lunes, mayo 13, 2019

Rubalcaba


Poco voy a poder añadir a lo mucho que se ha escrito sobre la figura de Pérez Rubalcaba en este fin de semana, tras su fallecimiento el pasado viernes. Apenas un par de días estuvo ingresado en el hospital, lo que muestra lo devastador que fue el ictus que sufrió, que de raíz eliminó todas sus opciones vitales. Poseía antecedentes de cardiopatías, pero los condenados ictus pueden presentarse antes o después, y no requieren tener un perfil dado, aunque evidentemente hay factores de riesgo que los alientan. A los sesenta y siete años no era mayor, y es una pena que una vida tan intensa, sabia, llena de conocimientos, secretos e historias se apague en un suspiro, perdiéndose todo lo que en ella se albergaba, que sin dura era mucho.

Cultivó Rubalcaba la imagen de hombre con tono siniestro, de genio del mal, de ser tan conspiranoico como sibilino, de estar tan informado que sólo su mirada imponía un cierto miedo al rival, estuviera en el partido de enfrente o en el suyo propio. Quizás al final vio que era mejor mantener esa imagen y el plus de respeto y temeridad que otorgaba que admitir que no tenía ni tanta información ni tanto poder. Sus elecciones de liderazgo resultaron erradas, como cuando apostó por Susana Díaz y se enfrentó a Pedro Sánchez, lo que nos puede hacer suponer que la inteligencia, que poseía en abundancia, no está necesariamente unida al éxito político. A lo largo de su carrera lo fue todo, absolutamente todo, excepto presidente del gobierno. Curiosamente, hasta que ganó las elecciones, era Rajoy el político con el que compartía una carrera más similar, habiendo desempeñado ambos portavocías, ministerio de educación y otras esferas del poder. Cierto, difícil encontrar a dos políticos más opuestos en tono, estilo y formas, pero sus carreras eras curiosamente paralelas. Cuando Rajoy llega a la Moncloa esa similitud se rompe, porque lo hace precisamente a costa de un Rubalcaba que recoge los despojos del PSOE para estrellarse con ellas en los acantilados de la crisis. Carente de opción alguna en esas elecciones, Rubalcaba se presenta a sabiendas de que va a perder, pero tiene un proyecto a largo plazo para el partido y empieza a recabar el poder. Alcanza la secretaría general y se convierte en la oposición certera de un gobierno popular que gana unas elecciones y descubre que todo lo que podía ir mal iba a ir mucho peor. Las sucesivas citas electorales siguen hundiendo el suelo del PSOE y su liderazgo empieza a fracturarse. Él, que fue el mejor número dos de la política española, empieza a sentir el vértigo del número uno. Acostumbrado a la gestión pública y a los tejemanejes internos, comprueba que estar en lo alto del poder de una organización no es exactamente lo suyo. Carece de un “Rubalcaba” que le gestione el día a día y le arregle los entuertos que van saliendo, y poco a poco se desencanta. Una estrepitosa derrota en las europeas de 2014 le aboca a dejarlo. Podía haber tratado de aguantar, pero se ve incapaz. Dimite de sus responsabilidades y deja la política para volver a la universidad, donde daba clases de química orgánica. Como se dice de todo rival cuando deja de serlo, el resto de políticos empiezan a ensalzar su figura y poco a poco se le va reconociendo más fuera de su partido que dentro de él. El PSOE inicia entonces una lucha interna que lo desgarra hasta niveles no imaginados, Rubalcaba apuesta por yegua no ganadora y el caballo vencedor le reservara animadversión infinita hasta este fin de semana, en el que ha presidido su capilla ardiente en el Senado, compungido por fuera, y también en parte por dentro, porque para los socialistas, sean de la familia que sean, la pérdida de Rubalcaba es devastadora.

Ya lo dijo una vez, en España se entierra muy bien, y hemos vuelto a comprobarlo. Estos días de homenaje han reunido a casi toda la clase política española, en recuerdo de una figura única, controvertida, que no dejaba de suscitar admiración y que como señaló Rajoy en el precioso artículo que escribió el viernes, era demandado por todos los partidos. Todos queríamos a un Rubalcaba, y eso ya lo dice todo. Tentado mil veces para escribir sus memorias, dijo en más de una ocasión que lo que podía contar no le interesaría a la gente y lo que le interesaba a la gente no podía contarlo. Ahora, ya, entre las sombras, su mente no existe, y todo lo que ella dilucidaba, sabía, creaba y, también, maquinaba, no es sino vagos recuerdos de los que, aún vivos, le trataron y conocieron. Demasiado joven se ha marchado. DEP

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