Parece
una obviedad el hecho de que vivimos en un mundo de alto grado de
postmodernismo, que muchas veces me supera por completo. Los mayores problemas
para miles, millones de occidentales hoy mismo no son ni las elecciones
europeas ni el cambio climático ni la economía ni lo que suceda en el Golfo
Pérsico. No, tienen que ver con series de televisión, que consumen de manera
compulsiva, como de forma ávida y desmadrada, a veces con una tendencia a la
bulimia que es preocupante. Este fin de semana se acaban dos que han marcado
una época en el medio, y han forrado completamente a todos los que han estado
involucrados en su desarrollo y creación.
Creo
que es hoy cuando se emite en EEUU el último capítulo de The Big Bang Theory,
ejemplo perfecto de genialidad que, al ser alargada en exceso para hacer caja,
pierde gran parte de su sentido. ¿Personajes como esos que se casan, tienen
sexos e hijos? Eso es algo completamente inverosímil. Larga vida a Sheldom y su
tropa, aunque es mejor eliminar las últimas temporadas en su totalidad y
quedarse con la grandeza de las primeras. Pero lo que tiene a todo el mundo
desquiciado es el final de Juego de Tronos, que creo que tendrá lugar la noche
del domingo en EEUU. El último capítulo de esta octava temporada se emitirá y,
en teoría, se acabará la franquicia más elefantiásica, rentable y apabulladora
de la historia reciente de la televisión. Las audiencias no son espectaculares,
dado que se emite por plataforma, no en abierto, y aun así superan de largo la
decena de millón de espectadores al otro lado del charco, pero el impacto que
ha generado la serie es global. Aquí ha pasado algo parecido, con audiencias
cortas y dependientes de plataformas y streamming y millones de comentarios en
redes sociales, descargas ilegales e intentos de asesinatos ante la que se ha
convertido, sin lugar a dudas, la serie en la que el destripe posee mayor valor
como arma y resulta tan mortal para el espectador como para los personajes de
la trama. Millones de personas han seguido en todo el mundo las andanzas y
penares de las criaturas creadas por George RR Martin, que en televisión se
simplificaron para poder ofrecer un conjunto coherente que se desborda en unos
libros complejos, muy bien escritos pero de lectura difícil a la hora de
hacerse una idea completa de la trama. Llegó un punto en el que la serie
alcanzó a los libros y se tuvo que optar por esperar a Martin o buscar otro
camino. La facturación en aquel momento ya era salvaje, el negocio financiero
de la serie generaba una cantidad de millones que ni la fortaleza de los Lannister
en Roca Casterly sería capaz de alojar y, obviamente, los productores pasaron
de la tendencia de Martin a disiparse y emprendieron un nuevo rumbo, diseñando
tramas alternativas y una tendencia a futuro, con un final que se hará público
este fin de semana. La promoción que ha tenido la serie ha sido espectacular, y
a ella han contribuido personajes como Trump, que en sus inefables tuits la ha
mencionado muchas veces, y casi todos nuestros políticos, carentes de ideas
sobre cómo gestionar el país (ni apenas saben cómo mantener en pie sus propios
partidos) que se autoproclaman Khalessis, guardianes de la noche o cualquier
otra cosa, cometiendo ridículos de talla mayor cada vez que hacen mención a la
trama. Si el abuso de poder, la codicia infinita y la irresponsabilidad son los
males que se retratan una y otra vez en los libros y la serie, ¿qué narices
hace un candidato electoral, que ansía el poder sobre todas las cosas, apropiándose
de un texto que, si uno se fija bien, lo pone como peligro público? En fin,
quizás algunos hayan cobrado de la productora por todo el juego que le han dado
al tema.
El
absurdo del fanatismo de la serie está llegando a que ya son cientos de miles
las firmas que solicitan un final alternativo porque no les gusta el que les
están dando. Imagino al bueno de Martin, desde su sofá, riéndose a
carcajadas, ante tanta tontería, y pergeñando unas novelas en las que las cosas
no acabarán como lo han diseñado los guionistas de la serie. Y preveo que en el
futuro, una mañana de agosto, en un campo desolado de Iowa, miles de seguidores
de la serie y miles de los libros se enfrentarán a muerte para dilucidar cuál
de los dos finales es el correcto. Volarán cabezas, manos y la crueldad extrema
se alzará como la victoriosa, y sobre los restos de los vencidos, sin dragones,
el fuego de las piras funerarias se alzará para coronar al mayor de los fanáticos
de la televisión, que tendrá siervos, hijos, amantes, y soñará con un castillo
enorme al borde de un fiordo, donde pueda desembarcar como Rey.
Subo
a Elorrio y me cojo el lunes festivo. Nos leemos el martes.
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