Hoy
termina la segunda campaña electoral en apenas dos meses y, en principio, se
abriría un largo tiempo político sin lecciones a la vista, en el que el fragor
de la batalla, las simplezas y las descalificaciones debieran dejar paso a algo
de sosiego y, quizás, consenso, para abordar grandes problemas que tenemos en
el país, y afrontar no menos pequeños asuntos que nos vienen de fuera. ¿Se
creen mis palabras? Seguro que no, y en el fondo yo tampoco me las creo. Habrá
un complicado recuento el domingo, con ganadores y perdedores en unos y otros
lados, y luego, casi seguro, otra vez a la matraca diaria del enfrentamiento,
con los soberanistas catalanes pervirtiéndolo todo y los medios, como
alharacas, pregonando cada uno a su barquero.
Ha
sido esta una campaña rara, deslavazada. Sita después de unas generales
adelantadas que ofrecieron resultados bastante más claros de lo esperado y que
dejaron a un PSOE ganador y a un PP noqueado, sonado. La muerte de Rubalcaba
ocupó la totalidad del primer fin de semana de campaña y la acalló, y esta
segunda semana está monopolizada por la constitución de las cámaras y las
tristes argucias de sus nuevas presidencias para no suspender a los políticos
presos para tratar de arañar votos nacionalistas hasta el domingo. De la
campaña en sí se habla poco, y menos aún de las tres elecciones en liza que se
juegan. En las municipales, que se dan en todo el país, el foco está puesto en
las grandes ciudades, especialmente Madrid y Barcelona, donde las encuestas
ofrecen una situación más reñida. Parece claro que Carmena ganará en Madrid,
pero no se puede afirmar nada sobre quién será capaz de gobernar. La situación
en Barcelona es aún más confusa, dado que se atisba un posible empate entre ERC
y la candidatura de Ada Colau, en una competición sobre quién es más
soberanista que deja a los demás un tanto atrás. Otras ciudades como Sevilla,
Valencia o Bilbao parecen tener bastante más claro el futuro signo de su
alcaldía, mientras que en Zaragoza o Coruña se mantiene la incertidumbre. En
las elecciones autonómicas, en las comunidades en las que se celebren, lo más
interesante vuelve a ser Madrid y, en general, las comunidades que ahora
gobierna un PP en franco retroceso, donde su posición hegemónica corre grave
riesgo de sufrir un colapso similar al que sufrió hace apenas un mes. No parece
haber cuajado la idea del PP de convertir estas elecciones en una segunda
vuelta de las generales, tratando de compensar la pérdida de poder de unas con
el mantenimiento del mando en otras. Feudos clásicos de los populares como
Castilla y León o la citada Comunidad de Madrid corren riesgo de bascular, en
el caso capitalino, o de ser necesarios acuerdos de gobernabilidad en el
castellano leonés, abriéndose en ese caso un abanico de posibilidades. Tanto en
ayuntamientos como en comunidades veremos pactos de todo tipo, con alianzas de
Ciudadanos tanto con PP como con PSOE, y muchos dan por seguro que los “cromos”
que se comercien en esos pactos locales se verán reflejados en acuerdos de
gobernabilidad en el Congreso, de uno u otro tipo. De cara a los liderazgos,
son los más débiles los que más peligran, y ahí el de Casado en el PP realmente
pende de un hilo. Si quiere seguir al frente de la formación necesita
imperiosamente no perder Madrid, y lo tiene difícil. Una segunda derrota en este
campo tras el palo de abril debiera ser letal para su carrera política, y
situaría al PP ante la encrucijada existencial que, entre campaña y campaña, no
quiere ver ni afrontar. El PSOE, con el viento a favor de abril, se ve como
ganador, lo sea o no, y el resto tratarán de mantener sus posiciones de poder o
agrandarlas. Veremos a ver lo que consiguen.
¿Y
las elecciones europeas? Se escandalizarán de lo que voy a decirles, pero creo
que, de las tres, son las más importantes. En un contexto internacional que se
polariza y se vuelve peligroso, la UE no es el mejor paraguas que tenemos, no,
simplemente es el único. Ojalá las fuerzas moderadas de derecha e izquierda
batan a los sondeos y sean capaces de alcanzar un gran número de escaños,
haciendo que los populismos unidos fracasen en su intento, subvencionado por no
pocos, de torpedear a las instituciones y el proyecto europeo. Mi principal
aspiración en estas elecciones es que el sedicioso fantasma de Puigdemont no
saque escaño, que fracase. Su derrota sería una victoria para todos nosotros.
En todo caso, y saben, vayan a votar. Siempre, y el lunes vemos a ver qué dicen
los recuentos, que esta vez serán largos y complicados.
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