La
degeneración de Turquía es imparable, y la pérdida de calidad democrática de su
sistema de poder parece que ya no tiene vuelta atrás. La usurpación absoluta
del poder por parte de Erdogán tras el fallido golpe de estado de 2016 le ha
otorgado todas las riendas del poder, a la vez que la coacción a los medios de
comunicación y las fuerzas opositoras no ha dejado de crecer. El sultanato que
ha organizado el líder desde su macropalacio de Ankara tiene cada vez más
resortes disponibles, y como en todo buen régimen autoritario, si se permiten
elecciones es para ratificar los designios del líder y de su formación. No se
contempla que un dictador pierda unos comicios y, si eso sucede, se amañan para
que el resultado sea el que debe ser.
Una
prueba fantástica de todo esto lo tenemos en las muy recientes elecciones
municipales celebradas en la misma Turquía. El régimen controlaba los
ayuntamientos más importantes del país, encabezados por Estambul y Ankara, y se
presentó esas elecciones como un trámite para mantener el poder. Pero, oh,
sorpresa, las perdió. Por los pelos, por décimas de porcentaje de voto, pero
las alcaldías de esas ciudades fundamentales, y de otras, cayeron para el lado
de la oposición. Y todo en medio de un recuento con parálisis, horas de sombra
y sospechas de todo tipo. Imagino a los socios de Erdogán, los autoritarios
unidos del mundo, que quizás tengan hasta un propio grupo de whatsapp, riéndose
del sultán por su chapucera forma de gestionar las elecciones. Putin, Xi
Jinping, y toda esa tropa mandándole memes divertidos a un furibundo residente
del palacio presidencial de Ankara. ¿Cómo se arregla esto? Pues
nada, se anulan las elecciones y vuelta a votar. Eso es lo que ha decidido la
junta electoral suprema sobre los comicios celebrados en Estambul, y obliga
a repetirlos en esa ciudad, la más poblada, rica y poderosa del país, por
considerar que ha habido irregularidades que falsean el resultado. Todo el
mundo sospecha que esas “irregularidades” son las que han permitido que la
oposición se haga con el gobierno local, y que lo “regular” y debido es que el
AKP, partido islamista de Erdogán, gane los comicios. A buen seguro estas
votaciones se celebrarán con todas las garantís posibles, la publicidad de las
formaciones será ecuánime, no se producirán presiones sobre el electorado, la
jornada de votación transcurrirá en calma y el recuento será claro, rápido,
directo y sin mancha alguna de duda sobre su fidelidad. Todo lo anterior no es
sino una serie de frases falsas en las que no meto las comillas necesarias para
no agobiar al lector. Tras el susto sufrido en la votación anterior, Erdogán y
los suyos se esforzarán al máximo para que el resultado de estas municipales
repetidas les sea propicio. Seguramente no forzarán una victoria escandalosa, que
levante no ya suspicacias, sino absoluto cachondeo global, pero sí una lo
suficientemente clara como para disipar dudas y mantener el control sobre la
urbe y sus ciudadanos, cosa más que necesaria para la legitimidad de un régimen
que no puede permitirse el lujo de tener un bastión opositor en el principal
escaparate global de su país. Escarmentado de lo sucedido, es casi seguro que
no se volverán a repetir errores del pasado y que esta vez las elecciones darán
lo que debe ser. Seguro que mira Erdogán con envidia los referéndums celebrados
hace pocos días en Egipto, en los que el mariscal Al Sisi ha conseguido bajas
participaciones, en el entorno del 40%, y
aplastantes victorias en el entorno del 90%, en un perfecto ejemplo de lo
que es un plebiscito organizado por una dictadura, que no es más que el eco de
su autoritarismo. Émulos de personajes como el hombre fuerte egipcio también
habrán sentido un gustirrinín por cómo se han hecho las cosas allí. Trump,
Bolsonaro, Salvini soñarían con algo similar, y en nuestro patio político
Torra, Puigdemont y todos sus repugnantes secuaces se habrán repetido una y mil
veces lo democrática que ha sido la votación egipcia, y que ellos también
quieren una así, y que cómo les gustaría ser como Turquía, anular las
votaciones en las que pierden y volver a celebrarlas hasta ganar (y después,
con el triunfo en la mano, para qué volver a votar?)
Derivada
económica que nos pilla de cerca de lo sucedido en Turquía es el desplome de la
lira turca y, de rebote, el destrozo que eso hace a las cuentas del BBVA, poseedor
del banco Garanti, una de las principales entidades financieras de aquel país. La
economía turca lleva meses de recesión y la actitud irresponsable de su sátrapa
gobernante no hace nada para levantarla, sino más bien al contrario. La lira se
deprecia cada día y decisiones como las de este pucherazo en Estambul hacen huir
a cualquier inversor razonable. En medio de un ambiente internacional caldeado,
que insólitamente hace esfuerzos por frenar el crecimiento, al BBVA le salen
constantemente enanos en el jardín, y el de Turquía es uno que puede hacerle un
destrozo, y no sólo en los rosales. Desde el banco se mira con mucha preocupación
lo que allí pasa. Como para no.
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