En
el día de hoy, si todo va como está previsto, Irán superará esa cantidad de
uranio enriquecido almacenada en sus silos o donde sea que lo estén
guardando, y romperá por su parte el tratado nuclear firmado con las potencias
occidentales en 2015. Este tratado ya fue roto anteriormente por EEUU al
imponer sanciones adicionales no recogidas por el mismo, por lo que los únicos
que hoy mismo pueden defender su vigencia son el resto de firmantes, especialmente
la UE, que como convidado de piedra y animador de aquel acuerdo carece por
completo de poder real para hacerlo respetar o imponerlo de alguna manera.
¿Está muerto el pacto? Así parece.
Si
esto es así, ¿ante qué escenario nos encontramos? Es difícil decirlo, porque
por ambos lados, EEUU e Irán, parecen encontrarse dos bandos contrapuestos que
empujan en sentidos diferentes. Hay un grupo de halcones, que en Irán son
encabezados por el Ayatolá supremo Ali Jamenei y en EEUU por el Secretario de
Estado Mike Pompeo y el consejero de seguridad Jon Bolton, que ven el
enfrentamiento militar como la única alternativa posible para acabar de una vez
con la rivalidad perpetua entre ambas naciones. Desde Teherán este movimiento
observaría una guerra contra EEUU como una manera de demostrar su insumisión
ante el imperio yanqui y una oportunidad para, desatando la actividad de todos
los grupos armados que operan en la región bajo su influencia (Hamas, Hezbolla,
etc) conseguir afianzar la posición de dominio conseguida tras la guerra de
Siria y acorralar al archienemigo israelí. Saben que militarmente poco pueden
hacer frente a la maquinaria de EEUU desatada, pero el enorme valor que tienen
las vidas de los soldados occidentales para la opinión pública de sus países y el
efecto de estrangular el suministro de crudo juegan a su favor. Por parte
norteamericana, los belicistas, encabezados por Pompeo y Bolton, ven por fin la
oportunidad de enfrentarse a un archienemigo que lleva décadas desestabilizando
la región, actuando mediante los mencionados tentáculos, hostigando a Israel y
otros aliados, y siendo un permanente dolor de cabeza. Saben que su fortaleza
militar es absoluta y no temen represalias, porque creen que las sanciones ya impuestas
han debilitado tanto la economía iraní que no está en condiciones de responder
de una manera fiera ni sostenida. Saben también que gran parte de la población
del país, muy joven, desea un cambio de régimen, que no soporta más la
dictadura teocrática de los ayatolas y que un conflicto, aún de baja
intensidad, puede ser la espoleta que cause el levantamiento interno que acabe
con el régimen. También evalúan costes, que son amplios, pero sus deseos lo son
aún más, y en casos como el de Bolton, obsesionado con este conflicto, y ya muy
entrado en años, sería su última oportunidad, ocupando un cargo de enorme
relevancia en el organigrama de la Casa Blanca, de poder lanzar una operación
de este tipo. Creen haber aprendido de los errores de Irak y confían en una
intervención breve, quirúrgica, potente y desestabilizadora, pero sin la
intervención de tropas masivas, recurriendo al potencial aéreo y la
superioridad tecnológica, avasalladora, del ejército norteamericano. Desde ambos
lados del estrecho ambas facciones se observan, y en el cogote de los
norteamericanos sopla el aliento de saudíes e israelíes, que ven también ahora
la oportunidad de su vida para, unos, dominar de una vez al eterno enemigo chií,
y otros la esperanza de librarse de uno de los países que, constantemente,
esgrimen como objetivo la destrucción de la nación judía. Desde luego hay una
concentración de fuerzas a favor de la guerra muy considerables.
¿Las
hay en contra? Sí, y curiosamente ocupan los máximos exponentes del poder civil
de ambas naciones. Hasan Rohaní, presidente de Irán, moderado, cuyo poder está
muy mediatizado por los jerarcas religiosos, desea a toda costa evitar un
enfrentamiento que sabe sería lesivo para el país, y Donald Trump, el
presidente más aislacionista que ha ocupado la casa Blanca en décadas, no
quiere saber nada de una guerra, la tercera para su país en esa zona, que le
empantanaría en aquellas arenas a un año de las elecciones en las que busca su
reelección. Su lucha es la de mantener el ciclo económico y que eso le permita
volver a ganar los comicios. ¿Quién va a ganar este pulso? No lo se. Vimos la
semana pasada que estuvo a punto de producirse un incidente que casi desencadena
una guerra. Las espadas están en alto.
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