jueves, junio 27, 2019

Trescientos kilos de uranio enriquecido


En el día de hoy, si todo va como está previsto, Irán superará esa cantidad de uranio enriquecido almacenada en sus silos o donde sea que lo estén guardando, y romperá por su parte el tratado nuclear firmado con las potencias occidentales en 2015. Este tratado ya fue roto anteriormente por EEUU al imponer sanciones adicionales no recogidas por el mismo, por lo que los únicos que hoy mismo pueden defender su vigencia son el resto de firmantes, especialmente la UE, que como convidado de piedra y animador de aquel acuerdo carece por completo de poder real para hacerlo respetar o imponerlo de alguna manera. ¿Está muerto el pacto? Así parece.

Si esto es así, ¿ante qué escenario nos encontramos? Es difícil decirlo, porque por ambos lados, EEUU e Irán, parecen encontrarse dos bandos contrapuestos que empujan en sentidos diferentes. Hay un grupo de halcones, que en Irán son encabezados por el Ayatolá supremo Ali Jamenei y en EEUU por el Secretario de Estado Mike Pompeo y el consejero de seguridad Jon Bolton, que ven el enfrentamiento militar como la única alternativa posible para acabar de una vez con la rivalidad perpetua entre ambas naciones. Desde Teherán este movimiento observaría una guerra contra EEUU como una manera de demostrar su insumisión ante el imperio yanqui y una oportunidad para, desatando la actividad de todos los grupos armados que operan en la región bajo su influencia (Hamas, Hezbolla, etc) conseguir afianzar la posición de dominio conseguida tras la guerra de Siria y acorralar al archienemigo israelí. Saben que militarmente poco pueden hacer frente a la maquinaria de EEUU desatada, pero el enorme valor que tienen las vidas de los soldados occidentales para la opinión pública de sus países y el efecto de estrangular el suministro de crudo juegan a su favor. Por parte norteamericana, los belicistas, encabezados por Pompeo y Bolton, ven por fin la oportunidad de enfrentarse a un archienemigo que lleva décadas desestabilizando la región, actuando mediante los mencionados tentáculos, hostigando a Israel y otros aliados, y siendo un permanente dolor de cabeza. Saben que su fortaleza militar es absoluta y no temen represalias, porque creen que las sanciones ya impuestas han debilitado tanto la economía iraní que no está en condiciones de responder de una manera fiera ni sostenida. Saben también que gran parte de la población del país, muy joven, desea un cambio de régimen, que no soporta más la dictadura teocrática de los ayatolas y que un conflicto, aún de baja intensidad, puede ser la espoleta que cause el levantamiento interno que acabe con el régimen. También evalúan costes, que son amplios, pero sus deseos lo son aún más, y en casos como el de Bolton, obsesionado con este conflicto, y ya muy entrado en años, sería su última oportunidad, ocupando un cargo de enorme relevancia en el organigrama de la Casa Blanca, de poder lanzar una operación de este tipo. Creen haber aprendido de los errores de Irak y confían en una intervención breve, quirúrgica, potente y desestabilizadora, pero sin la intervención de tropas masivas, recurriendo al potencial aéreo y la superioridad tecnológica, avasalladora, del ejército norteamericano. Desde ambos lados del estrecho ambas facciones se observan, y en el cogote de los norteamericanos sopla el aliento de saudíes e israelíes, que ven también ahora la oportunidad de su vida para, unos, dominar de una vez al eterno enemigo chií, y otros la esperanza de librarse de uno de los países que, constantemente, esgrimen como objetivo la destrucción de la nación judía. Desde luego hay una concentración de fuerzas a favor de la guerra muy considerables.

¿Las hay en contra? Sí, y curiosamente ocupan los máximos exponentes del poder civil de ambas naciones. Hasan Rohaní, presidente de Irán, moderado, cuyo poder está muy mediatizado por los jerarcas religiosos, desea a toda costa evitar un enfrentamiento que sabe sería lesivo para el país, y Donald Trump, el presidente más aislacionista que ha ocupado la casa Blanca en décadas, no quiere saber nada de una guerra, la tercera para su país en esa zona, que le empantanaría en aquellas arenas a un año de las elecciones en las que busca su reelección. Su lucha es la de mantener el ciclo económico y que eso le permita volver a ganar los comicios. ¿Quién va a ganar este pulso? No lo se. Vimos la semana pasada que estuvo a punto de producirse un incidente que casi desencadena una guerra. Las espadas están en alto.

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