Estamos
viviendo un junio de extremos meteorológicos. Hace apenas un par de semanas, en
un episodio anómalo de bajas temperaturas, varias ciudades del valle del Ebro
batieron récords de temperaturas mínimas para este mes, quedándose al borde de
la helada en algunos casos. Catorce
días después esas mismas localidades hacen frente a una ola de calor, que en
Madrid se siente en toda su crudeza, que les está haciendo registrar nuevas
plusmarcas de máximas y mínimas, acompañado todo ello de un viento reseco
cargado de polvo sahariano que, en la capital, llena de arenilla coches,
alféizares y todo tipo de superficies. Verano crudo.
¿Son
estos episodios fruto del cambio climático? La respuesta breve es que no,
porque el verano en España siempre ha sido duro, con olas de este tipo que se
han sucedido con mayor o menor frecuencia a lo largo de los años y décadas. El
verano nacional es, como lo definía García de Pedraza, calor, siesta y moscas,
y apenas ha cambiado con las décadas. A partir de hoy, inicio de la primera
operación salida, empieza a sentirse el vacío de los que abandonan el trabajo
rumbo al descanso y todo empieza a entrar en una especie de letargo en el que
el calor impone su ley. La respuesta algo más larga a la pregunta que relaciona
el calor con el cambio climático tiene que ver con una discusión que mantengo
con mi madre frecuentemente en relación a estos episodios. Ella no ve muy claro
todo eso del cambio climático, porque dice, y como hemos visto tiene razón, que
antes también había olas de calor y no se decía nada sobre el clima y la
contaminación. Argumento irrebatible, al que añado que es cierto, siempre ha
habido estos fenómenos, y de intensidad similar al que vivimos, pero la
diferencia que indican los modelos de cambio climático no se basa en que se den
estos episodios o no, sino en su recurrencia, en la frecuencia en la que
aparecen y, asociado a la misma, la intensidad en la que se presenten. No es lo
mismo un verano en el que se de una ola de calor que otro en el que se den
varias, y no es lo mismo que, dado que sólo exista una, su intensidad sea la
que sea que si, de producirse varias, podamos tener la posibilidad de que una
de ellas sea de carácter extremo. La recurrencia de estos fenómenos es lo que
puede variar sobremanera según indican los modelos climáticos, y bien sabido es
que no es lo mismo caerse una vez por accidente de pascuas a ramos que tender a
caerse varias veces a lo largo de un mes. Los efectos combinados de episodios
recurrentes de calor se amplifican y pueden ser mucho más devastadores de lo
que nos imaginamos, y en naciones como la nuestra, sometida a un constante
estrés hídrico, donde la lluvia es algo que escasea tanto como la cordura
política, el que los episodios de calor y sequía se vuelvan más frecuentes se
convierte en un serio problema. Un ejemplo de recurrencia extrema es Francia.
Si ven información meteorológica, el centro y sur de aquel país, también
afectado por esta ola, está batiendo récords de temperaturas máximas día tras
días, pulverizando todos los anteriores. Aquí las olas de calor no son
desconocidas, pero allí casi sí, están viviendo un episodio prácticamente
único, teniendo que remontarse al espectacular verano de 2003 para encontrar
algo semejante. En Francia no existe cultura del calor como en España, no es
algo que se produzca con frecuencia y para lo que los ciudadanos y su entorno
estén preparados. La vegetación local “no sabe” lo que es algo así, y su
sufrimiento será enorme ante episodios como este. Si nosotros veremos agudizada
nuestra tendencia y sus problemas, para ellos esto es algo nuevo para lo que
deben prepararse, y por tanto pueden sufrir efectos muy intentos durante los
años que, padeciendo olas de calor, tarden en aclimatarse a estos fenómenos.
Si
uno rebusca datos y ve récords de temperaturas máximas, resulta evidente
comprobar que las fechas en las que se producen son muy modernas, muy actuales,
frente a los récords de mínimas, que pertenecen más a décadas pasadas. Son un
dato singular, pero apuntan a una tendencia general de calentamiento. Por lo
tanto, no, la ola de calor no es fruto del cambio climático, pero este cambio
hará que estas olas sean cada vez más frecuentes e intensas. El clima
condiciona el tiempo, que es mucho más variable y errático, pero que a largo
plazo no puede escapar de la tendencia. De momento, beban mucha agua y guarézcanse
a la sombra. Parece que para el lunes la cosa afloja. Lo que no se ve en el
horizonte es la bendita y necesaria lluvia.