la foto provocó, sin duda, que más de uno agotase sus provisiones de oxígeno mucho antes de lo previsto, bloqueado en el ascenso y, claro, obligado a respirar de mientras. Más allá de su peligrosidad, la escena que contemplamos supone un enorme monumento al absurdo y la vanidad, a un grupo de personas, que creo que representan bastante bien a la sociedad en la que nos movemos, que se mueven por el mero hecho de “tachar” uno más de los objetivos que consideran que deben cubrir para ser algo, y con el consiguiente y obsesivo retrato fotográfico que lo inmortalice y le permita alardear de ello. Es algo muy similar a lo que vemos en las marabuntas que se agolpan en torno a La Gioconda del Louvre, donde ninguna de las personas allí presentes observa el cuadro, entre otras cosas porque es físicamente imposible, sino que se inmortaliza con él y con la masa, presume de estar allí, lo relata en las redes, y “tacha” a ese icono de nuestro mundo como otra de las piezas de caza que suma a su zurrón personal. Como los ciegos visitantes del Louvre, los que hacían cola en el Everest ha ollado su cima, sí, pero no han escalado la montaña. Han llegado hasta allí, pero no han ido allí. Esa imagen de atasco dice tantas cosas de nosotros que es fascinante. Nos describe perfectamente como sociedad, y no, no es nada bonito lo que nos está diciendo, gritando.

El gobierno de Nepal obtiene enormes beneficios de toda la industria que se ha organizado en torno a la subida masiva al Everest, cobrando tasas y derechos por cualquiera de los trámites del proceso, siendo esta una de sus fuentes de ingresos más significativas, por lo que es de esperar que aliente todo este absurdo, con el que hace un gran negocio. Y otra de las cosas de las que nadie habla es de la enorme cantidad de desperdicios que esta marabunta de gente puede dejar a su paso en todo el entorno de la montaña, cumbre incluida. En tiempos de ecologismo exacerbado, ¿cuál es el impacto medioambiental de estas prácticas tan irracionales? Enorme, a buen seguro, pero invisible si el dinero que paga esta fiesta es lo suficientemente elevado como para acallarlo. Seré raro, pero no entiendo que lleva a la gente a hacer estas tonterías.

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