Si
recuerdan algo de la pasada guerra fría, es que tienen una cierta edad, y si no
es así, envidia que me da su juventud. En aquellos tiempos, ahora idealizados,
pero que eran una constante pesadilla, ni EEUU ni la URSS podían enfrentarse
directamente, por riesgo de guerra nuclear mundial. Para aliviar tensiones y
probarse, escogían países terceros, en Asia, África o América Latina, cada uno
armaba a uno de los bandos y se enfrentaban mediante intermediarios, en lo que
se llamaban guerras proxy. Servía para desentumecerse, aliviar presión, ensayar
tácticas y armamentos, etc. Lo que les sucediera a los ciudadanos de esos
países no importaba a ninguno de los bandos. Mala suerte por estar ahí.
Europa
era en aquellos años el principal teatro de operaciones de la tensión, donde no
se desataban guerras proxy, pero se armaba a ambos combatientes en suelo
continental para la que sería la única y definitiva guerra. Las naciones
europeas, divididas por el telón de acero, estaban infectadas de espías de uno
y otro lado y eran constantes las operaciones de sabotaje, información y
guerrilla que se daban a uno y otro lado de ese telón, especialmente en
Alemania y más en un Berlín dividido y en tierras del este. Asombra leer ahora
las crónicas de aquel momento y comprobar la enorme tensión que se vivía cada
día y lo cerca que estuvimos en demasiadas ocasiones de una guerra real, dura y
letal. No sabemos la suerte que tenemos. Pues bien, ahora que se ha desatado
una nueva guerra fría entre dos potencias podremos ir comprobando hasta qué
punto la historia se repite y diverge. Una de las principales diferencias es
que, para ambos contendientes, Europa ya no es el objeto principal de atención.
Por motivos geográficos y económicos nuestro continente ha perdido mucho peso y
es, desde hace tiempo, un actor secundario en el escenario global, nos guste o
no. La Unión Europea en su conjunto posee cifras de PIB y otras variables macro
que la convierten en uno de los grandes jugadores globales, pero la falta de
coordinación de los países europeos convierte a esta Unión en un gigante en el
papel y un grupo de enanitos en la práctica. Todo parece indicar que el papel
geográfico que desempeñó Europa de los años cincuenta a ochenta lo va a ocupar
el sureste asiático, donde se encuentran numerosos países vecinos de China, y
las aguas que bañan a todas esas naciones y Japón, aguas infestadas de islas
artificiales, peñones y demás accidentes que pueden convertirse en cualquier
momento en lugares de fricción potencialmente peligroso. Como en el pasado,
habrá que contar con la suerte para que Taiwan o lugares cercanos no sean
escenarios bélicos, pese a la creciente presión que van a vivir. ¿Y las guerras
proxy? Se darán, pero parece que de otra manera, al menos por ahora. De hecho
lo de Huawei es una nueva versión de ese tipo de guerras, en las que las nuevas
tecnologías permiten amplificar exponencialmente el número de afectados y al
intensidad de las mismas, a la vez que, parece, disminuir la crueldad. No
parece que, de momento, vayamos a vivir “Nicaraguas”, “Angolas” o “Vietnams,
pero sí que conflictos como el de la tecnológica suponen el llevar el campo de
batalla a las vidas de los ciudadanos de todo el mundo, que se ven
perjudicados, y a las cuentas de resultados de los gigantes empresariales de
ambos lados, que son los mayores portaviones del mundo, operando sin cesar en
el infinito mar de las finanzas y colectividad globales. Los daños económicos
que pueden generar decisiones como las de esta semana son enormes, extensos y
de difícil gestión, y amplifican mucho el efecto de medidas que, sin disparar
tiros, tratan de derrotar al enemigo. Este es otro ejemplo de que nuevas
tecnologías traen, inevitablemente, nuevas armas.
¿Y
entonces, qué papel le espera a Europa en todo este escenario? Pues en parte de
comparsa, de sufridor y de potencial aprovechador de las fisuras que puedan
surgir. En un mundo de relaciones comerciales, Europa las mantiene a todo trapo
con ambas partes, y si las empresas norteamericanas son penalizadas por los
chinos, o viceversa, las europeas pueden intentar ganar cuota en ambos mercados
como oferentes de sustitución. Por el lado malo, el que no dominemos las
tecnologías ni tengamos poder de mercado nos deja a merced de las decisiones de
ambos contendientes, que pueden hacernos mucho daño. En todo caso, nuestro
protagonismo es mucho menor y eso hace que la historia sea muy distinta a lo
que hemos vivido en el pasado. Oportunidades, sí, las hay, y riesgos, sin duda
enormes. A saber lo que va a pasar.
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