Me
preguntaba en algún momento de la eterna primera campaña electoral oficial que
acabamos de vivir sobre qué estaría pasando en Venezuela, de donde apenas
llegaban noticias, aplastadas por el fragor de la lucha local entre partidos.
Visto en la distancia, pareciera que se hubiese llegado a una especie de
equilibrio entre las dos legitimidades, la usurpadora de Maduro y la
constituyente de Gauidó, pero el poder es caprichoso y no desea ser compartido
en regímenes presidencialistas como el venezolano. No es posible una
convivencia entre esas dos fuentes de poder y, tarde o temprano, una de ellas
será vencida, por los hechos o por el paso del tiempo. Guaidó lo sabía y actuó.
En
un movimiento estratégico de calado, movilizó a algunos militares y logró
liberar de su arresto domiciliario a Leopoldo López, líder de su partido,
de corte socialdemócrata, que permanecía retenido en casa desde hace tiempo y a
la espera de cumplir una condena de muchos años de encierro. La imagen de
Guaidó y López juntos, en la calle, rodeados de seguidores, era muy fuerte,
poseía un aire de conquista y suponía un duro golpe para la dictadura de
Maduro, que no podía dejar de responder si quería mantenerse en pie sin ser
gravemente herida. Durante unas horas parecía no llegar esa respuesta, y se
empezó a especular con que el movimiento de Guaidó era, realmente, el inicio
del cambio político, el comienzo de una sublevación militar en la que el
ejército se pasaría al lado del autoproclamado presidente y el final del
chavismo se acercaría, por fin. Horas de enfrentamiento, confusión,
informaciones confirmadas, desmentidas y envueltas en sombras, rumores y
engaños, y al cabo de un par de días nos encontramos con un panorama confuso,
sí, pero triste para las aspiraciones democráticas de los venezolanos. Triste
porque, por encima de todo, el régimen se mantiene en pie, y eso es lo
fundamental. López
se encuentra acogido en la residencia del embajador español en Caracas, lo
que nos otorga un protagonismo aún más especial en esta crisis, en una situación
que puede convertirle en un nuevo “Assange” esta vez en el propio territorio
del país. Las amenazas del aparato represor de Maduro ya apuntan contra nuestra
embajada y personal, y veremos a ver con qué temple y fortaleza son gestionadas
desde aquí, pero parece obvio que, de momento, el movimiento de insurrección de
Guaidó no ha logrado su propósito principal, el desestabilizar al ejército. Pase
lo que pase en Venezuela, será el ejército, que es el que tiene todo el poder,
el que decida quién sigue al margen y quién es depuesto, quién detenido o
arrestado, y quién liberado. Algunas informaciones señalan que, antes de dar
este paso, Guaidó tenía apalabrado el apoyo de varios de los responsables de la
cúpula militar del país, y es probable que alguno sí se hubiera pronunciado en
este sentido, porque de lo contrario el movimiento del presidente proclamado
sería un farol muy arriesgado para él y los suyos. Si la situación no se
altera, la posición de Guaidó en el interior de Venezuela peligra, porque el régimen,
enrabietado, puede moverse contra él y plantear detenciones. A esta hora no se
conoce su paradero, cosa bastante lógica, y aunque los ojos de los medios estén
ahora mismo centrados en el legación española y en lo que allí sucede, es
inevitable pensar que el régimen tiene también puestos muchos intereses en la captura,
ya sin disimulo, de Guaidó. Ha llamado el autoproclamado, y reconocido, presidente,
a una huelga general en el país, para que sean las calles las que vuelvan a
salir a denunciar la insoportable situación que se vive en una nación que se
desangra en lo económico y lo social, pero nuevamente, esas movilizaciones,
justas y llenas de razón, no llevarán a ninguna parte si los militares del país
no cambian de bando y no ofrecen una alternativa. De mientras detenten todo el
pode y tengan el control sobre lo poco que queda de la economía local, pocas
esperanzas veo de que la dictadura caiga. Ojalá me equivoque, pero mal pinta
aquello para la libertad de los venezolanos.
Ayer
por la tarde, sentado en un banco en la calle sin hacer nada, viendo la vida
pasar, tenía un jardín a pocos metros y en él descansaban tres chivos
venezolanos, con sus gorras y pañuelos con la bandera del país estampada, y sus
bicicletas. Eran repartidores de esas empresas de servicio de comida a
domicilio que pagan poco y exigen mucho. Dos de ellos dormitaban sobre la hierba
y el tercero tecleaba sin cesar su móvil, no se si escribiendo o jugando, qué más
da. Eran la imagen del éxodo. Madrid, como otras muchas ciudades españolas,
acoge a muchísimos venezolanos, algunos pudientes, otros pobres, los que han
podido escapar de la ruina de su país, y ahora tratan de abrirse camino en
nuestra sociedad, que no se lo pone fácil, pero que es un paraíso teniendo en
cuenta el lugar del que provienen. Esos chavales son el futuro de su nación,
les necesitan allí. Ojalá Venezuela vuelva a conocer la libertad y prosperidad
que necesita y merece.
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